viernes, 21 de marzo de 2025

Querido diario - Hoy: Teresa, la ladrona


Con algunas personas y con algunos personajes, basta verlos una vez para que se queden a vivir en la memoria. Me pasó con Teresa Numa, personaje creado por Dacia Maraini para su novela de 1972 Memorie de una ladra (Memorias de una ladrona). Sin duda se basa en anécdotas o recuerdos de varias ladronas reales.

 

La novela debe de haber sido un éxito descollante, porque al año siguiente ya tenía su versión cinematográfica: Teresa, la ladra (Teresa, la ladrona) que fue un vehículo de lucimiento para Monica Vitti. Fue el primer largometraje del eminente director de fotografía, Carlo Di Palma.

 

Libro y película cuentan las desventuras de una mujer con destino de ladrona. Y no es una frase hecha, hay quien nace estrellado y descuella en alguna profesión de importancia, y hay quienes, como Teresa, que hacen lo que pueden, en su caso robar, sin particular talento ni suerte envidiable.

 

Como estaba enamorado de Monica Vitti, la vi a poco de su estreno en la Argentina en algún momento de 1974. Y tanto me gustó que me compré la novela que, con traducción de Naldo Lombardi, había sacado Ediciones de la Flor en julio de 1973. Guardé el libro para leerlo en mejor ocasión (es decir, lo arrumbé y lo olvidé) y no volví a ver la película.

 

Algo extraño porque por entonces las películas iban de un cine de cruce (los que no estrenaban, sino que daban películas ya vistas en estreno en otras salas) al siguiente y así uno veía films con actores o directores populares más de una vez, porque reaparecían de complemento (la mayoría de los cines daba un programa doble y hasta había algunos de programa triple). Quizá no rodó mucho por algún problema de distribución, porque Vitti en esos tiempos era muy convocante.

 

El tiempo pasó, dejé de ser joven e impresionable, llegó la democracia y a mí, que ya había estrenado un par de obras como autor, una actriz me pidió que versionara la novela como un unipersonal que, imaginaba ella, le daría más lustre a su nombre. Me puse a leer el libro y no avancé demasiado porque casi de inmediato me llamó para decirme que el proyecto se postergaba ya que había sido convocada para una obra a estrenarse en breve. Dejé el libro y seguí con mi vida.

 

En las postrimerías del aislamiento por la COVID, Vitti murió. En 2022, el mismo año en el que el Festival de Venecia nominó a Teresa, la ladra para el premio Venezia Classici como Mejor Film Restaurado. Mi curiosidad registró estos datos inútiles y me propuse que en algún momento haría las cosas bien, o al menos en orden, y que leería primero el libro y después vería la película.

 

En 2023 una editorial española, Altamarea, editó el libro en traducción de Almudena Miralles Guardiola. A principios de este año me dije es hora de revisitar a Teresa y a pesar de las vueltas que di por la biblioteca no encontré mi ejemplar. Era de esperarse, mi biblioteca soportó varias mudanzas, algunos saqueos propios (en momentos de necesidad vendí muchos libros peculiares) y ajenos (hubo una vez en que fui muy sociable, daba fiestas y terminábamos siempre o a menudo muy alcoholizados y varios invitados o colados se llevaban algún “recuerdo” de la biblioteca o del bar (tampoco exageremos, no tengo tantos muebles, bar, lo que se dice bar, más bien un rincón de la alacena de la cocina que guardaba botellas de componente etílico).

 

Durante el 2024 en mis aventuras por librerías de viejo, busqué encontrarme con una copia de De la Flor, nada (la gracias de los raídes por esos lugares es que nunca se encuentra lo que se busca, si no otras delicias). Curiosamente me topé con un ejemplar de la edición española de 2023. La hojeé. Como supuse estaba traducida al argot o lunfardo español (que yo llamó con error sin duda, madrileño) y hui del mismo como si estuviera en sánscrito. Como todo lunfardo es cerrado y para los entendidos, entre los que no me cuento.

 

En enero de 2025 me dije, busco por internet una copia de De la Flor, y me dejo de joder). Hallé varios ejemplares, probé con el librero de mejor puntaje y lo compré.

 

Ya no soy joven ni impresionable, pero Teresa Numa sigue fascinándome como cuando la conocí. Empiezo a leer el libro y ¡oh, sorpresa!, descubro que no es como se me había hecho, que no lo había leído nunca hasta el final, no, nada de eso, en algún verano debo haberlo retomado y leído de cabo a rabo. Perdón, soy católico, la culpa forma parte de mi idiosincrasia. Antes que registrar que lo había leído, mi mente eligió grabar que no lo había hecho (mi amiga Marina tendrá una explicación y una definición para el hecho, pero prefiero no preguntárselo, a veces la culpa es más dulce y más regocijante que la expiación o el entendimiento, los católicos siempre volvemos al Medioevo, aunque no haya ningún Sean Connery en los nombres de las rosas.)

 

La novela pertenece a lo que se llama en la literatura española la Picaresca, como El lazarillo de Tormes o La vida del buscón de Francisco de Quevedo y esas cosas. Los eruditos dicen que la novela picaresca surge en la España del siglo XVI y que es una parodia del Renacimiento. Nada de eso se aplica al libro de Maraini, pero las demás características, sí: está narrada en primera persona, su personaje principal es un antihéroe con una vida condicionada por un medio hostil, que expresa de manera irónica la realidad en la que transcurre su vida, dicho protagonista usa un lenguaje sencillo, conciso y llano, que involuntariamente da un mensaje moralizador que invita a la reflexión del lector. 

 

La Teresa del libro es a la vez la misma y otra muy diferente de la de la película, lo cual no debe extrañar porque se trata de dos medios diferentes. La novela tiene su lógica y sus mecanismos y el cine tiene otros que pueden coincidir o no (generalmente no coinciden ni remotamente).

 

La Teresa del libro vive al día (de ayer), la de la película toma las cosas como vienen. La primera no tiene opción más que la de sobrevivir, la segunda tiene un margen, pequeño, pero margen al fin.

 

La Teresa del libro es echada por el padre en su pubertad y duerme bajo un camión, se higieniza en baños de bares o en canales o ríos y se pone la ropa recién lavada para que el sol inclemente o raquítico, según la estación, la seque en su cuerpo. La Teresa del film, por insistencia de un cortejante, que ella no aprecia, termina de sirvienta en la casa donde él vive con toda una prole. La convivencia incluye comida y cama y se embaraza del galán.

 

Las dos en algún momento prefieren ser ladronas a ser prostitutas o sirvientas, porque no pueden ser sexuales con cualquiera ni siervas mal pagadas bajo una humillación constante.

 

La del libro puede padecer penurias innombrables, la del film las que el público pueda tolerar. La imaginación es elusiva, lo que se ve es imborrable. La primera puede evitar la belleza o el agrado, la segunda, no.

 

Y ya que no soy ni joven ni vulnerable y algo debo haber aprendido en los años desde que dejé de serlo, puedo contestar, o intentar al menos, por qué esta historia se me pegó cuando muchas otras se fueron al olvido.

 

Teresa nunca tiene una oportunidad. Hija intermedia de una familia numerosa, en la que algunos hijos vivían y otros, no, no tuvo casi infancia, carente de todo jugaba con botones. De niña contribuyó a la economía familiar con trabajos varios. El padre la molía a golpes por motivos mínimos, como a todos los demás, por otra parte, no es que se ensañaba con Teresa.

 

Cuando la madre murió, el padre trajo a una mujer para que se ocupara de la casa y de los hijos chicos. La mujer vino con una hermana, y él, encantado, albergó a las dos en su cama. Teresa resintió la presencia de las mujeres y el padre la echó a la calle.

 

En menos que canta un gallo, terminó con un hijo y una familia política que decidió anular el matrimonio, porque no podían cobrar la dote, declarándola loca. En el manicomio, los pechos se le endurecían de dolor con la leche acumulada. Una enfermera se conduele y aparte de un extractor de leche, le consigue lápiz y papel para que pida ayuda. Le escribe a un hermano mayor, que la viene a buscar. Recuperada la libertad, va a buscar al hijo. No se lo quieren dar. Y ella vuelve con el marido y el suegro que la denunciaron. Y comienza la constante de su vida, no puede guardar rencor, eso es para los que pueden permitírselo.

 

Ella no tiene nada salvo su existencia. Pasará por mil embates, pero nunca será rencorosa ni cínica. Tampoco es creyente. Solo sabe que a un día, le sigue otro, que a veces hay que llenar la panza y comprarse ropa, porque la mala racha está a la vuelta de la esquina y mejor que te agarre gordito y abrigado.

 

Desarrolla, sin embargo, un código de ética. Si termina presa, considera que no vale de nada denunciar a los que delinquieron con ella. No mejorará su situación y el sistema solo ganará que otros pierdan la libertad. Nunca logra que un buen abogado la defienda, le tocan los de oficio, algunos le consiguen algo, la mayoría la ignora burocráticamente. De ahí que aprende a no esperar nada.

 

Muchas veces, en la cárcel, queda al borde de la muerte, por enfermedad o inanición y la salva la solidaridad, la piedad, la generosidad, azarosas, casi. Y ella devolverá los favores, no a los que se los hicieron a ella, a otros. Cuando apenas se entera que alguien cercano o conocido cayó preso, le lleva paquetes con lo que puede pagar, cigarrillos o víveres o ropa interior abrigada.

 

Al hijo intentará rescatarlo aquí o allá, una y otra vez. Las más de las veces, preferirá dejarlo con quienes podrán proveerlo de lo necesario para crecer o desarrollarse. Sobre todo, cuando ella, a duras penas, no se desmaya de hambre y llega al día siguiente.

 

En algunas partes del libro parece que pasaron muchos años y solo transcurrieron unos meses, vivir al día más que un arte es un milagro. Todas las convenciones o seguridades burguesas que disfrutamos le están vedadas a Teresa.

 

Cada vez que come bien, lo describe con detalle, al igual que si duerme bajo techo en una cama. Todo los que los demás damos por hecho, para ella es una contingencia que desaparece en cualquier momento. Y otra vez, a comer salteado, a dormir en los zaguanes. O en los rellanos de las escaleras, que en los edificios van a la terraza, sitio que prefiere sobre todo en invierno, porque nadie durante la noche, subirá a terraza. No será muy cómodo, pero al menos no hace tanto frío como en la calle. Las estaciones de trenes, micros, no son buenas, alguien siempre viene a despertarte y pedirte que te vayas.

 

Teresa nunca aprende a quererse, a apreciarse, a valorarse, y la de la película tiene un latiguillo que repite cada vez que no le va tan mal: Fue el mejor momento de mi vida. (Debe ser cosa de los guionistas Age y Scarpelli (seudónimo de Agenore Incrocci y Furio Scarpelli), firmantes de algunas de las comedias más humanas del cine italiano, que en esta ocasión trabajaron con la novelista Maraini, y como el latiguillo no está en la novela, se los atribuyo a ellos).

 

Age y Scarpelli deben ser los responsables de otra de las notorias diferencias entre película y libro. En el libro los hechos históricos que circunscriben la acción casi ni se mencionan, se dan por hechos. En el film, el ascenso, pujanza, decadencia y fin del fascismo están en primer plano y más que circunscribir el relato, lo potencian.

 

La cárcel, en la que cae a menudo, no le enseña nada, porque no quiere enderezarla si no castigarla de la peor manera posible. Para el capitalismo burgués, su delincuencia es la peor posible, el ataque a la propiedad. Si hubiera matado o se hubiera prostituido, el sistema hasta habría sido benévolo con ella.

 

En vez de misericordia, solo conoce golpes, torturas físicas o psicológicas, desprecios y humillaciones. Y la mayoría de las veces, se las propinan monjas, hermanas de la caridad.

 

Teresa sueña con el afán burgués de tener una casita, un trabajo decente, mantenerse dignamente, pero no se le da, porque el sistema elige perpetuarse en su injusticia antes de facilitarle nada.

 

Y Teresa termina siendo una eterna romántica anarquista al margen de todo, robándose billeteras, monederos, objetos suntuosos de algunas casas y pagando caro por ello, porque no tiene ni sangre fría, ni manos rápidas, ni astucia. Y persistirá hasta que la vida, la mate. Y uno no puede más que pensar ¡qué mujer podría haber sido si hubiera tenido al menos una oportunidad!

Gustavo Monteros

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.