Netflix sube Smokey and the bandit (Dos pícaros
con suerte, Hal Needham, 1977) y como alguna vez fui un chico con ojos de
matiné, me pongo a verla con anticipada nostalgia. Es el debut en la dirección
de quien fuera y seguirá siendo un doble de riesgo y como cumple aquello de que
es mejor hablar de lo que se conoce, el resultado sorprende por su solidez.
Ojo, no nos confundamos, es una pieza industrial concebida como mecanismo para
ganar dinero, pero está hecha con cariño y oficio, bah, entendimiento del
oficio y para los parámetros de hoy en día (que “salga con fritas”) se
parangona al cine arte. Dicho esto sin ánimo de chiste. El cine comercial de
los setenta a la fecha ha involucionado mal, tanto que los productos
comerciales de dicha época se agigantan.
Smokey and the bandit que trajo secuelas y imitaciones se basa en la lógica de la persecución que
se origina en este caso en la apuesta de si Bandit (Burt Reynolds) y el
camionero Cledus (el cantante y compositor de country music, Jerry Reed) son
capaces de transportar una carga de cerveza para una fiesta en tiempo récord
atravesando varios estados y burlando las restricciones policiales.
En el camino habrá gags, personajes
cómicos caricaturescos, rotura de patrulleros, peleas a puños y chicas rotundas
de remera apretada. Rol que por entonces podía cubrir Sally Field con gran
autoridad física. Sally no siempre fue la madre noble y sufrida, es más, tuvo
tantas carreras como la protagonista de la canción de Sondheim “I’m still here”.
Sondheim viene a cuento porque se lo menciona. Sally es una bailarina de línea
que casi llega a Broadway y Stephen es su innovador favorito.
Sally aquí es una novia fugitiva,
cuyo novio abandonado (el musculoso Mike Henry, que en los sesenta fuera
Tarzán) busca recuperarla con la ayuda de su padre, el comisario Buford T (el
inmenso Jackie Gleason, que tuvo también tantas carreras como para cantar su
versión de “I’m still here”)
Esta es la primera colaboración
Sally Field-Burt Reynolds, que fueron pareja estable un ratito e intermitente
siempre que podían. Sally declaró y declara a los cuatro vientos que siempre lo
quiso y Burt, mientras tuvo parejas celosas, no lo gritó tanto pero lo demostró
siempre. Y la química off-stage se comprueba on-stage para beneficio público.
Reynolds se hizo eterno en el 18 y casi
todos los obituarios destacaron su talento de partener de actrices impares en
tren de comedia, a saber, la mencionada Sally Field, más Goldie Hawn, Liza
Minnelli, Candice Bergen, Julie Andrews, Jill Clayburgh y Madeline Kahn, entre
otras. Como pocos grandes caballeros del cine (Omar Sharif y Hugh Grant entre
los más conspicuos) sabía dar lugar a que su coprotagonista brillara. No
encuentro por ninguna parte, la que es con Goldie Hawn, Best friends (Amigos íntimos
se llamó aquí) y que dirigió el maestro Norman Jewison en el 82. Pero sí hallo
en la red otra de mis favoritas, Starting
over.
Starting over
(conocida aquí como Tres no hacen pareja)
fue dirigida por otro maestro, Alan J Pakula, en 1979 y aquí Burt comparte
cartel con Jill Clayburgh y Candice Bergen. Se basa en una novela de Dan
Wakefield, con guión de James L Brooks, sí, el autor y director de La fuerza del cariño (1983), Detrás de las noticias (1987), Mejor…imposible (1997) y Spanglish (2004).
En Starting over (Recomenzando, sería su traducción literal) Phil
Potter (Reynolds, of course) es un autor de artículos para revistas que se
distribuyen gratuitamente en los aviones que intenta cortar lazos con su
exmujer, la cantautora Jessica Potter (Candice Bergen). Si bien el matrimonio
está terminado, la cosa no es fácil, todavía hay buen sexo entre ellos y las
facturas no terminaron de pasarse y pagarse. A instancias de su hermano,
Michael (Charles Durning) y su mujer Marva (Frances Sternhagen) inicia relación
con la maestra Marilyn Holmberg (Jill Clayburgh), que arrastra sus propias batallas
sentimentales perdidas y que terminará por pagar los platos rotos de Phil y
Jessica.
Dos detalles de esta película
quedaron grabados a fuego en mi memoria y los revisito con deleite. Uno involucra
un gag con el famoso y nunca bien ponderado Valium y el otro es que Jessica
(Candice Berger fue nominada para el Óscar como mejor Actriz de Reparto por
esta delicia) compone buenas canciones que describen lo que siente, pero las
canta ¡desastrosamente! (y los signos de admiración son parcos en este caso)
(Candice perdería su Óscar porque justo le tocó competir con una actriz que los
imanta, una tal Meryl Streep que ese año hizo eso de Kramer versus Kramer)
Jill Clayburg no canta, no le hace
falta para lucirse como la mejor. Es más, su actuación aquí le reportó también
una nominación para el Óscar, en su caso como Actriz Principal (fue su segunda
y última, el año anterior la había obtenido por esa maravilla que fue Una mujer descasada (Paul Mazursky,
1978) y con la que nos enamoró por siempre jamás) Lo volvió a perder, por culpa
de Sally Field y su Norma Rae (Martin
Ritt, 1979) (película censurada por su descripción de la política, la dictadura
era “apolítica”, sin comentarios, y que recién pudimos ver junto a muchas otras
en la primavera alfonsinista) Ah, la pobre Jill, al de Una mujer descasada lo había perdido a manos de Jane Fonda (otra
enamorada del Óscar) por su Regreso sin
gloria (Hal Ashby, 1978)
El Óscar como todo premio es una
lotería y puede que Candice y Jill lo perdieran, pero la gloria de su trabajo
se reverdece cada vez que vemos esta película, y los obituarios de Burt no
fueron clementes sino justicieros, si pueden lucirse tanto es porque Reynolds
sabe hacer que su galán las espeje en todo su esplendor. Arte injusto el del
galán, concita suspiros, pero poco reconocimiento crítico. (Si lo sabré yo…LOL,
mucho LOL)
Gustavo Monteros
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