Querido John es un drama romántico estúpido y nocivo. La cosa es así. Hay un muchacho, el John del título (Channing Tatum), musculoso saludable al que le dieron todas las vacunas y no le faltaron proteínas en la edad de crecimiento, quien conoce en la playa a chica rubia, bonita, de grandes ojos claros, llamada Savannah (Amanda Seyfried). Pianos y violines dulces subrayan la escena. Estamos en el 2001, según cartel informativo. Contrabajo ominoso hace su entrada. Se enamoran perdidamente. Él es un soldado de licencia. En la adolescencia fue un chico violento, pendenciero, pero desde que entró al ejército es noble y dócil. (Por ahí Susy Giménez tiene razón y debe volver el servicio militar para disciplinar indeseables que provocan inseguridad.) (Aunque por ahí no tiene razón, porque John, a la menor provocación, te caga a patadas, y más eficientemente que antes porque ahora tiene entrenamiento de marine.) Ella (Savannah, claro, no Susy) estudia y es tan rica y buena que reconstruye una casa derrumbada por un huracán para una familia necesitada. En el esqueleto de la casa en construcción se darán el primer beso. Bajo la lluvia, porque es más romántico. Violines melosos que dañarían a un diabético de fondo. El papá de John (el gran Richard Jenkins) es medio autista, pero John lo niega. Hay un vecino (Henry Thomas, quien fuera el nene amigo de E.T.), torpe y bueno como pocos o tan bueno y torpe como un personaje encarnado por el querible Henry Thomas puede ser. Al pobre vecino lo abandonó la mujer y arrastra un adorable niño autista. Con tantos autistas dando vuelta, Savannah tendrá la brillante idea de organizar una granja con caballos para autistas. Porque no sé si sabían, yo al menos no, los caballos y los autistas se llevan bien. Por ahí no es cierto, pero autistas y caballos quedan bien en una película. No importa, Savannah abrirá la granja cuando se reciba y todavía falta para eso. Como dijimos estamos en el 2001, John regresa al ejército a realizar misiones por África que parecen ilegales y nada humanitarias. No llama la atención porque el ejército yanqui es cualquier cosa menos casco blanco. Savannah vuelve a la facultad y estudia mucho porque es una niña muy buena. Y de repente, con violines muy dramáticos de fondo, vuelan las Torres Gemelas. A John le queda un mes para dejar el ejército y volver a comer perdices por siempre jamás en la cocina de Savannah, pero ahora se re enlista porque el deber patriótico lo llama. Savannah llora mucho, se resiste y termina por comprender, porque aparte de buena es muy patriota. Carta va y carta viene. Todas de amor. Canciones románticas poperas de fondo. Hasta que al pobre John, que hace desmanes en Afganistán, le llega una carta de desamor. Contrabajo y violines dramáticos, otra vez. Savannah le da calabazas, zapallos y zapallitos. Se va a casar con otro. Parece que Savannah no era tan buena después de todo. (Los que no quieran saber el final de la historia saltéense el próximo párrafo.)
John, despechado, quema todas las cartas de la ahora pérfida Savannah. Más violines dramáticos y canciones poperas cursis. Al pobre John lo hieren, lo mandan a un hospital, se cura y vuelve a la acción. El ejército ahora es su carrera. Acabado el amor, le queda la defensa de la patria. (En este momento se recomienda a los lectores cantar America the beatiful.) John lucha y despanzurra unos cuantos musulmanes. De repente lo llaman de regreso a la madre patria. Papá tuvo un derrame cerebral. Papá vivía su semi autismo coleccionando monedas. John se reconcilia con papá, hay una escena muy pero muy conmovedora, y papá pasa a mejor vida. John, de puro masoquista, va a ver a Savannah. Ella está acariciando un caballo, pero lo de la granja de caballos para autistas fracasó porque era muy cara. Y se viene la gran sorpresa. Savannah se había casado con el vecino Henry Thomas, no porque haya sido el chico de E. T. o el padre de un autista adorable sino porque lo aqueja una enfermedad terminal. Savannah era muy pero muy buena después de todo. Se había sacrificado dejando al joven padrillo musculoso para casarse con el viejo flacucho, peligroso en el fondo como los galanes que hacía Anthony Perkins. Obviamente, el ex vecino está de última y en el hospital. Savannah quiere traerlo de vuelta a casa, pero la impiadosa prepaga no se lo quiere pagar. John, que es muy pero muy bueno también, vende las monedas coleccionadas por papá y le hace una donación anónima (bah, no tanto porque hasta el boletero lo sabe). Lo hace, no porque Henry Thomas haya sido el nene de E. T. sino porque, como a su propio papá, al ex vecino lo abandonó la mujer. Sí, tiempo atrás la mamá de John, de puro mala malísima, había abandonado al marido semi autista y al pequeño John. John regresa al frente a despanzurrar más musulmanes. Hay una última carta con violines y canción pop melosa, después de la cual, John regresa finalmente a comer perdices por siempre jamás en la cocina de Savannah y a cuidar del autista semi adorable (semi porque ya no es niño sino un adolescente medio pesado) que les legó el ex vecino.
En resumen es un film tonto, torpe, conservador y patriotero. Esto último es lo peor porque defiende la teoría de Bush. Los yanquis son el brazo armado de la palabra divina. Dios nos libre y nos guarde. Amén.
Un abrazo,
Gustavo Monteros
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.