viernes, 5 de abril de 2024

Querido diario - Hoy: Yo soy la ley


 

Sabía que la había visto, pero me acordaba poco o nada de para donde iban los tiros. Se trataba, claro, de un western serio. El título así lo proclamaba: Lawman (Hombre de ley en su traducción literal y como Yo soy la ley, se la conoció por acá, Michael Winner, 1971) Nada de spaghetti, muy en auge por aquellos tiempos, ni de comedia al estilo de Ayude a su comisario (Support Your Local Sheriff!, Burt Kennedy, 1969). Tampoco nada de alegorías épicas o metafísicas modelo John Ford con inquietudes. El empaquetado (tráiler, afiche, resumen) sugería que venía más para el lado del drama moral, algo así como un Ibsen con caballos. Y por la edad de su protagonista, Burt Lancaster a sus 58 años, el héroe, por supuesto, era crepuscular.

 

Por lo tanto, venía más para el lado de un hombre que iba a poner en prueba lo aprendido que de uno que iba a construir sabiduría.  En el pueblo en el que Jared Maddox (Burt Lancaster) era sheriff, Bannock, para más precisiones, una noche en que estaba ausente en busca de forajidos, los hombres de Vincent Bronson (Lee J.Cobb) un ganadero de Sabbath, se sobrepasaron de whisky, sexo, juegos de azar y disparos y en la exuberancia de su desatada diversión terminaron por matar a un anciano, sin reflejos para refugiarse a tiempo.

 

Ahora Maddox / Burt se apersona en Sabbath para llevarse a Bronson y sus hombres para ser juzgados en Bannock.

 

Bronson, como buen ricachón, quiere evitar que la ley lo alcance y le pide al sheriff de Sabbath, Ryan (Robert Ryan) que le arregle una cita con Maddox para sondearlo. Ryan le anticipa que Maddox es incorruptible. Bronson sabe que puede ir a Bannock y comprar al juez y a todo el pueblo, pero no tiene ganas de postergar trabajo en el rancho para cumplir con la ley.

 

La mano derecha de Bronson, Harvey Stenbaugh (Albert Salmi) quiere apurar la situación y desafía a Maddox que lo mata. A Bronson no le queda otra que vengarlo, algo que en el fondo no quiere hacer porque andar a los tiros es cosa del pasado.

 

Ryan si bien responde a Bronson admira la integridad de Maddox, aunque le pide que sea menos inflexible y acepte dinero como compensación por la muerte del viejo ciudadano de Bannock. Lucas (Joseph Wiseman), el dueño del salón de Sabbath, admira también a Maddox, pero considera que su apego a la ley está equivocado y que mejor debe negociar una alternativa. Una expareja de Maddox, Laura Shelby (Sheree North), ahora compañera de uno de los hombres de Bronson, le pide también a Maddox que sea flexible. Ante tanta insistencia, Maddox reconsidera su postura, pero un hecho de sangre lo pone en un camino sin salida.

 

La presencia de la ley en el título no es al divino botón porque todo gira alrededor de los vericuetos de la justicia, si en este caso es preferible la formal con juez y jurado, o la informal, con algún arreglo compensador para el pueblo asolado y su víctima. Las posturas de los personajes son claras y cada acción tiene su consecuencia. Y son estas consecuencias más que la metida de cola del destino las que determinan el relato.

 

Le escribo a un amigo: “Vuelvo a ver Lawman o Yo soy la ley, un western de 1971 de Michael Winner. Correcto, al uso, standard. Nada innovador, pero entretenido. Con escenas de lucimiento para las veteranas coestrellas Lee J. Cobb, Robert Ryan y Joseph Wiseman, con otro buen secundario de Robert Duvall y los pininos de unos jóvenes Richard Jordan y John Beck. Pero lo que motiva este comentario es la estrella del film o sea Burt Lancaster. Mamma mia, era todo eso que se dice de él y que siempre supimos. Tiene una autoridad innata. Pega todas las intenciones, maneja el nivel justo de emoción, fluye, es dinámico, es imposible dejar de mirarlo, de perderlo, por momentos parece que no estuviera haciendo nada y está haciendo mil cosas a la vez, algunas hasta contradictorias. Cuando uno lo vuelve a ver en El gatopardo, en La celda olvidada, en Elmer Gantry, en El farsante, en La rosa tatuada o en Sweet Smell of Success / La maldita mentira uno espera maravillarse, sorprenderse con algún detalle que no notamos las otras veces, y no encantarse con él en Aeropuerto, Pánico en el puente o Victoria en Entebbe, pero es maravilloso en todo y en todas. Bueno, eso, ya sabemos hasta el hartazgo esto que digo, pero me sorprendió comprobarlo en un western de domingo. Cheers!!!”

 

Le escribo, pero no se lo mando. ¿Por qué? No sé. Si supiera todas las respuestas, sería feliz (o casi)

Gustavo Monteros

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