Esta vez comenzaremos por el final: Juan y Eva
de Paula de Luque es una buena película. Ayuda, y no poco, a consolidar sus
méritos el haber elegido un período acotado para contar la historia. El film va
desde el terremoto de San Juan, el 15 de enero de 1944, al 17 de octubre de
1945. Eso le permite profundizar aspectos y circunstancias que otras películas
dan por sentado o repasan a vuelo de cóndor, y nos da la oportunidad de atisbar
cómo nació, creció y fructificó la historia de amor entre estos dos personajes
históricos. Íntima, como toda historia de amor, y pública, porque la relación
entre el secretario de trabajo del gobierno de facto del general Ramírez y una
actriz en ascenso no podía pasar desapercibida. Eufemismo para el rechazo que
algunos cuadros militares sentían, Perón en un tramo del film dirá: Dígale a
esos tipos que le mandan a hablarme que la bragueta me la prendo yo.
La evidente simpatía que la directora y
guionista siente por los personajes no le nubla la vista para resaltar aristas
poco halagüeñas que evidencian sus personalidades. Se equivoca el que quiera
ver que hay aquí un retrato idealizado. No pormenorizo porque los detalles
hacen a la gracia o al placer de ver la película. Pero los dobleces y máculas
son evidentes, están bien a la vista.
El guión, salvo la primera cena que comparten
en la que hay un exceso verborraico, es elocuente y fluido. La primera parte
está narrada con maestría y la última tiene la fuerza necesaria, pero por el
medio hay una caída de ritmo que tiene más que ver con la dirección que con el
guión. Hay decisiones estéticas acertadísimas como la de los dos números
musicales (la gran Karina K como una apasionada cancionista en el recital a
beneficio de las víctimas del terremoto en el Luna Park, y Carlos Casella como
el cantante del cabaret), los ambientes claustrofóbicos en que crece el
romance, y otros muy discutibles, como
el abuso del cigarrillo; sí, lo muestran las películas de la época, la gente
fumaba mucho, pero aquí los personajes fuman más que Humphrey Bogart en todas
sus películas juntas. Dicho así parece exagerado, pero hay momentos en que
tanto cigarrillo distrae de la acción principal. Y salvo la protagonista, las
demás actrices tienen un corte de cara muy parecido, lo que a veces dificulta
identificar a sus personajes. Puede que esto sólo sea problema mío, pero como me
pasó, lo cuento. Juro que estaba descansado y atento cuando la vi. Y, lamento
decirlo, la música es francamente fea.
Julieta Díaz está muy bien y aprovecha la
ventaja de tener que interpretar a Eva cuando todavía no es Evita, lo que le
permite apartarse de la paradigmática, magistral e insuperable encarnación de
Esther Goris en la película de Desanzo. Pero el film, sin duda, marca la consagración
de Osmar Núñez como un gran actor y protagonista. Su Perón es magnífico por
donde se lo mire. También se luce y mucho Fernán Mirás, tiene un par de escenas
inolvidables. Y Alfredo Casero le da a Braden un bienvenido y sutil toque
pintoresco.
Ratificamos, entonces, el inicio de esta
crónica. Juan y Eva es un film bueno y valioso que ilumina un hueco hasta hoy no
explorado por el cine: la historia de amor detrás de la foto icónica de la gala
del Colón con Perón de impecable uniforme y Eva con el strapless blanco.
Un abrazo, Gustavo Monteros
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