Una estrella de cine, en la acepción más clásica del
término, es un ser que más allá de su pulsante humanidad, ostenta
excepcionalidad de algún tipo, en general una belleza deslumbrante, un encanto
inexorable, una simpatía invencible o una fotogenia indeclinable, virtud o
virtudes agigantadas por la seducción de vivir en las sombras que son los
pliegues de ese sueño colectivo que es una película y por el misterio de la
creación de dichas sombras que parece haber descifrado el secreto del tiempo
porque ya son tan eternas como el amor y la desconfianza.
Gloria Grahame perteneció a esa estirpe exclusiva y
legendaria, a esa nobleza democrática abierta a todos y cerrada con los
elegidos, a ese hechizo perfumado que te destaca por sobre los demás y te aísla
en famas endebles, que son menos que nada, porque son pura ilusión y que se
ansían con más ahínco que las verdaderas, porque son sueño, quimera y
horizonte.
Gloria Grahame fue una auténtica estrella de cine, su
nombre no desata los ecos inmediatos de una Marilyn o de una Liza, para
mencionar solo dos que de nombre aparecen en esta película, no, exige una
módica cinefilia, módica porque si se fue co-estrella de Humphrey Bogart, no se
vive en el anonimato del despiste por mucho tiempo (In a lonely place, conocida tanto como En un lugar solitario como La
muerte en un beso, Nicholas Ray, 1950).
Es más, trabajó con directores notables en películas
muy recordadas: Frank Capra (It's a
wonderful life/¡Qué bello es vivir!, 1946), Edward Dmytryk (Crossfire/Encrucijada de odios, 1947),
Nicholas Ray (A woman's secret/El secreto
de una mujer, 1949), Nicholas Ray (In
a lonely place, 1950), Cecil B DeMille (The
greatest show on Earth/El espectáculo más grande del mundo, 1952), Josef
von Sternberg (Macao, 1952), Vincente
Minnelli (The bad and the
beautiful/Cautivos del mal, 1952), Elia Kazan (Man on a tightrope/Fugitivos del terror rojo/El circo fantasma,
1953), Fritz Lang (The big heat/Los
sobornados, 1953), Lewis Gilbert (The
good die young/Los Buenos mueren jóvenes, 1954), Fritz Lang (Human desire/La bestia humana, 1954),
Vincente Minnelli (The cobweb/La telaraña,
1955), Stanley Kramer (Not a stranger/No
serás un extraño, 1955), Fred Zinnemann (Oklahoma!, 1955), Ronald Neame (The
man who never was/El hombre que nunca existió, 1956), Robert Wise (Odds against tomorrow/Apuestas contra el
mañana, pero también como Reto al destino (¡?), 1959).
Su figura escultural y la salvaje belleza de su
rostro, como si un escultor lo hubiera dejado inconcluso, sin terminar de pulir
sus rasgos, hermosos por separado, pero que no terminan de amalgamarse en un
todo indisimulablemente armónico, la hicieron única para el noir, género que
prosperó en el cine de posguerra. Ganó un Óscar bajo las órdenes del gran
Vincente Minnelli en esa cruenta oda al cine de Hollywood que se llamó The bad and the beautiful en el original
y Cautivos del mal por aquí.
Las estrellas de cine nunca
mueren (Film stars don’t die in Liverpool, 2017)
de Paul McGuigan narra con sensibilidad y belleza el último romance de Gloria
con un joven actor Peter Turner (Jamie Bell en estado de gracia) al que conoció
mientras ennoblecía el oficio haciendo giras teatrales por el Reino Unido con Rain de Somerset Maugham o de El zoo de cristal de Tennessee Williams,
entre otras obras, y la dignidad con la que enfrentó las últimas instancias de
la enfermedad terminal que habría que matarla, agonía que asumió en sus propios
términos con la misma caótica libertad con la que vivió. Es necesario destacar
que no solo Peter sucumbió al romance con una estrella de cine, si no toda su
familia, conmueve el cariño con que su padre (Kenneth Cranham), su madre (Julie
Walters) y su hermano (Stephen Graham, casi irreconocible con su setentosa
melena) la tratan y respetan. Y no pasan para nada desapercibidas Vanessa
Redgrave o Frances Barber, como madre y hermana de Gloria, respectivamente. Y
es entrañable la amiga de Peter que hace Leanne Best.
Y si Gloria Grahame fue realeza hollywoodense, se
necesitaba una reina cinematográfica para encarnarla, y que mejor que la
exquisita Annette Bening, que firma otra actuación antológica, inolvidable por
añadidura. Y si bien Jamie Bell y Annette Bening obtuvieron nominaciones para
los BAFTA, la cosecha parece pobre ante la magnífica exhibición de sus
talentos, los robaron, bah, en la temporada de premios.
Y hago mías las palabras finales que le tributa el
personaje de Julie Walters: May the Lord
protect you, Gloria Grahame (Que el Señor te proteja, Gloria Grahame).
Gustavo Monteros
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