François Ozon es uno de los grandes favoritos de los
distribuidores locales, hemos visto casi todos sus títulos estrenados en los
cines. No es de extrañar, es impredecible (salta de un género a otro), es
arriesgado (juega siempre con temas que bordean lo escandaloso), elegante (su
cine es agradable hasta cuando no lo es) y prolífico (se mueve casi a un título
por año, la prodigalidad crea hábito y dependencia, lo que acrecienta lo
económico). Tiene ambiciones de “autor” y no te hace quedar mal cuando invitas
a “la última de”… Hasta ahora.
Nobleza obliga, vi su film el día en que nos comunicaron
que volvíamos a la tutela del FMI, algo que el que tiene memoria no puede
soslayar, incorporar y manejar, así como así, ya que casi todas las cosas que
pudieron ser regulares, fueron horribles por su designio y consejo. A lo que
voy es que la realidad me llevaba una y otra vez a los recuerdos de una
realidad nefasta, y se necesitaba una narración no tan apegada a la frialdad, a
la estética, a la cinefilia para abstraerme.
El amante
doble juega con unas cuantas fantasías como la de acostarse
con el psicoterapeuta o experimentar el sexo con gemelos. Como todo,
absolutamente todo en Ozon remite a la cinefilia, la frialdad deriva de
Chabrol, ¿dijimos mellizos?, volvamos a los mellizos de Cronenberg, los de su Dead Ringers/Pacto de amor corporizados
por seductora sinuosidad por el inmenso Jeremy Irons, y la anécdota surge de la
siempre rendidora premisa de preguntarnos qué filmaría Hitchcok en la
actualidad de ser eterno.
El problema es que habrá más espejos enfrentados que en
una vidriería, la historia tendrá más dobleces que el hojaldre, y tras el armado
del cuento al final, más que la supresión de la incredulidad se nos pide un
salto de fe, para desbrozar símbolos primero y compartir después el desenlace
de la terapia de la protagonista, que nos condujo con sustituciones y variantes
por el frágil laberinto de su mente. La pregunta del millón es si la situación
en la que se halla la protagonista interesa o no.
La cosa se inicia con una chica, Chloe (Marine Vacth,
descubierta por el mismísimo Ozon para Jeune
et jolie, aquí con un corte de pelo que la asemeja a la Juliette Binoche
incónica) que es invitada a hacer terapia porque su malestar de vientre no
obedece a ningún cuadro clínico y es probable que se trate de alguna
psicopatía, de allí que vaya a psicoanalizarse con Paul (Jérémie Renier) que
oculta un particular secreto, entonces…
Respecto a la pregunta hecha antes, en lo personal, no me
importaba mucho lo que le pasaba a la pobre Chloe, y me parecía que Ozon
recurría al sexo casi pornográfico y a audacias ginecológicas para
interesarnos. Procedimiento tan lícito como cualquier otro, siempre y cuando no
se le note tanto la hilacha como en este caso. Vacth y Renier muestran todos y
cada uno de sus lunares en los desfogues sexuales, y cerca del final, en
lamentablemente breve actuación reaparece Jacqueline Bisset y uno descubre que
fuimos muy injustos con ella, nunca la valoramos en plenitud, es una gran
actriz, claro, sin embargo es tan hermosa que siempre nos quedamos en su figura
escultural y en su rostro impar y no ahondamos en un talento actoral amplio y
flexible.
Ah, cerca del final, por las dudas nos estemos aburriendo
mucho, Ozon para acercarse al Cronenberg de Pacto
de amor apela a trucos de Grand Guignol, muy en consonancia con el Alien, el octavo pasajero de Ridley Scott.
No sé, sin amenaza inminente del retorno al FMI quizá la
hubiera disfrutado más, pero no estoy seguro. Van por su cuenta y riesgo.
Gustavo Monteros
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