jueves, 7 de septiembre de 2017

Un hombre llamado Ove

Si bien sé inglés, me fastidia que últimamente las palabras para definir los nuevos géneros o subgéneros cinematográficos o para catalogar sus características o especialidades sean todas en el idioma anglosajón. Algo lógico por otra parte, dado que Hollywood ostenta la hegemonía absoluta de la industria mundial. Me fastidia que ni las palabras sean el último bastión de resistencia ante la prepotencia invasora. Bah, mejor me resigno y defino a esta película sueca de 2015, Un hombre llamado Ove (En man som heter Ove, en el original) de Hannes Holm como un “feel good” “crowd pleaser” “tear jerker”.


No demos por sentado que todos dominan el lenguaje de la Rubia Albión e intentemos un glosario. “Feel good” es optimista, agradable, que hace “sentir bien”. “Crowd pleaser” es popular, que gusta a las multitudes, lo que en clave futbolística llamamos “tribunero”. Y “tear jerker” es una película sentimental, sensible, que “arranca lágrimas”. En tres palabras (que son cuatro a decir verdad): un melodrama popular efectivo. A lo que le agregaría que el film tiene también ínfulas de cine de autor, aunque no puede evitar una hechura industrial. 


Ove es un viudo de 59 años, gruñón y con poca tolerancia a la frustración, de nula paciencia y fácil fastidio. Vive en un barrio, semi-privado con claras reglas de convivencia, que Ove resiente que no se cumplan… al pie de la letra. Sus vecinos lo soportan con sueco estoicismo porque saben cosas a las que el espectador accederá por completo cerca del final como corresponde. En el trabajo lo jubilan de prepo y al pobre solo le queda cumplir con la promesa que le hizo a su esposa de reunirse con ella en el más allá lo más pronto posible. Claro que el hombre propone y Dios y los guionistas disponen. Una y otra contingencia evitarán el reencuentro de los esposos. La mayoría de las cuales las ocasionan los nuevos vecinos, una muy embarazada persa y un sueco torpe (lo que se presenta como el colmo de los colmos, según parece un sueco puede ser lo que sea… menos torpe). Esta pareja tiene, además del que viene en camino, dos hijas, niñas tan encantadoras y afectuosas como solo las de las películas pueden llegar a serlo.


En crónicas recientes subrayamos que el cine se ha estandarizado según el modelo hollywoodense, y que las cinematografías locales poco de local tienen para ofrecer. Esta, por más detalles suecos que mostrara, me parecía una “gema” Hallmark.


Demás está decir que mis alarmas de cinismo no solo estaban prendidas sino que chillaban con virulenta altisonancia. Pero lentamente, paso a paso, no sé si por simpatía etaria, ando por la edad de Ove, qué joder, o por la sinceridad de la narración, o por la persistencia de los detalles arteros, que es lo que asegura la perdurabilidad en el arte, la historia me fue ganando, y Ove pasó de sueco y extraño a cercano y conocido.


Como el título bien lo indica, trata de la vida de este hombre, la presente y la pasada. El Ove maduro es interpretado por Rolf Lassgård, en tanto que al joven lo hace Filip Berg, ambos de gallardo histrionismo. El resto del elenco no se queda atrás y se ganan el odio y el amor, según la índole de sus personajes.


Como  estrellas masculinas sesentonas hay en todo el mundo, veamos este original antes de que sea “calcado” en otras cinematografías con Darín, Colin Firth, Kenneth Branagh, Sean Penn, Mark Rylance, Antonio Banderas, Hugh Grant o Tom Hanks. Eso sí, llevar un paquete de pañuelos descartables. Uno completo, porque es probable que se usen todos.

Gustavo Monteros

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