Las películas
testimoniales siempre dialogan con nosotros (bah, todas lo hacen, pero las
testimoniales más). En los escasas y breves períodos de justicia social o de
seguridad jurídica para los de abajo, las vemos con la sonrisa de lo que
creemos superado para siempre (la ingenuidad, de tan voluntariosa, bordea
siempre la estupidez) y en los momentos oscuros (como estos que de nuevo nos
apremian) las vemos como un aviso que llega con atraso o como la advertencia
que siempre se queda corta. La derecha se supera siempre en sus desmanes, sabe
desmarcarse de la piedad porque poderosos medios propagandísticos (llámense
diarios, radios, televisión, internet, redes sociales y cuantos inventos a
venir haya) siempre la protegen y los tontos de siempre, mezcla de fachos
innatos y adquiridos, eligen creerle, darle a su eterna cuádruple moral no el
beneficio de la duda sino la convicción suicida, en política no se muere una
vez, se muere cada vez que se vota al establishment.
Detroit no debería llamarse Detroit: Zona
de conflicto sino Lo que pasó en el
Hotel Argiers durante los disturbios de Detroit una infausta noche de julio de
1967. (Me salió medio un título de Lina Wertmüller por lo largo, pero en
fin, siempre hay un modelo que seguir).
Kathryn Bigelow (Near dark/Cuando cae la oscuridad, 1987,
Blue steel/Testigo fatal , 1989, Point break/Punto límite, 1991, Strange days/Días extraños, 1995, The weight of wáter/El peso del agua,
2000, K-19: The widowmaker, 2002, The hurt locker/Vivir al límite, 2008, Zero Dark Thirty/La noche más oscura,
2012) es una directora que maneja bien el suspenso, la tensión, el salvajismo,
la crueldad, sin los tremendismos de los golpes bajos habituales y sin los
embellecimientos de los justificadores del fascismo, más bien con el nervio
justo de lo que golpea, de lo que deja cicatriz, de lo que no se olvida.
La película comienza
casi como un cuento de hadas, que nos introduce en este Detroit al que los
cambios sociales, políticos y sobre todo económicos dejaron al borde del
estallido social. Zaffaroni dice que el estallido llega cuando menos se lo espera,
que se lo anuncia, sí, pero se presenta por un por qué pequeño, inaudito,
inesperado bah. En esta historia, llega por una razzia policial a un antro de
drogas, juego, sexo y alcohol, que se hace por una cadena que no puede
romperse, por la puerta delantera y no por la del costado, como sería
aconsejable. El resto es historia y dentro de esa historia está lo que pasó una
noche aciaga en el hotel Algiers.
Después de ponernos
en circunstancia histórica, el filme nos describe los personajes que
intervendrán de un lado y del otro del hecho atroz. Policías y civiles, y
algunos militares, más algunos vigilantes privados coincidirán en este hecho de
sangre, que no está del todo claro (se aclara por ahí que los hechos fueron reales,
pero que quedan muchos puntos suspensivos en cuanto al cómo y por qué se
desarrollaron así, que el guión llenó dichos puntos suspensivos con la lógica
del talento de los que intervinieron (el guión es de Mark Boal), eso la salva,
gracias a Dios, de la biopic habitual estúpida de todas las semanas, que
presume saberlo todo y nos aburre a fuerza de una estupidez tras otra).
Lo que vemos por
momentos se vuelve muy angustiante porque le encontramos un correlato directo
con lo que ocurre en este mismo instante afuera del cine protector, en que nos
hallamos. A las fuerzas de seguridad, llámenselas policía, gendarmería, policía
militar, provincial, municipal o como corno se prefiera, nunca , pero nunca de
todos los jamases, debe dársele carta blanca, piedra libre, rienda suelta y
siempre, pero siempre de todos los siempres se debe educar, fomentar, influir
por hipnosis si no queda más remedio, el respeto al congénere y si es distinto
más, que comprenda, para empezar a hablar, que ser blanco no le da derecho
sobre las otras razas, que ser cristiano no le da derecho sobre las otras
religiones, que ser heterosexual no le da derecho sobre las otras elecciones
sexuales, y que portar un uniforme no le da NINGÚN derecho sobre los que no lo portan. Y que quede
claro que cada vez que alguien diga los derechos humanos esto o las garantías
sociales aquello es un facho irredento, que merecería ser reeducado hasta que
aprenda sus errores. Porque hay muerte cada vez que dicen eso, y los muertos
siempre los ponemos nosotros, los de abajo, los que creemos que las razas,
credos, elecciones sexuales no deben discriminarnos, porque todos contribuimos
a la belleza de este mundo. Pero, claro, hay lecciones que no se aprenden nunca
o tardan en aprenderse.
En resumen, una
película ineludible para los que nunca la verán y menos la incorporarán si
decidieran verla. El problema no es la venda, las anteojeras sino la elección
de tener esa venda, esas anteojeras a como dé lugar, porque lo otro es dejar de
lado prejuicios y mentiras que, por alimentarles la vida entera, ya no pueden
dejar. Los demás, véanla con cuidado, es lo que sabemos, con el dolor de
siempre.
Gustavo Monteros
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