Y el segundo largometraje de Bertrand Tavernier fue también
su segunda colaboración con Philippe Noiret y su primera incursión en los
filmes históricos.
Se centra en algunos meses en la vida de Felipe II de
Orleans (Philippe Noiret), regente que gobernó Francia mientras Luis XV era
niño entre 1715 y 1723.
Figura controversial que restringió el poder de la Iglesia,
reestableció la paz, mejoró las finanzas y la economía con las políticas de Law
(introductor del papel moneda en Europa) a la vez que lideró una vida
escandalosa de fiestas licenciosas, orgías palaciegas y banquetes
pantagruélicos.
Y como toda figura controversial, quizá no fue el monstruo
que una facción pretende, aunque tampoco el progresista que la otra facción
estimula. Degustaba la buena mesa y la buena bebida, el sexo y el arte.
Tavernier, en el período de tiempo elegido, lo muestra
tironeado entre las intrigas del abate Dubois (Jean Rochefort) para ascender en
la escala eclesiástica y la conspiración bretona antiimpuestos liderada por Pontcallec
(Jean-Pierre Marielle).
La película se abre con la muerte de la hija de Felipe,
María Luisa Isabel de Orleans. Las malas lenguas decían que Felipe era su
amante y el padre de los hijos bastardos que nacieron, y que había muerto tras
un aborto.
En escenas posteriores, Tavernier establece que no fueron
amantes, aunque los dos participaban de las mismas orgías.
Puede que, en 1975 fecha del estreno, las escenificaciones
de las orgías levantaran algunas cejas. Hoy son tan inocuas como una fiesta de
casamiento en un salón parroquial.
La película se cierra con dos ejecuciones, que no se
muestran y un enojo popular, que sí se ve. Y subraya que la Revolución Francesa
no surgió de un repollo, que la desatención de las necesidades del pueblo fue
sistemática y constante. Y que la inequidad resultante solo podía terminar en
violencia social instauradora de los derechos postergados.
Para la industria francesa es relativamente sencillo hacer
películas sobre el siglo XVIII, muchas casas y palacios de la época siguen en
pie. Por las óperas y las obras de teatro transcurridas en el período, tienen
sastrerías especializadas con centenares de vestuarios. O sea que cuentan con
los elementos para llenar el cuadro y el ojo con suntuosidad.
Philippe Noiret, Jean Rochefort y Jean-Pierre Marielle juegan
con maestría admirable sus personajes y no caen en la vulgar dicotomía de
volverlos ángeles o demonios, sino seres humanos, con sus vicios y virtudes,
con sus claroscuros. Movidos por la ambición, aunque capaces de generosidades
inesperadas o insospechadas.
Que la fête commence… / Que
la fiesta comience (Bertrand Tavernier, 1975) es una película sólida y
lograda. Hay quien dice que Tavernier hará películas mejores en este género.
Puede ser, pero esta tiene méritos suficientes para engalanar por sí sola la
carrera de cualquiera.
Cuando se revee la trayectoria de un director talentoso se
cometen estas injusticias, se considera como algo menor, lo que en otras manos
se considerarían obras mayores, solo porque se la contrapone con alguna
excelsitud posterior.
A cada cual su mérito y al dios cine, el de todos.
Gustavo Monteros
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