Hay películas que cumplen lo que prometen,
que dan lo que se espera de ellas. Si uno ve el afiche o el tráiler de Terremoto: la Falla de San Andrés (San Andreas, Brad Peyton, 2015), sabe de
inmediato que se trata de una película catástrofe, diseñada como vehículo de
lucimiento para Dwayne Johnson (ex La Roca) Y uno, sin ser experto en metalenguajes,
comprende en el acto, antes de ver la película, que volará, o más bien en este
caso se partirá, todo de manera muy espectacular, mientras él no salva al mundo
(a los yanquis se les está haciendo muy difícil vender ese zapallo) sino a su
familia y a otro núcleo familiar adoptado que encontraron por el camino.
Hay dos tramas en realidad, una científica (o
pseudo científica, porque no sé nada del tema) con Paul Giamatti a la cabeza,
que lleva tranquilidad a la platea, porque nos informa que se pueden predecir
con cierta antelación los terremotos, lo que no salvará a todos, pero sí a
muchos. Y la otra trama, claro, tiene a Dwayne ex La Roca Johnson como líder.
Los musculosos en el cine han evolucionado. Desde
los primitivos Maciste, Hércules, Sansón y demás a Jason Momoa y John Cena, hay
toda una parábola de crecimiento. Arrancó Stallone inventándose un par de
personajes icónicos, que desarrolló en sendas sagas. Schwarzenegger, con uno de
los apellidos más difíciles de la historia del cine, se desmarcó del héroe
fisiculturista y probó la comedia y siempre que pudo, dentro de sus notorias
limitaciones actorales, extendió el arco de sus personajes. Hace poco Jean
Claude Van Damme descubrió la infinita gracia de la autoparodia, y así si nos
fijamos en las carreras de cualquier musculoso desde los ochenta hasta ahora,
veremos que algo intentaron para no quedarse en la zona de confort del héroe pétreo
con mejor escote que Hedy Lamarr (antológico chiste de Groucho Marx a propósito
de Victor Mature, compañero de la diva en Sansón
y Dalila (Cecil B de Mille, 1949))
Dwayne está en la penúltima ola (después
vienen los mencionados Momoa y Cena) y ya es toda una estrella consagrada. Aquí
y en otras películas, deseoso de mostrar que no es solo una pila de músculos
sino también un hombre sensible, ¡qué joder! Esto explicaría lo rebuscado del
conflicto que padecen él y su familia, con pasado trágico a superar y esas
cosas. Eso sí es un pilín absurdo que la nueva pareja de la probable futura
exesposa de Johnson sea un egoísta tan mayúsculo y su hermanita tremenda bruja.
Pero, bueno, había que subrayar que la familia original, con sus peores cosas,
es siempre mejor que lo que se pueda conseguir. Bueno, che, es para agrandar al
héroe, no por un conservadurismo a ultranza, no vayas a creer…
Todo avanza según lo previsto, y ahí está el
goce. La comprobación, paso a paso, de lo que esperamos. La realización de
nuestras expectativas. Si se lo piensa un segundo, no es poco. Si lo tomamos
con Filosofía, hay mucha tela que cortar aquí.
Por supuesto no pueden evitar ser patrioteros
y batir banderitas yanquis. Aquí como todo es a lo grande, se despliega una
gigantesca al final con la promesa de la reconstrucción.
En su momento no vi esta película, porque no
tenía ganas de corroborar lo que sabía. Ahora, pandemia mediante, tengo esas
ganas y disfruté corroborando precisamente eso, lo obvio. Por eso el cine
industrial resiste, no solo de grandes maestros se nutre el paladar cinéfilo. Las
papas fritas resisten y resisten, a los malos aceites, a la cuenta de calorías,
a la amenaza de colesteroles, no pueden ser erradicadas. Porque dan lo que
prometen. Antes incluso de llevárnoslas a la boca, sabemos cómo son, a qué
saben. Bueno, esta gran rama del cine es como las papas fritas.
Hasta mañana
Gustavo Monteros
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.