Fritz Lang es un héroe del cine. Ya de joven llevó al
expresionismo alemán a cumbres vertiginosas, sobre todo con Dr. Mabuse, der
Spieler / El doctor Mabuse (1922), Metrópolis (1927), M - Eine
Stadt sucht einen Mörder / El vampiro negro (1931), Das Testament des
Dr. Mabuse / El testamento del Dr. Mabuse (1933). Sus logros influyeron
nada más ni nada menos que a Alfred Hitchcock, Luis Buñuel y Orson Welles,
entre muchos otros. El asenso de nazismo lo obligó a exilarse y durante la
década del cuarenta hizo cuatro filmes antinazis: Man Hunt / Indecisión
fatal (1941), Hangmen Also Die / Los verdugos también mueren (1943),
Ministry of Fear / Prisioneros del terror (1944) y Cloak and Dagger /
A capa y espada (1946).
Man Hunt, aunque en los papeles sea
una película clase A, en su realización aparecen características de un film
clase B: varias escenas en un mismo escenario para ahorrar días de producción,
escenas largas con dos cámaras para abundancia de plano y contraplano, mucho
desarrollo de personajes que sirve para aumentar el metraje y redondear la
duración de un largometraje, introducción de actores que interesaba dar a
conocer (aquí el chico Roddy McDowall en el debut de una carrera larga y
brillante). Esta aparente contradicción entre A y B quizá se deba a que, en el
momento de su hechura, Estados Unidos no había entrado formalmente en guerra y
como se trataba de una historia que no solo simpatizaba con los ingleses, sino
que proponía la eliminación de Hitler, se aceleró su producción para estrenarla
con rapidez e incentivar de inmediato la participación norteamericana en el
conflicto bélico.
Se basa en una novela de Geoffrey Household, Rogue Male,
que según su autor no fue muy respetada por Lang, aunque la película le gustó
porque era entretenida y vibrante.
Alan Thorndike (Walter Pidgeon) un experimentado cazador,
adentrado en un bosque alemán, tiene en el centro de su mira telescópica nada
menos que a Hitler que toma un té en la terraza de un castillo. Parece que su
intención no es matarlo porque no tiene puesta ninguna bala en su rifle. Piensa
un segundo, se decide, pero cuando va poner la bala, es descubierto por unos
nazis que vigilaban si había alguien en la cercanía.
Es torturado por el Mayor Quive-Smith (George Sanders) un
alemán educado en Inglaterra, que quiere saber si estaba por su cuenta o si lo
había mandado el gobierno de Su Majestad. De todos modos, decide eliminarlo. Lo
desbarrancará y contará que cayó mientras intentaba atentar contra el Füher y
así forzará la entrada de Inglaterra en la guerra. Ya es de noche, tiran a
Thorndike por el barranco, pero no muere, unos arboles amortiguan la caída.
Thorndike huye a Londres en un barco, oculto por el niño
Vader (Roddy McDowall). En el puerto lo esperan los hombres de Quive-Smith, que
ahora quiere hacerle firmar a Thorndike una confesión de que estuvo por matar a
Hitler. Thorndike se desembaraza de sus perseguidores y se refugia en las
habitaciones de una prostituta, Jerry Stokes (Joan Bennett).
Thorndike, acompañado por Jerry, regresará brevemente a la
mansión familiar, en la que su hermano le recomendará huir. Cosa que Thorndike
terminará haciendo. Se recluirá, como un animal, en una cueva. El escondite es
perfecto, nadie lo encontraría jamás. Pero una serie de incidentes hará que lo
descubran. Entonces…
Pidgeon y Sanders, dos actores espléndidos, cumplen con
generosidad. Joan Bennett está exasperante en su prostituta joven, barriobajera
e ingenua. Una cantidad de detalles en su composición la salvan de caer en el
estereotipo de la puta con corazón de oro, a la que el guion apunta. Por eso
que exaspere es un tributo a su compromiso como actriz.
En 1976 con el titulo original de la novela, o sea Rogue Male, Clive Donner dirigió un telefilme, protagonizado por Peter O’Toole. No supera al original, aunque es eficiente. Frederic Raphael, un guionista exquisito, tira hermosos fuegos artificiales verbales, aprovechados por todos los actores, entre los que se cuenta Harold Pinter que, como buen conocedor, aprecia las líneas que le dieron y las degusta.
El 27 de mayo de 1942, combatientes de la resistencia no
identificados atentaron contra el Reichsprotector de Bohemia/Moravia, Reinhard
Heydrich, apodado el "verdugo", que moriría unos días después. Los
verdugos también mueren es un relato ficcional sobre los asesinos, las
personas que involucraron en su fuga, las reacciones de los nazis, y el
comportamiento del pueblo checo. Lo único no ficcional es la cantidad de
muertos que desató la represalia nazi.
Uno de los títulos de apertura dice que el guion, junto a
John Wexley y Fritz Lang, estuvo a cargo también de un tal Bert Brecht, apócope
que oculta al notable Bertold, dramaturgo insoslayable del siglo XX, si los
hay.
Fue el único guion que Bertold Brecht vio filmado en su
exilio hollywoodense. Y según él, el único que le pagaron. La cifra le permitió
escribir sin desmayos económicos Las visiones de Simone Machard.
Hubo copias que no consignaron el nombre de Brecht, porque
John Wexley, el autor de la idea, se quejó ante el sindicato de guionistas de
que la participación de Bertold había sido casi nula y así obtuvo que
eliminaran el nombre de los créditos. John Wexley hizo lo mismo en otras
oportunidades para figurar solo en los créditos. Es innegable la participación
de Brecht en el resultado final. Si alguien tiene alguna duda que compare lo
que se ve y oye en pantalla con Terror y miseria del Tercer Reich y se
le disipará la inquietud.
El asesinato de Reinhard Heydrich es el tema de al menos
cinco películas: HHhH /The Man with the Iron Heart / El hombre del corazón
de hierro (Cédric Jimenez,2017), Anthropoid / Operación Anthropoid
(Sean Ellis,2016), Opus Pro Smrtihlava (documental de Karel
Marsálek,1984, Operation Daybreak / Siete hombres al amanecer (Lewis
Gilbert, 1975) y Atentát (Jirí Sequens, 1964). Todas ellas, al contrario
de la de Lang, se basan en los hechos reales con la menor incidencia ficcional
posible.
Los verdugos también mueren es un film apasionante.
Ministry of Fear, aquí bautizada Prisioneros del terror, se basa en la novela de Graham Greene, El ministerio del miedo y es delicia pura. Parte de un tema central en la novelística de Greene, la culpa y sus consecuencias, pero aquí tiene una ligereza que aliviana la seriedad del asunto.
Stephen Neale (Ray Milland) sale de un manicomio después de
haber cumplido una condena por haber practicado la eutanasia con su esposa,
estragada de dolor por un cáncer terminal. Inglaterra ya está en guerra,
Londres padece el blitz y como tiene que esperar a que llegue el tren, el
boletero le recomienda matar el tiempo en la kermesse benéfica que se
desarrolla en frente a la estación.
Neale participa en Diga el peso de esta torta y pierde. Las
damas reunidas frente al puesto le recomiendan hacerse leer las manos por la
adivina invitada. Neale obedece, y a pesar de que la adivina le asegura que
tiene prohibido hablar del futuro, él le dice: No me importa el pasado,
adivíneme el futuro, que es la clave para que la adivina le diga el peso exacto
de la torta, así puede llevársela.
Neale así lo hace. Cuando se está yendo, de un auto de lujo
se baja un señor, que se va a ver a la adivina. Algo pasa y la señora del
puesto de Diga el peso de esta torta le quiere quitar el premio y dárselo al
caballero recién llegado. Neale se niega y aborda el tren.
Al compartimento en el que se instala, sube también un
supuesto ciego, al que convida un pedazo de torta. El supuesto ciego la
desmenuza antes de llevarse los bocados a la boca, algo que a Neale le resulta
extraño. Un bombardeo detiene el tren y el supuesto ciego le pega un bastonazo
a Neale y huye con la torta.
Neale lo persigue, el para nada ciego saca un arma y le
dispara. Neale se aparta y ve como una bomba lo hace volar por los aires. Una
vez en Londres, Neale contrata a un detective privado para que lo ayude a
dilucidar el misterio.
El enigma involucrará sesiones de espiritismo, extranjeros
refugiados, librerías que esconden gente, departamentos para encuentros
amorosos y una conspiración nazi que llega hasta el mismísimo ministerio de
propaganda. A pesar de que la trama acumula muertos, el tono zumbón no se
pierde y un irónico humor negro campea a sus anchas. Deliciosa como la mejor de
las tortas.
A capa y espada es un
vehículo perfecto para que Gary Cooper se luzca como héroe. Cooper es un
científico al que la inteligencia estadounidense invita a que viaje a Europa y
convenza a dos colegas, una mujer y un hombre, que trabajan en la elaboración
de la bomba atómica para los alemanes, a que cambien de bando y se vengan a los
Estados Unidos.
Cooper será todo lo científico que quieras, pero como es
Cooper no le faltarán tiros ni trompadas y un romance con una jovencísima Lili
Palmer en su debut para el cine hollywoodense.
Palmer, por nacimiento una prusiana de pura cepa, es aquí
Gina, una italiana, tan temperamental como se espera que sean las italianas.
A capa y espada es
una excelente película de matiné, pletórica de acción trepidante, como decían
los viejos críticos.
Los actores le rehuían a Fritz Lang porque era gritón y
tiránico. Los espectadores, por el contrario, leían su nombre y corrían a su
encuentro. Es que el hombre, por sobre todas las cosas, era en narrador de
aquellos. Y en el cine, las historias bien contadas, siempre encuentran su
público.
Gustavo Monteros