La serie
francesa Dix pour cent / Call My Agent, de 24 episodios, creada
por Fanny Herrero, 2015-2020, se centra en una agencia de representantes de
actores/actrices, directores/directoras y exhibe los problemas de los agentes y
de sus representados, es decir las desventuras que se derivan de sus
personalidades y de su conflictivo entorno. Es de tontos perdérsela, puesto que
solo acepta elogios exacerbados, que uno sospecha pobres y mezquinos. Si no me
creen, vean como muestra el episodio 6 de la segunda temporada que se llama
Juliette, por Binoche, claro. Delicia de delicias. Comprobarán de paso por qué
las actrices aparecen a veces disfrazadas en los eventos de alfombra roja y
aprenderán también cómo sacarse de encima un pesado que es casi un ejemplo
perfecto de acosador inmanejable. La serie catapultó a la fama a Laure Calamy y
Camille Cottin, que venían haciéndose notar en secundarios y llevó a otro nivel
las carreras de todos los que intervienen como miembros del staff de la
agencia, como Nicolas Maury que en 2020 se probó como autor, director y protagonista
de su propia película, Garçon chiffon (chico de peluche) o My
Best Part (Mi mejor papel) para los países de habla anglosajona.
En este
film, Jérémie Meyer (el propio Nicolas Maury) es un ejemplo insuperable de drama
queen. Joan Crawford hace costumbrismo realista al lado suyo. Los celos
desmadrados lx dominan y arruinan su relación con Albert (Arnaud Valois), un
veterinario de muy buen ver. Jérémie es actor, sin trabajo por el momento y su
agente Jean-François (Laurent Capelluto) le ruega dos cosas, que se presente al
casting de la obra teatral Despertar en primavera de Frank Wedekind y
que bajo ninguna circunstancia acepte ser el coach actoral de la directora
cinematográfica, Sylvie (Laure Calamy) que se apresta a protagonizar la
película que dirigirá en breve.
Sylvie es la
quintaesencia de la artista estrella en problemas, está vulnerable, insegura,
emocionalmente lábil, hipersensible, manipuladora y demandante. Para estar a
salvo del pedido de Sylvie y poder prepararse bien para la prueba teatral,
Jérémie cumplirá con el compromiso de acompañar a su madre en el homenaje
póstumo que le harán a su padre, que se suicidó no hace mucho.
Bernardette
(Nathalie Baye), la madre, tiene una casa de huéspedes en un paraje
turístico-vacacional y hacia allá va Jérémie. En el tributo fúnebre,
Bernardette es solo la primera esposa, hay una segunda mujer, la viuda oficial
de marras, que viene acompañada por su suegra, que está perdidamente senil.
Bernardette
le reclama a Jérémie no haberla acompañado mejor en su proceso de ruptura y
divorcio, aunque el reclamo no se convierte en culpa, porque Bernardette
comprende que Jérémie era apenas un chico, que se encerraba en sus fantasías de
divas para elaborar la separación de sus padres a su modo. Ve a su hijx tan
solx y desvalidx que le regala un cachorro de perro.
Jérémie a su
vez cela a su madre con Kévin (Théo Christine), un chico de su edad que ayuda con
las tareas del hotelito. Kévin es hetero como el de más, pero respeta y le
intriga la plumífera desfachatez con la que Jérémie vive su vida.
Jérémie
vuelve a la ciudad y entre cosas que se arman y desarman encontrará algo de
paz. El final lo hallará con Kévin que vino al estreno de la obra y si hay un
romance en ciernes o el inicio de una gran amistad como en el desenlace de Casablanca
es algo que no sabremos. De lo que no queda duda es que Jérémie vivirá lo que
sobrevenga en sus propios términos, como una buena diva que se precie de tal.
Este film es
un buen drama de relaciones con actuaciones impecables que vuelan alto en el
caso de Calamy y Baye. Ambas están inspiradísimas, Calamy a pleno histrionismo
y Baye en completo sosiego. Sylvie/Calamy desordena a pura locura.
Bernardette/Baye reacomoda su presente a pura sabiduría. Baye en algunas tomas
nos recuerda a Selva Alemán, que se fue de gira no hace mucho y eso vuelve a su
personaje más profundo y entrañable.
En Une
femme du monde / Una mujer de mundo, 2021, de Cecile Ducrocq, Laure
Calamy es Marie, una trabajadora sexual, que cumple su tarea con convicción y
sin ninguna vergüenza. Tanto así que su hijo adolescente, Adrien (Nissim
Renard) y sus padres saben a qué se dedica. Su madre en algún momento le pedirá
que cambie de profesión y Marie contestará que no, que por qué.
Adrien, como
suele suceder con los adolescentes, anda desorientado y no sabe bien qué hacer
con su vida. Cree que le gustaría ser chef, pero por una broma de mal gusto lo
echaron del secundario público con orientación culinaria en el que cursaba.
Ahora dice que le gustaría enrolarse en el ejército, como fantasean o tienen la
intención, algunos de sus compinches.
Marie no
quiere ni oír hablar del mundo castrense. Se enteran de la existencia de una
encumbrada, cara y lujosa academia privada de cocina. Los aspirantes deben
pasar primero una entrevista. Adrien, asesorado por una amiga travesti de
Marie, que fue abogadx, pasa la entrevista con creces. Ahora solo quedar reunir
el importe de la matrícula, que es bastante salado para ellos, y hacer frente a
las mensualidades.
La calle
enfrenta una de sus habituales crisis económicas y está más dura que de
costumbre. Por eso es que Marie abandona el cuentapropismo que la enorgullece y
comienza a trabajar en un prostíbulo disfrazado de discoteca. Algo que Adrien
le echará en caro disgustado cuando se entere. Marie, a su vez, le pedirá a
Adrien que colabore haciendo pequeños trabajos. Algo que en un principio Adrien
de puro inmaduro incumplirá, para después entrar por la variante y
responsabilizarse, lo que augura un buen final.
Calamy no
pidió dobles de cuerpo y jugó todas las escenas descarnadas y muy arriesgadas de
sexo y se puso vestuarios que desfavorecerían a la Venus de Milo. Porque, como
declaró, no puede haber verdad en la interpretación de una prostituta si se
anda con remilgos.
Dato que
remite a su esencia como actriz, a su manera única de “leer” sus personajes, de
corporizarlos con todas las emociones, fantasías y sensualidades sin red ni
reaseguro alguno. El concepto actoral de “aquí y ahora” con el que hace parar a
sus personajes es maravilloso. Conocerla es amarla. La inmediatez con la que
mira, siente, camina desarma al descreído más acérrimo del arte de actuar. Su
talento es coraje puro.
Muchas ponen
el cuerpo. Calamy lo planta sin pedir nada a cambio, porque actuar es dar sin
miedo, y eso hace el prodigio, y nuestra retribución natural de dar hasta lo
que no tenemos.
Ante una
entrega así, solo nos queda el placer de la admiración sin límites. Y si ese
ida y vuelta entre actor/a y espectador/a, ese intercambio de verdades, no es
amor, se le parece tanto que debería serlo.
Gustavo
Monteros