Con algunas personas y con algunos personajes, basta verlos
una vez para que se queden a vivir en la memoria. Me pasó con Teresa Numa,
personaje creado por Dacia Maraini para su novela de 1972 Memorie de una
ladra (Memorias de una ladrona). Sin duda se basa en anécdotas o
recuerdos de varias ladronas reales.
La novela debe de haber sido un éxito descollante, porque
al año siguiente ya tenía su versión cinematográfica: Teresa, la ladra (Teresa,
la ladrona) que fue un vehículo de lucimiento para Monica Vitti. Fue el
primer largometraje del eminente director de fotografía, Carlo Di Palma.
Libro y película cuentan las desventuras de una mujer con
destino de ladrona. Y no es una frase hecha, hay quien nace estrellado y
descuella en alguna profesión de importancia, y hay quienes, como Teresa, que
hacen lo que pueden, en su caso robar, sin particular talento ni suerte
envidiable.
Como estaba enamorado de Monica Vitti, la vi a poco de su
estreno en la Argentina en algún momento de 1974. Y tanto me gustó que me
compré la novela que, con traducción de Naldo Lombardi, había sacado Ediciones
de la Flor en julio de 1973. Guardé el libro para leerlo en mejor ocasión (es
decir, lo arrumbé y lo olvidé) y no volví a ver la película.
Algo extraño porque por entonces las películas iban de un
cine de cruce (los que no estrenaban, sino que daban películas ya vistas en
estreno en otras salas) al siguiente y así uno veía films con actores o
directores populares más de una vez, porque reaparecían de complemento (la
mayoría de los cines daba un programa doble y hasta había algunos de programa
triple). Quizá no rodó mucho por algún problema de distribución, porque Vitti en
esos tiempos era muy convocante.
El tiempo pasó, dejé de ser joven e impresionable, llegó la
democracia y a mí, que ya había estrenado un par de obras como autor, una
actriz me pidió que versionara la novela como un unipersonal que, imaginaba ella,
le daría más lustre a su nombre. Me puse a leer el libro y no avancé demasiado
porque casi de inmediato me llamó para decirme que el proyecto se postergaba ya
que había sido convocada para una obra a estrenarse en breve. Dejé el libro y
seguí con mi vida.
En las postrimerías del aislamiento por la COVID, Vitti
murió. En 2022, el mismo año en el que el Festival de Venecia nominó a Teresa,
la ladra para el premio Venezia Classici como Mejor Film Restaurado. Mi
curiosidad registró estos datos inútiles y me propuse que en algún momento
haría las cosas bien, o al menos en orden, y que leería primero el libro y
después vería la película.
En 2023 una editorial española, Altamarea, editó el libro
en traducción de Almudena Miralles Guardiola. A principios de este año me dije
es hora de revisitar a Teresa y a pesar de las vueltas que di por la biblioteca
no encontré mi ejemplar. Era de esperarse, mi biblioteca soportó varias
mudanzas, algunos saqueos propios (en momentos de necesidad vendí muchos libros
peculiares) y ajenos (hubo una vez en que fui muy sociable, daba fiestas y
terminábamos siempre o a menudo muy alcoholizados y varios invitados o colados
se llevaban algún “recuerdo” de la biblioteca o del bar (tampoco exageremos, no
tengo tantos muebles, bar, lo que se dice bar, más bien un rincón de la alacena
de la cocina que guardaba botellas de componente etílico).
Durante el 2024 en mis aventuras por librerías de viejo,
busqué encontrarme con una copia de De la Flor, nada (la gracias de los raídes
por esos lugares es que nunca se encuentra lo que se busca, si no otras
delicias). Curiosamente me topé con un ejemplar de la edición española de 2023.
La hojeé. Como supuse estaba traducida al argot o lunfardo español (que yo
llamó con error sin duda, madrileño) y hui del mismo como si estuviera en
sánscrito. Como todo lunfardo es cerrado y para los entendidos, entre los que
no me cuento.
En enero de 2025 me dije, busco por internet una copia de
De la Flor, y me dejo de joder). Hallé varios ejemplares, probé con el librero
de mejor puntaje y lo compré.
Ya no soy joven ni impresionable, pero Teresa Numa sigue
fascinándome como cuando la conocí. Empiezo a leer el libro y ¡oh, sorpresa!,
descubro que no es como se me había hecho, que no lo había leído nunca hasta el
final, no, nada de eso, en algún verano debo haberlo retomado y leído de cabo a
rabo. Perdón, soy católico, la culpa forma parte de mi idiosincrasia. Antes que
registrar que lo había leído, mi mente eligió grabar que no lo había hecho (mi
amiga Marina tendrá una explicación y una definición para el hecho, pero
prefiero no preguntárselo, a veces la culpa es más dulce y más regocijante que
la expiación o el entendimiento, los católicos siempre volvemos al Medioevo,
aunque no haya ningún Sean Connery en los nombres de las rosas.)
La novela pertenece a lo que se llama en la literatura
española la Picaresca, como El lazarillo de Tormes o La vida del
buscón de Francisco de Quevedo y esas cosas. Los eruditos dicen que la
novela picaresca surge en la España del siglo XVI y que es una parodia del
Renacimiento. Nada de eso se aplica al libro de Maraini, pero las demás
características, sí: está narrada en primera persona, su personaje
principal es un antihéroe con una vida condicionada por un medio hostil, que
expresa de manera irónica la realidad en la que transcurre su vida, dicho
protagonista usa un lenguaje sencillo, conciso y llano, que involuntariamente
da un mensaje moralizador que invita a la reflexión del lector.
La Teresa del libro es a la vez la misma y otra muy
diferente de la de la película, lo cual no debe extrañar porque se trata de dos
medios diferentes. La novela tiene su lógica y sus mecanismos y el cine tiene
otros que pueden coincidir o no (generalmente no coinciden ni remotamente).
La Teresa del libro vive al día (de ayer), la de la
película toma las cosas como vienen. La primera no tiene opción más que la de
sobrevivir, la segunda tiene un margen, pequeño, pero margen al fin.
La Teresa del libro es echada por el padre en su pubertad y
duerme bajo un camión, se higieniza en baños de bares o en canales o ríos y se
pone la ropa recién lavada para que el sol inclemente o raquítico, según la
estación, la seque en su cuerpo. La Teresa del film, por insistencia de un
cortejante, que ella no aprecia, termina de sirvienta en la casa donde él vive
con toda una prole. La convivencia incluye comida y cama y se embaraza del
galán.
Las dos en algún momento prefieren ser ladronas a ser
prostitutas o sirvientas, porque no pueden ser sexuales con cualquiera ni
siervas mal pagadas bajo una humillación constante.
La del libro puede padecer penurias innombrables, la del
film las que el público pueda tolerar. La imaginación es elusiva, lo que se ve
es imborrable. La primera puede evitar la belleza o el agrado, la segunda, no.
Y ya que no soy ni joven ni vulnerable y algo debo haber
aprendido en los años desde que dejé de serlo, puedo contestar, o intentar al
menos, por qué esta historia se me pegó cuando muchas otras se fueron al
olvido.
Teresa nunca tiene una oportunidad. Hija intermedia de una
familia numerosa, en la que algunos hijos vivían y otros, no, no tuvo casi
infancia, carente de todo jugaba con botones. De niña contribuyó a la economía
familiar con trabajos varios. El padre la molía a golpes por motivos mínimos,
como a todos los demás, por otra parte, no es que se ensañaba con Teresa.
Cuando la madre murió, el padre trajo a una mujer para que
se ocupara de la casa y de los hijos chicos. La mujer vino con una hermana, y él,
encantado, albergó a las dos en su cama. Teresa resintió la presencia de las
mujeres y el padre la echó a la calle.
En menos que canta un gallo, terminó con un hijo y una
familia política que decidió anular el matrimonio, porque no podían cobrar la
dote, declarándola loca. En el manicomio, los pechos se le endurecían de dolor
con la leche acumulada. Una enfermera se conduele y aparte de un extractor de
leche, le consigue lápiz y papel para que pida ayuda. Le escribe a un hermano
mayor, que la viene a buscar. Recuperada la libertad, va a buscar al hijo. No
se lo quieren dar. Y ella vuelve con el marido y el suegro que la denunciaron.
Y comienza la constante de su vida, no puede guardar rencor, eso es para los
que pueden permitírselo.
Ella no tiene nada salvo su existencia. Pasará por mil
embates, pero nunca será rencorosa ni cínica. Tampoco es creyente. Solo sabe
que a un día, le sigue otro, que a veces hay que llenar la panza y comprarse
ropa, porque la mala racha está a la vuelta de la esquina y mejor que te agarre
gordito y abrigado.
Desarrolla, sin embargo, un código de ética. Si termina presa,
considera que no vale de nada denunciar a los que delinquieron con ella. No
mejorará su situación y el sistema solo ganará que otros pierdan la libertad.
Nunca logra que un buen abogado la defienda, le tocan los de oficio, algunos le
consiguen algo, la mayoría la ignora burocráticamente. De ahí que aprende a no
esperar nada.
Muchas veces, en la cárcel, queda al borde de la muerte,
por enfermedad o inanición y la salva la solidaridad, la piedad, la
generosidad, azarosas, casi. Y ella devolverá los favores, no a los que se los
hicieron a ella, a otros. Cuando apenas se entera que alguien cercano o
conocido cayó preso, le lleva paquetes con lo que puede pagar, cigarrillos o
víveres o ropa interior abrigada.
Al hijo intentará rescatarlo aquí o allá, una y otra vez. Las
más de las veces, preferirá dejarlo con quienes podrán proveerlo de lo
necesario para crecer o desarrollarse. Sobre todo, cuando ella, a duras penas,
no se desmaya de hambre y llega al día siguiente.
En algunas partes del libro parece que pasaron muchos años
y solo transcurrieron unos meses, vivir al día más que un arte es un milagro.
Todas las convenciones o seguridades burguesas que disfrutamos le están vedadas
a Teresa.
Cada vez que come bien, lo describe con detalle, al igual
que si duerme bajo techo en una cama. Todo los que los demás damos por hecho,
para ella es una contingencia que desaparece en cualquier momento. Y otra vez,
a comer salteado, a dormir en los zaguanes. O en los rellanos de las escaleras,
que en los edificios van a la terraza, sitio que prefiere sobre todo en
invierno, porque nadie durante la noche, subirá a terraza. No será muy cómodo,
pero al menos no hace tanto frío como en la calle. Las estaciones de trenes,
micros, no son buenas, alguien siempre viene a despertarte y pedirte que te
vayas.
Teresa nunca aprende a quererse, a apreciarse, a valorarse,
y la de la película tiene un latiguillo que repite cada vez que no le va tan
mal: Fue el mejor momento de mi vida. (Debe ser cosa de los guionistas Age y
Scarpelli (seudónimo de Agenore Incrocci y Furio Scarpelli), firmantes de
algunas de las comedias más humanas del cine italiano, que en esta ocasión
trabajaron con la novelista Maraini, y como el latiguillo no está en la novela,
se los atribuyo a ellos).
Age y Scarpelli deben ser los responsables de otra de las
notorias diferencias entre película y libro. En el libro los hechos históricos
que circunscriben la acción casi ni se mencionan, se dan por hechos. En el
film, el ascenso, pujanza, decadencia y fin del fascismo están en primer plano
y más que circunscribir el relato, lo potencian.
La cárcel, en la que cae a menudo, no le enseña nada, porque
no quiere enderezarla si no castigarla de la peor manera posible. Para el
capitalismo burgués, su delincuencia es la peor posible, el ataque a la
propiedad. Si hubiera matado o se hubiera prostituido, el sistema hasta habría
sido benévolo con ella.
En vez de misericordia, solo conoce golpes, torturas
físicas o psicológicas, desprecios y humillaciones. Y la mayoría de las veces,
se las propinan monjas, hermanas de la caridad.
Teresa sueña con el afán burgués de tener una casita, un
trabajo decente, mantenerse dignamente, pero no se le da, porque el sistema
elige perpetuarse en su injusticia antes de facilitarle nada.
Y Teresa termina siendo una eterna romántica anarquista al
margen de todo, robándose billeteras, monederos, objetos suntuosos de algunas
casas y pagando caro por ello, porque no tiene ni sangre fría, ni manos
rápidas, ni astucia. Y persistirá hasta que la vida, la mate. Y uno no puede
más que pensar ¡qué mujer podría haber sido si hubiera tenido al menos una
oportunidad!
Gustavo Monteros
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