Sabía que la
había visto, pero me acordaba poco o nada de para donde iban los tiros. Se
trataba, claro, de un western serio. El título así lo proclamaba: Lawman
(Hombre de ley en su traducción literal y como Yo soy la ley, se
la conoció por acá, Michael Winner, 1971) Nada de spaghetti, muy en auge por
aquellos tiempos, ni de comedia al estilo de Ayude a su comisario (Support
Your Local Sheriff!, Burt Kennedy, 1969). Tampoco nada de alegorías épicas
o metafísicas modelo John Ford con inquietudes. El empaquetado (tráiler,
afiche, resumen) sugería que venía más para el lado del drama moral, algo así
como un Ibsen con caballos. Y por la edad de su protagonista, Burt Lancaster a
sus 58 años, el héroe, por supuesto, era crepuscular.
Por lo tanto,
venía más para el lado de un hombre que iba a poner en prueba lo aprendido que
de uno que iba a construir sabiduría. En
el pueblo en el que Jared Maddox (Burt Lancaster) era sheriff, Bannock, para
más precisiones, una noche en que estaba ausente en busca de forajidos, los
hombres de Vincent Bronson (Lee J.Cobb) un ganadero de Sabbath, se sobrepasaron
de whisky, sexo, juegos de azar y disparos y en la exuberancia de su desatada
diversión terminaron por matar a un anciano, sin reflejos para refugiarse a tiempo.
Ahora Maddox
/ Burt se apersona en Sabbath para llevarse a Bronson y sus hombres para ser
juzgados en Bannock.
Bronson,
como buen ricachón, quiere evitar que la ley lo alcance y le pide al sheriff de
Sabbath, Ryan (Robert Ryan) que le arregle una cita con Maddox para sondearlo.
Ryan le anticipa que Maddox es incorruptible. Bronson sabe que puede ir a
Bannock y comprar al juez y a todo el pueblo, pero no tiene ganas de postergar
trabajo en el rancho para cumplir con la ley.
La mano
derecha de Bronson, Harvey Stenbaugh (Albert Salmi) quiere apurar la situación
y desafía a Maddox que lo mata. A Bronson no le queda otra que vengarlo, algo
que en el fondo no quiere hacer porque andar a los tiros es cosa del pasado.
Ryan si bien
responde a Bronson admira la integridad de Maddox, aunque le pide que sea menos
inflexible y acepte dinero como compensación por la muerte del viejo ciudadano
de Bannock. Lucas (Joseph Wiseman), el dueño del salón de Sabbath, admira
también a Maddox, pero considera que su apego a la ley está equivocado y que
mejor debe negociar una alternativa. Una expareja de Maddox, Laura Shelby
(Sheree North), ahora compañera de uno de los hombres de Bronson, le pide
también a Maddox que sea flexible. Ante tanta insistencia, Maddox reconsidera
su postura, pero un hecho de sangre lo pone en un camino sin salida.
La presencia
de la ley en el título no es al divino botón porque todo gira alrededor de los
vericuetos de la justicia, si en este caso es preferible la formal con juez y
jurado, o la informal, con algún arreglo compensador para el pueblo asolado y
su víctima. Las posturas de los personajes son claras y cada acción tiene su
consecuencia. Y son estas consecuencias más que la metida de cola del destino
las que determinan el relato.
Le escribo a
un amigo: “Vuelvo a ver Lawman o Yo soy la ley, un western de
1971 de Michael Winner. Correcto, al uso, standard. Nada innovador, pero
entretenido. Con escenas de lucimiento para las veteranas coestrellas Lee J.
Cobb, Robert Ryan y Joseph Wiseman, con otro buen secundario de Robert Duvall y
los pininos de unos jóvenes Richard Jordan y John Beck. Pero lo que motiva este
comentario es la estrella del film o sea Burt Lancaster. Mamma mia, era todo
eso que se dice de él y que siempre supimos. Tiene una autoridad innata. Pega
todas las intenciones, maneja el nivel justo de emoción, fluye, es dinámico, es
imposible dejar de mirarlo, de perderlo, por momentos parece que no estuviera
haciendo nada y está haciendo mil cosas a la vez, algunas hasta
contradictorias. Cuando uno lo vuelve a ver en El gatopardo, en La
celda olvidada, en Elmer Gantry, en El farsante, en La
rosa tatuada o en Sweet Smell of Success / La maldita mentira uno
espera maravillarse, sorprenderse con algún detalle que no notamos las otras
veces, y no encantarse con él en Aeropuerto, Pánico en el puente
o Victoria en Entebbe, pero es maravilloso en todo y en todas. Bueno,
eso, ya sabemos hasta el hartazgo esto que digo, pero me sorprendió comprobarlo
en un western de domingo. Cheers!!!”
Le escribo, pero
no se lo mando. ¿Por qué? No sé. Si supiera todas las respuestas, sería feliz
(o casi)
Gustavo
Monteros
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