En el prólogo, Andrés (Miguel Rodante) el
empleado de un inmenso complejo vacacional, a pesar del aliento de su esposa
Gloria (Montserrat Marañón) se quiebra y el quiebre no augura nada bueno
respecto a las condiciones de trabajo y las intenciones del monstruo vacacional.
Cuando la historia propiamente dicha comienza, vemos a Pedro (Luis Gerardo
Méndez) llegar con su mujer Eva (Cassandra Ciangherotti) y su hijo Ratón al
hiperbólico sitio de descanso. Van a reparar algo que le pasa con Eva o que le
ha pasado a Eva, no lo sabemos todavía, pero que algo pasó, pasó. Los problemas
no tardan en empezar. Tendrán que compartir el departamentito asignado con otra
familia, la de Abel (Andrés Almeida), señor que parece tener una sospechosa
cercanía con la administración del complejo.
Después veremos que la historia se articula
por partida doble, por lo que le pasa a Pedro y por cómo es ahora la vida de
Andrés.
Muy de a poco, las circunstancias de Pedro se
enrarecen y su familia comienza a tomar el punto de vista de Abel, por el que
Pedro siente una insuperable animadversión.
Se introducirá entonces un personaje muy
particular, Tom (RJ Mitte) un gerente de liderazgo que entrena a los aspirantes
a ascender, entre los que se encuentra Gloria.
La película exhibe dos tendencias que el cine
mexicano maneja a la perfección, uno, en esto de enrarecer climas surge como ineludible
la sombra del gran Luis Buñuel que dejó en México su gran impronta, y dos, en
el manejo de circunstancias dolorosas nadie mejor que ellos, que tienen una
larga y férrea tradición en el melodrama. Lástima que en un momento clave, el
relato se incline o haga pie en el melodrama cuando hubiera sido mejor la
sutileza o la distancia.
Tiempo
compartido es de esas películas que se admiran más por
el esfuerzo que por los logros obtenidos. Se la hizo difícil y si bien no
triunfa, no sale mal parada, de ahí los premios para los actores y las
nominaciones para director Sebastián Hofman y para los guionistas, el mismo
Hofman más Julio Chavezmontes en festivales varios. Quiere establecerse como
metáfora de la vieja y querida dicotomía de la ciencia ficción: el mundo
corporativo y su modelo de vida ordenado, imperturbable, consumidor y uniforme
y los que resisten a ser atrapados por ese hipnótico y ficticio modo de vida,
ya sea por convicción o porque aunque lo intenten, no les sale, ya que les es
más fuerte el impulso a resistirse a una vida, que ellos ven en su esencia,
siniestra y manipulada por cuatro cínicos, por más que en la superficie “de
venta” parezca buena, alegre, brillante y confortable.
Más allá de los reparos, que mucho no puedo
detallar sin espoliar, creo que merece verse, por las actuaciones, porque
habilita la discusión de qué mundo queremos y porque cuando la pega, nos da una
idea de lo difícil que se la hicieron y lo cerca que estuvieron de lograrla.
Tiempo
compartido puede verse en Netflix.
Gustavo Monteros
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