viernes, 29 de noviembre de 2024

Querido diario - Hoy: Dos con Laure Calamy


 

La serie francesa Dix pour cent / Call My Agent, de 24 episodios, creada por Fanny Herrero, 2015-2020, se centra en una agencia de representantes de actores/actrices, directores/directoras y exhibe los problemas de los agentes y de sus representados, es decir las desventuras que se derivan de sus personalidades y de su conflictivo entorno. Es de tontos perdérsela, puesto que solo acepta elogios exacerbados, que uno sospecha pobres y mezquinos. Si no me creen, vean como muestra el episodio 6 de la segunda temporada que se llama Juliette, por Binoche, claro. Delicia de delicias. Comprobarán de paso por qué las actrices aparecen a veces disfrazadas en los eventos de alfombra roja y aprenderán también cómo sacarse de encima un pesado que es casi un ejemplo perfecto de acosador inmanejable. La serie catapultó a la fama a Laure Calamy y Camille Cottin, que venían haciéndose notar en secundarios y llevó a otro nivel las carreras de todos los que intervienen como miembros del staff de la agencia, como Nicolas Maury que en 2020 se probó como autor, director y protagonista de su propia película, Garçon chiffon (chico de peluche) o My Best Part (Mi mejor papel) para los países de habla anglosajona.

 

En este film, Jérémie Meyer (el propio Nicolas Maury) es un ejemplo insuperable de drama queen. Joan Crawford hace costumbrismo realista al lado suyo. Los celos desmadrados lx dominan y arruinan su relación con Albert (Arnaud Valois), un veterinario de muy buen ver. Jérémie es actor, sin trabajo por el momento y su agente Jean-François (Laurent Capelluto) le ruega dos cosas, que se presente al casting de la obra teatral Despertar en primavera de Frank Wedekind y que bajo ninguna circunstancia acepte ser el coach actoral de la directora cinematográfica, Sylvie (Laure Calamy) que se apresta a protagonizar la película que dirigirá en breve.

 

Sylvie es la quintaesencia de la artista estrella en problemas, está vulnerable, insegura, emocionalmente lábil, hipersensible, manipuladora y demandante. Para estar a salvo del pedido de Sylvie y poder prepararse bien para la prueba teatral, Jérémie cumplirá con el compromiso de acompañar a su madre en el homenaje póstumo que le harán a su padre, que se suicidó no hace mucho.

 

Bernardette (Nathalie Baye), la madre, tiene una casa de huéspedes en un paraje turístico-vacacional y hacia allá va Jérémie. En el tributo fúnebre, Bernardette es solo la primera esposa, hay una segunda mujer, la viuda oficial de marras, que viene acompañada por su suegra, que está perdidamente senil.

 

Bernardette le reclama a Jérémie no haberla acompañado mejor en su proceso de ruptura y divorcio, aunque el reclamo no se convierte en culpa, porque Bernardette comprende que Jérémie era apenas un chico, que se encerraba en sus fantasías de divas para elaborar la separación de sus padres a su modo. Ve a su hijx tan solx y desvalidx que le regala un cachorro de perro.

 

Jérémie a su vez cela a su madre con Kévin (Théo Christine), un chico de su edad que ayuda con las tareas del hotelito. Kévin es hetero como el de más, pero respeta y le intriga la plumífera desfachatez con la que Jérémie vive su vida.

 

Jérémie vuelve a la ciudad y entre cosas que se arman y desarman encontrará algo de paz. El final lo hallará con Kévin que vino al estreno de la obra y si hay un romance en ciernes o el inicio de una gran amistad como en el desenlace de Casablanca es algo que no sabremos. De lo que no queda duda es que Jérémie vivirá lo que sobrevenga en sus propios términos, como una buena diva que se precie de tal.

 

Este film es un buen drama de relaciones con actuaciones impecables que vuelan alto en el caso de Calamy y Baye. Ambas están inspiradísimas, Calamy a pleno histrionismo y Baye en completo sosiego. Sylvie/Calamy desordena a pura locura. Bernardette/Baye reacomoda su presente a pura sabiduría. Baye en algunas tomas nos recuerda a Selva Alemán, que se fue de gira no hace mucho y eso vuelve a su personaje más profundo y entrañable.

 

En Une femme du monde / Una mujer de mundo, 2021, de Cecile Ducrocq, Laure Calamy es Marie, una trabajadora sexual, que cumple su tarea con convicción y sin ninguna vergüenza. Tanto así que su hijo adolescente, Adrien (Nissim Renard) y sus padres saben a qué se dedica. Su madre en algún momento le pedirá que cambie de profesión y Marie contestará que no, que por qué.

 

Adrien, como suele suceder con los adolescentes, anda desorientado y no sabe bien qué hacer con su vida. Cree que le gustaría ser chef, pero por una broma de mal gusto lo echaron del secundario público con orientación culinaria en el que cursaba. Ahora dice que le gustaría enrolarse en el ejército, como fantasean o tienen la intención, algunos de sus compinches.

 

Marie no quiere ni oír hablar del mundo castrense. Se enteran de la existencia de una encumbrada, cara y lujosa academia privada de cocina. Los aspirantes deben pasar primero una entrevista. Adrien, asesorado por una amiga travesti de Marie, que fue abogadx, pasa la entrevista con creces. Ahora solo quedar reunir el importe de la matrícula, que es bastante salado para ellos, y hacer frente a las mensualidades.

 

La calle enfrenta una de sus habituales crisis económicas y está más dura que de costumbre. Por eso es que Marie abandona el cuentapropismo que la enorgullece y comienza a trabajar en un prostíbulo disfrazado de discoteca. Algo que Adrien le echará en caro disgustado cuando se entere. Marie, a su vez, le pedirá a Adrien que colabore haciendo pequeños trabajos. Algo que en un principio Adrien de puro inmaduro incumplirá, para después entrar por la variante y responsabilizarse, lo que augura un buen final.

 

Calamy no pidió dobles de cuerpo y jugó todas las escenas descarnadas y muy arriesgadas de sexo y se puso vestuarios que desfavorecerían a la Venus de Milo. Porque, como declaró, no puede haber verdad en la interpretación de una prostituta si se anda con remilgos.

 

Dato que remite a su esencia como actriz, a su manera única de “leer” sus personajes, de corporizarlos con todas las emociones, fantasías y sensualidades sin red ni reaseguro alguno. El concepto actoral de “aquí y ahora” con el que hace parar a sus personajes es maravilloso. Conocerla es amarla. La inmediatez con la que mira, siente, camina desarma al descreído más acérrimo del arte de actuar. Su talento es coraje puro.

 

Muchas ponen el cuerpo. Calamy lo planta sin pedir nada a cambio, porque actuar es dar sin miedo, y eso hace el prodigio, y nuestra retribución natural de dar hasta lo que no tenemos.

 

Ante una entrega así, solo nos queda el placer de la admiración sin límites. Y si ese ida y vuelta entre actor/a y espectador/a, ese intercambio de verdades, no es amor, se le parece tanto que debería serlo.

Gustavo Monteros


viernes, 22 de noviembre de 2024

Querido diario - Hoy: El primer día del resto de nuestras vidas


 

Así como no hay hijos malos, no hay géneros malos (aunque ejemplares de unos y otros a veces salgan mal)

 

Confieso que hay géneros que frecuento con interés renovado: el policial, la comedia, el musical, el drama. Otros que visito tan poco que ya soy un ignorante supino de ellos: el terror, el documental. Algunos fueron pujantes y hoy son casi una rareza: el western y el de guerra. Otros muy de moda en estos tiempos que me dan pereza visitar (para decirlo amablemente), porque caen las más de las veces en la fórmula, la poca imaginación, lo probado hasta el hartazgo: la biopic y el navideño.

 

El cine comercial de Hollywood, pasada la fiesta de Halloween ataca con el bodrio navideño (hay excepciones, pocas, pero las hay). Y como en todo país colonizado culturalmente, tengo la acotada elección de qué ver, en respuesta al mandato sin escapatoria de ver algo navideño, porque es el momento del año de hacerlo. (El que pueda huir del “supuesto” espíritu navideño en algún especto de la vida cotidiana ¡que pase la receta!)

 

Llego a esta película de casualidad, busco antecedentes de Melvil Poupard, hallo que estaba aquí, incluida en mi lista larga e inabarcable de pendientes a ver.   

 

Un conte de Noël (2008) (El primer día del resto de nuestras vidas para su distribución local) de Arnaud Desplechin cubre dos casilleros: es de Navidad y de familias disfuncionales, tema tan recurrente en los últimos 15 años, o alrededor de (desde mediados de los sesenta a mediados de los setenta, el tema excluyente era la pareja, hoy es la familia peculiar).

 

Junon (Catherine Deneuve) y Abel (Jean-Paul Roissillon) tienen una familia atravesada por la muerte. De jóvenes perdieron un hijo a los seis años de un cáncer. Y ahora a Junon se le declaró uno parecido que necesita de la médula de un donante compatible. Sin hacer mucho suspenso porque la gracia no va por ahí, en su familia tiene dos que podrían donarle médula, su hijo Henri (Mathieu Amalric) y su nieto Paul (Emile Berling).

 

Pero arranquemos con más orden, aparte del finadito, Junon y Abel tuvieron a Henri, que es financista, a Elizabeth (Anne Consigny) que es una dramaturga de éxito y a Ivan (Melvin Poupaud) que no queda claro a qué se dedica o se me pasó por alto.

 

Henri, un irresponsable, amoral, mujeriego, bebedor, tiene una novia, Faunia (Emmanuelle Devos), mujer de ascendencia judía con mucho humor y paciencia. (El judaísmo no es tema de conflicto en esta familia, pero no se soslaya, como si sintieran el mandato social de hacerse cargo de los prejuicios sociales)

 

Elizabeth, que como ya dijimos es una dramaturga de éxito, casada con un matemático genial, Claude (Hippolyte Girardot) y son padres de Paul, un adolescente que padece de un desequilibrio mental, que puede o no desembocar en la locura.

 

Ivan está casado con Sylvia (Chiara Mastroianni) y son padres de mellizos de unos ocho años, Basile (Thomas Obled) y Baptiste (Clément Obled).

 

El núcleo familiar inmediato incluye a Simon (Laurent Capelluto), sobrino de Junon y primo, claro, de Henri, Elizabeth e Ivan.

 

Y esta Navidad, debido a la enfermedad de Junon, es la primera reunión de todos en 5 años. Cuando la familia celebraba algo, siempre faltaba Henri, exiliado por Elizabeth como resultado de un juicio por deudas. Elizabeth, desde que decidió ser dramaturga, contó con el apoyo de Henri, tanto así que hasta le compró un teatro para que lo dirigiera y probara su creatividad con plena libertad, pero Herni cayó en una pequeña omisión, se olvidó de pagarlo. Al momento del juicio, pretendía saldar las deudas vendiendo lo que a los efectos reales no era suyo, dado que jamás lo había pagado. Abel estaba dispuesto a hipotecar la casona familiar y su empresa, una tintorería (más que limpiar ropa, se dedica a teñir telas para la industria), aunque había un problemita, lo que pudiera obtener no cubría la deuda. La solución vino de un as bajo la manga que sacó Elizabeth: cubrirá la deuda en su plenitud con la condición de no ver nunca jamás a Henri en ningún evento familiar. No podía evitar que todos vieran o visitaran a Henri, pero exigió que bajo ninguna circunstancia se lo pusieran por delante. La jueza que intervenía le dijo que la ley no podía avalarla, que era una cuestión privada, que solo podía pedir el compromiso de la familia. Y la familia optó con complacerla y exiliar a Henri de las reuniones familiares, hasta ahora, en que la enfermedad de Junon obliga a todos a deponer las diferencias.

 

Lo que Henri es, está a la vista desde el principio, pero ¿qué determinó específicamente que Elizabeth dijera basta? El motivo es objeto de especulación para el resto, nunca llegan a una conclusión satisfactoria. Incluso el propio Henri le reclama que defina qué fue lo que le hizo. Elizabeth nunca lo dice, solo equipara a Henri con el Mal Absoluto, con lo horrible, lo abyecto, con todo de lo que hay que huir para mantener a su hijo, sobre todo, alejado y protegido. Por supuesto, Henri y Paul simpatizan, y si pudieran desarrollar una relación, verían que no solo son compatibles en medula para Junon.

 

Junon enfrenta la enfermedad sin remilgos ni delicadezas. Desde la pérdida del primogénito, vida y muerte son contingencias cercanas para ella. Confiesa que Henri nunca le cayó bien y que nunca lo quiso. Henri dice que él siente lo mismo. Puede que sea verdad, pero no se convive inútilmente y terminan manifestándose una sinceridad conmovedora, que bien puede ser amor. Nada es blanco y negro en la vida.

 

Junon expresa que Sylvia le cae poco y mal, porque se ha llevado de premio a su hijo preferido, el más querido, Ivan. Y le dice a Faunia, que ella sí le cae bien, porque le saca de encima a su hijo menos querido, o sea Henri. Junon puede hablar con Faunia sin tapujos, porque es la extraña, la desconocida, a la que se le puede decir y contar lo que sea. Y si bien Junon no es de andar cargando lastre, le hace bien hablar con Faunia, la clarifica.

 

De adolescentes, Henri, Simon e Ivan estuvieron enamorados (o deseaban) a Sylvia. Henri en apariencia solo quería acostarse con ella y como no lo logró, no la cortejó más. Simon se la “cedió” a Ivan. Secreto contado por Rosaimée (Françoise Bertin) la abuela postiza de todos, que fue a su vez amante de la madre de Abel (la amplitud de las relaciones no es cosa que se inventó ayer, puede que ahora se tienda a poner los puntos sobre las íes, pero las alternativas vitales vienen desde el principio de los tiempos). Retomo, cuando Rosaimée le relata a Sylvia que Simon la “cedió”, aunque nunca dejó de amarla y perdió en la entrega su sentido del humor y su alegría de vivir, Sylvia se pregunta lo que en algún momento nos preguntamos todos: ¿qué hubiera sido de mi vida si en vez de lo que viví, hubiera vivido esto otro? Enterarse de la verdad le cae a Sylvia en un mal momento. No porque sienta que concluyó su ciclo con Ivan, sino por todo lo contrario, porque no hace mucho aceptó estar enamorada de él. Pero también siempre quiso a Simon, sin atreverse a desearlo. Ahora ¿tiene el permiso?

 

Elizabeth también tiene un pretendiente desfavorecido, Spatafora (Samir Guesmi) amigo de sus hermanos, hoy un delincuente de poca monta, con el que pudo haberse casado, y que esta Navidad le deja de regalo una cadenita de oro con una medalla, no el colmo de la belleza, pero no carente de encanto. ¿Sería Elizabeth una dramaturga de haberse casado con Spatasfora? Y este, ¿habría en tal caso zafado de una vida delincuencial? Sabrá Dios o el universo paralelo.

 

Como bien puede deducirse, es un film navideño, pero alejado de las ñoñerías habituales. Habla de reencuentros, sí, pero sin las boberas entusiastas de una superación amortizada a plazos. Como en la vida, no hay cambios drásticos ni definitivos. En los días que atestiguamos, todos son sacudidos emocionalmente. No sabremos a ciencia cierta en qué medida el sacudón los modificará. Junon obtiene su transfusión de médula. ¿La aceptará su cuerpo, le dará una larga y buena sobrevida? Como Elizabeth elegimos creer que sí. Después de todo, si hay que completar el cuento, que sea con la mejor de las probabilidades. ¿A quién no le gusta un final feliz?

Gustavo Monteros


viernes, 15 de noviembre de 2024

Historias dos veces contadas - Hoy: The End of the Affair


 


En las historias de amor, ¿qué impedimentos obstaculizan el final feliz a toda orquesta? A juzgar por Romeo y Julieta, La dama de las camelias, Titanic, Juventud divino tesoro, La strada, Ojos negros o Lo que queda del día, para mencionar algunos ejemplos pertinentes, los sospechosos de siempre serían el destino, la muerte, los mandatos sociales, las fallas personales insalvables o el peor de todos los castigos, la maldita mala suerte.

 

En su novela The End of the Affair (El fin de la aventura, según la traducción de Ricardo Bazza para la editorial Sur en 1952), Graham Greene, como no era hombre de andarse con chiquitas, elige como impedimento para el final feliz al supremo obstáculo si los hay: Dios, el mismísimo, el único que viste y calza. Por eso la novela por título y trama parece ser de amor, pero en realidad es de fe y las dificultades para acceder o permanecer en ella.

 

En cine la novela tiene hasta la fecha dos versiones, que como en el caso de Speak No Evil, que comentábamos hace poco, pueden verse una detrás de la otra, sin que perdamos interés, y esta vez no porque haya dos finales distintos, si no porque las circunstancias menores o aledañas son distintas y compararlas o contrastarlas le da sabor a la visión de las dos en sucesión.

 

La primera es de 1955, (que se dio con el título de la traducción de la novela o sea El fin de la aventura) la dirigió Edward Dimytryk, con guion de Leonore J. Coffe y el protagónico (nos ponemos de pie y cantamos un himno) de Deborah Kerr y Van Johnson (elegimos un comportamiento caballeroso y reprimimos la chiflada). Y llegué a ella por andar repasando la carrera de la Kerr en los años cincuenta. (El cinéfilo es un inadaptado con sus paraísos intransferibles, a veces soy feliz, ¡envídienme!)

 

La segunda es de 1999 (buen año para mí, escribí y protagonicé una obra que fue apreciada, angelada y exitosa) y es una de mis favoritas. La dirigió Neil Jordan, sobre guion propio y la protagonizaron Ralph Fiennes, el talentoso, y su majestad (nos ponemos de pie y vivamos tres hurras por su majestad) Julianne Moore. (Se la distribuyó rebautizada como El ocaso de un amor)

 

Y sin olvidar ni menoscabar, el cuarto en discordia (el tercero es Dios) o sea el marido, en la primera versión es Peter Cushing (en una de sus actuaciones más “serias” dado que el hombre sería uno de los reyes del género de terror) y en la segunda versión, nada más ni nada menos, que el bueno de Stephen Rea en una actuación tan conmovedora que dan ganas de adoptarlo.

 

La trama viene de triángulo habitual. Durante el bombardeo de Londres en la Segunda Guerra Mundial (el Blitz que le dicen), un novelista, Maurice Bendrix (Van Johnson / Ralph Fiennes) se enamora de Sarah Miles (tocaya de la actriz que descolló en los años sesenta y setenta, sobre todo en La hija de Ryan, David Lean, 1970) (o sea Deborah Kerr / Julianne Moore), que está casada con un alto funcionario, Henry Miles (Peter Cushing / Stephen Rea). La relación es pasional y poco les importa el bombardeo, tanto es así que uno los sorprende en plena cama. Él se había levantado para ver si la casera se había ido al refugio y Sarah podía salir del departamento y la explosión lo agarró en el pasillo. Sarah lo cree muerto y vuelve al cuarto a rezar y pedirle a Dios lo imposible, que lo devuelva a la vida, a cambio ella ofrece el sacrificio de no verlo más. Y al rato no va que Maurice se le aparece vivito y coleando. Cueste lo que le cueste, ella decide cumplir la promesa, ¿podrá?

 

Este es el núcleo y está respetado en las dos películas, todo lo demás es distinto. La relación entre Henry y Maurice, el hombre de fe que ayuda a Sarah, en un caso un polemista, en otro un sacerdote, la relación entre Maurice y Albert Parkis, el detective que contrata Maurice en nombre de Henry para que espíe a Sarah, cuando ya no está relacionada con Maurice, el hijo de Albert Parkis, un detalle en la primera, crucial en la segunda, el breve período en el que Sarah y Maurice son felices, que ocupa un momento en la primera y otro muy diferente en la segunda, el resurgimiento de la pasión en Maurice, bastante torpe en la primera (¿quizás más cercana a la novela original?, no lo sé, leí mucho Greene, pero me salteé esta novela, mea culpa, mea culpa, mea maxima culpa), más lógica en la segunda versión, etc.

 

Eso sí, la segunda versión corrige la ridiculez de la primera de sacar a Sarah de la cama en la que está convaleciente para mandarla otra vez a la cama a los minutos. Y enriquece de paso la relación de Maurice con el detective, en la primera más allá de la impecable actuación del gigante de John Mills (como la mencioné digo de paso que Mills ganó el Oscar como Mejor actor de reparto por La hija de Ryan, ¡quien lo ha visto, no lo olvida!) luce desperdiciado, en cambio el bueno de Ian Hart, en la segunda, tiene una relación más desarrollada con el personaje de Maurice, que se agradece con creces, porque tanto Fiennes como Hart pulen sus papeles y están maravillosos.

 

Y la verdad sea dicha, es tan espléndido lo de Julianne Moore que uno tiende a descuidar a Fiennes, que está glorioso en su relación con todos los demás personajes, sean estos la Sarah de Moore, el Henry de Rea o el Albert de Hart, y por supuesto el omnipresente (a la vez no presente, por problemas de cachet) Dios.

 

Dios es Dios y cuando se inmiscuye, la cosa se complica (dos Testamentos hay para comprobarlo), pero aquí no hay motivo para que desate su ira porque nadie toma su santo nombre en vano.

Gustavo Monteros


viernes, 8 de noviembre de 2024

Deborah en los cincuenta - Hoy: Los héroes también lloran


 

Si el viejo Hollywood fuera una religión, Deborah Kerr sería una de sus santas tutelares. Por belleza, talento innato y virtud camaleónica de perderse en sus personajes, fue la antecesora de Maggie Smith, Meryl Streep, Cate Blanchett y Julianne Moore.

 

Su inmensa capacidad se daba tan por descontado que, aunque la nominaron a seis premios Oscar, jamás se lo dieron. La compensaron con uno a su trayectoria en 1994, cuando ya llevaba casi 7 años retirada. BAFTA (o sea la British Academy of Film and Television) se había disculpado por no haberla premiado nunca con un galardón honorífico en 1991 y el Festival de Cannes había enmendado el deshonor con un trofeo especial en 1984.

 

Su especialidad eran las damas inglesas que hoy se denominan "clásicas", es decir, personajes refinados y reprimidos, que atraviesan experiencias emocionales desgarradoras. Pero su versatilidad inmanente la hacía desmarcarse del encasillamiento y sorprendía con caracterizaciones alejadas de lo que se esperaba de ella.

 

Fue del drama a la comedia con la naturalidad con la que se respira y se pueden dar clases de actuación con cualquiera de sus trabajos.

 

Su carrera en cine se extendió desde 1940 a 1969, año en el que se retiró. Entre 1982 y 1987 hizo solo televisión. Y hasta 1987 también se extendió su labor en el teatro, que no tuvo hiato desde que asomó en los escenarios a fines de los años treinta.

 

La rosa inglesa, le decían, aunque había nacido en Glasgow, Escocia. Y si en las películas en blanco y negro podía parecer rubia, era una pelirroja natural.

 

Me encantaría repasar su carrera de cabo a rabo, por ahora me conformo con revisitar los filmes que hizo en los años cincuenta, década en la que consolidó su estrellato con títulos insoslayables como Las minas del rey Salomón, Quo Vadis, El prisionero de Zenda, Julio César, De aquí a la eternidad, El rey y yo, Té y simpatía, Algo para recordar, o Mesas separadas. Y conste que dejo fuera de esta lista títulos de igual valía, como el que hoy me ocupa. Los héroes también lloran (The Proud and Profane, George Seaton, 1956)




Estamos en 1943 en Noumea, Nueva Caledonia. Lee Ashley (Deborah Kerr) llega con otras a ocupar sus puestos en la Cruz Roja (no son enfermeras, son proveedoras de servicios, en un club deben preparar y servir sanguches y bebidas, jugar a las cartas y al ajedrez con los soldados, enseñar francés y música, y aunque no forma partes de sus ocupaciones estrictas, dar una mano con los heridos, eso sí, de entrar en relación sentimental o sexual con alguno de los soldados, son devueltas a casa de inmediato. En resumen, son una especie de geishas occidentales, enviadas a estos confines para que los soldados no pierdan sentido de humanidad.

 

La jefa de este servicio es Kate Connors (Thelma Ritter), pura sensatez, practicidad y sabiduría. Kate resistió el nombramiento de Lee, porque cree que esta viene solo a averiguar el trasfondo de la muerte de su marido en la batalla de Bloody Ridge en Guadalcanal.

 

Lee no tarda en conocer al teniente coronel Colin Black (William Holden) del que termina por enamorarse, pero nos quedamos cortos si calificamos a la relación de difícil. (Él no es un soldado raso por la tanto puede entablar con ella una relación sin que la manden de vuelta a casa, privilegios del rango)

 

En más de un sentido son opuestos perfectos. Lee pertenece a las clases altas, tiene educación, clase, y jamás pasó necesidades. Colin viene de las clases bajas, tiene sangre indígena, creció en orfanatos y casas de acogida y el ejército fue su salvación de un casi predeterminado destino de cárcel. Al refinamiento y sofisticación de Lee, ofrece tosquedad, rudeza, machismo y violencia, aunque la calle le ha dado flexibilidad, astucia, sentido común, el valor de la palabra y solidaridad de especie.

 

Ella es católica, él, ateo. Ella resiste sus avances, pero la vence la voracidad sexual que él le despierta. Lee cree que Colin es soltero y avizora una boda en el horizonte. Sin embargo, no tarda en descubrir que él es casado y cuando le recrimina la mentira, él la empuja y la hace rodar unos escalones de piedra que le provocan el fin del embarazo.

 

Colin va a combate y vuelve en estado de shock pidiendo ser perdonado. Suponemos que ella eventualmente lo perdonará.

 

En un principio ella tiene un alto concepto de sí misma. De a poco descubrirá que es injustificado. Le cuesta aceptar que debe trabajar con heridos. Es manipuladora, soberbia, poco solidaria, inmisericorde. Corregirá alguna de estas cortedades, pero el final la sorprende resentida y vengativa. Él es feroz, bestial, pero evidencia una sensibilidad que no ha sabido cultivar.

 

Hay dos subtramas, la del soldado Eddie Wodcik (Dewey Martin) y la del capellán teniente Holmes (William Redfield).

 

Eddie conoció a Kate de niño, cuando ella era servidora social en un barrio carenciado y él, casi un chico de la calle. Kate y Eddie se quieren mucho y aunque la relación es primordialmente materno-filial, por debajo hay un sustrato sexual. Eddie cree que su hermanita que murió en un incendio, de haber crecido se habría parecido a Lee, y establece con ella, a pesar de la diferencia de edad, una actitud protectora de hermano mayor y hasta se trompea por ella.

 

El capellán Holmes inicia su misión con una fe férrea que comienza de a poco a tambalear. Después de una escaramuza con el enemigo, hizo que los soldados más creyentes se arrodillaran a rezar, pero un enemigo, herido, no muerto como creían todos, hizo explotar una granada que mató a mitad de los arrodillados, algo que el teniente coronel Colin Black considera inaceptable, por la torpeza de los soldados y la ingenuidad del capellán. Este se obsesionará en preguntarse qué motivos pudo haber tenido Dios para hacerlo sobrevivir, llegará a inquietantes conclusiones.

 

Como se ve es un drama rico y potente, con diálogos elocuentes y reveladores, sentenciosos a veces, profundos, la mayoría. Se me dio por pensar que los dramas revelan no solo las inquietudes de los tiempos en que fueron escritos, sino también el modo en que las sociedades que los produjeron eligen verse y pensarse.

 

Hoy los dramas de relación no necesitan consideraciones filosóficas, sociológicas o psicoanalíticas para ser relevantes, por el contrario, van por los detalles, por mostrar cómo las relaciones se establecen y se desarrollan.

 

En los años cincuenta se necesitaba establecer primero un marco de referencia, hacer pensar en que lo que se daba por hecho podía analizarse, profundizarse, estudiarse.

 

Hoy, que esos deberes ya fueron realizados, se muestra cómo los conflictos se establecen, se dilucidan las conductas que llevan a ellos, las “fallas” personales que los permiten.

 

Pero esta página es sobre Deborah, y si antes pudimos explayarnos sobre su personaje es por la riqueza de su trabajo. En un plano elemental podemos decir que la labor de un actor o de una actriz es aprenderse la letra y hacer creíble, o al menos cercana, la escena en la que participa. Pero cuando lo hacen bien y con talento, iluminan una conducta humana, la develan, y al hacerlo trascienden lo humano y participan por unos instantes de la naturaleza divina. Hacen arte. Deborah sabía de estas cosas. Y mucho.

Gustavo Monteros


viernes, 1 de noviembre de 2024

Historias dos veces contadas - Hoy: No hables con extraños


 

En un principio pensé que se trataba de otra instancia de eso que está tan de moda últimamente y que yo llamo “original y fotocopias” Es decir el fenómeno comercial de cuando una cinematografía comercial de algún país produce un argumento, que es repetido, casi sin reelaboraciones, por otras cinematografías, como la argentina Corazón de león (Marco Carnevale, 2013) (la de Francella que es enano y Julieta Díaz se enamora de él) que hasta la fecha tiene una copia colombiana, Corazón de león, Emilio T.Caballero, 2015, una francesa Un homme à la hauteur, Laurent Tirard, 2016, una peruana El gran León, Ricardo Maldonado, 2018, una mexicana, Mi pequeño gran hombre, Jorge Ramírez Suárez, 2018 y una brasileña, Amor Sem Medida, Ale McHaddo, 2021.

 

La dinamarco-holandesa Speak no evil Christian Tafdrup, 2022, y la estadounidense-croata-canadiense Speak No Evil (No hables con extraños), James Watkins, 2024, caen dentro de la lógica habitual de make y remake.

 

Comencé por la estadounidense, porque el tráiler me dejó con las ganas de saber si James McAvoy acentuaba la “intensidad” de su personaje a propósito o si sufría de los efectos secundarios de los anabólicos a los que se somete para tener cuerpo de patovica. No prolongaré la intriga, es lo primero con arrebatos incontrolables de lo segundo.

 

(En la nueva serie de HBO, The Franchise, que divierte con moderación, porque la comicidad depende en exclusivo de la enajenación de todos los personajes, que están relacionados con el mundo de las narraciones visuales, cine, televisión, juegos, etc., el personaje del actor que hace Billy Magnussen sufre precisamente de meterse en el cuerpo anabólicos y aledaños para dar el supuesto volumen corporal que su caracterización requiere, lo que le provoca trastornos físicos y psíquicos. ¿La burla te alcanza, querido James?)

 

El argumento de las dos Speak No Evil es muy sencillo y tiene dos partes claramente discernibles. En la de James McAvoy, una pareja de edad mediana, Louise (Mackenzie Davis) y Ben (Scoot McNairy), padres de una hija preadolescente, Agnes (Alix West Leffer) veranean con un contingente en la Toscana. Allí conocen a la pareja compuesta por Paddy (James McAvoy) y Clara (Aisling Franciosi), también con un hijo preadolescente, Ant (Dan Hough). La paridad de sus situaciones (misma edad, hijos de edad parecida) los lleva a relacionarse, y congeniar en líneas generales. Las vacaciones terminan, cada pareja vuelve a su hábitat, pasa un corto tiempo, y Louise, Ben y Agnes son invitados por Paddy, Clara y Ant a pasar un fin de semana en la casa grande en la que estos viven, que queda en una comarca apartada, donde los celulares no reciben conexión satelital. Las peculiaridades de los dueños de casa surgirán sin restricciones y los invitados enfrentarán dilemas de pesadilla.

 

Por tratarse de una película anglosajona, las motivaciones de todos los personajes se explicitan (no hasta la obviedad, como acostumbran, pero sí con una claridad subrayada) y así sabremos que el matrimonio de Louise y Ben está más cerca de la disolución que de la continuación, con el perdón de la rima, que Agnes se resiste a abandonar la infancia, de ahí que no pueda estar sin su peluche, al que, sin embargo, olvida en todas partes.

 

También la relación de Paddy y Clara, y las historias que los llevaron a unirse serán dilucidadas en detalle y el final no se apartará de lo que el público aprendió a esperar.




La original del director dinamarqués Christian Tafdrup tiene otra agenda y a pesar de todo los que las dos películas tienen en común en su primera parte, pueden verse una después de la otra sin problema y con gran interés.

 

Como dijimos la apertura es paralela, el conocimiento en la Toscana y la invitación que surge a continuación, después todo es diferente.

 

El equivalente al matrimonio de Louise y Ben es la pareja compuesta por Louise (Sidsel Siem Koch) y Bjørn (Morten Burain) y la hija sigue llamándose Agnes (Liva Forsberg). Se nota que Bjørn y Louise no están muy cómodos en su matrimonio, pero los motivos nunca se desarrollan, están implícitos y abiertos a las contingencias que el espectador pueda atribuirles. Agnes sigue sin poder estar sin su peluche, pero igual lo pierde a la primera de cambio.

 

La pareja que los invitará a la casa perdida en regiones apartadas está compuesta esta vez por Patrick (Fedja van Huêt) y Karin (Karina Smulders) y el hijo se llama Abel (Marius Damslev). Y como con Louise y Ben, las circunstancias que los llevaron a unirse y ser cómo son no se perfilan con minucia, quedan al arbitrio del espectador.

 

Y como también ya mencionamos el final (siempre en versión thriller sangriento a toda orquesta en ambas) es muy distinto y hace hincapié en atavismos perdidos. En un momento Bjørn le preguntará a Patrick: ¿Por qué nos hacen esto? Y Patrick responderá: Porque ustedes nos lo permiten. Y por desgracia, cualquier parecido con la situación social actual de la Argentina no es pura coincidencia. O sea, machaco yo a mi vez: El mal no es invencible, solo se expande porque se lo deja.

Gustavo Monteros