Nathalie (Isabelle Huppert) es una profesora de
filosofía que tiene la vida “ordenada”. Bueno, ordenada quizá no sea la palabra
exacta, a lo que voy es que ha logrado que cada cosa esté en el compartimento
que ella le ha asignado. Por eso cuando su esposo, Heinz (André Marcon) otro
profesor de filosofía, le confiese que tiene una amante, Nathalie le contestará
“¿Y por qué no te guardaste la información?”, o sea ¿para qué me lo contás, si
yo estaba bien como estaba? Cuando los alumnos del secundario donde enseña le
quieren impedir entrar, porque hacen un piquete de protesta, intentarán
convencerla de que se ponga del lado de ellos, mencionándole que si triunfan
mejorarán los términos de su jubilación, ella admitirá discutir el problema,
pero que ni le mencionen la jubilación (que entre paréntesis está a la vuelta
de su esquina). Su madre, Yvette (Edith Scob) una exmodelo y ahora actriz
part-time la acosa con sus ataques de pánico, un problema que curiosamente
Nathalie atiende con paciencia y generosidad. Se reencontrará con un exalumno,
Fabien (Roman Kolinka) que ella ha ayudado y protegido, hasta lograr incluso
que la editorial en la que ella publica un manual de estudios y dirige una
colección de ensayos, le saque un libro a Fabien. Editorial con la que Nathalie
tiene serias diferencias respecto a cómo vender sus libros. Todo parece apuntar
a que ella se está quedando atrás en ciertas cosas, que ya no la atraen las
posturas radicalizadas, ni que los libros se vendan con portadas coloridas de
revistas. Está entre la determinación de que nada cambie por un tiempo más y la
aceptación de que ya quiere apartarse, o sea la antesala al ocaso definitivo. Pero
la vida hasta el mismísimo final es cambio, movimiento, caos. Sus hijos quizá
sean quienes más la comprendan, se burlan
cariñosamente de ella y la dejan hacer.
El porvenir, sin duda, es una película que los filósofos y
profesores de filosofía le sacarán el jugo y comprenderán todos los guiños de
los autores que se leen, se mencionan, se discuten (en su mayoría son
franceses). Pero los que sabemos poco, o como en mi caso, casi nada de
filosofía podemos también sacarle provecho, porque es una película, como casi
todas, bah, sobre la vida. Esa vida que es contingencia pura, que jamás se
queda quieta, que nos pone en contradicción con lo que decíamos ayer o con la
idea de mañana. Terminada de verla, me quedé pensando en el destino de la gata,
Pandora, porque si bien la película se abre con la visita a la tumba de
Chateaubriand y se cierra con un nacimiento, ilustrando un círculo de vida, el
otro elemento que enhebra todas las vicisitudes de los conflictos es la gata
Pandora, testigo de las tristezas de quien se cree en permanente abandono y del
amor que puede ser si tan solo dejaran de pensar un rato. Pero al margen de lo
que atestigua la pobra gata, su destino es curioso.
Este film, escrito y dirigido por Mia Hansen-Løve, por
el que ganó el Oso de Plata del Festival de Berlín a la Mejor Dirección, se
engrandece por el protagónico de Isabelle Huppert, que tiene una manera única
de adueñarse de los papeles que le tocan en suerte, tanto es así que uno no
imagina a ninguna otra actriz en esos roles, lo cual es un logro mayúsculo.
Al bebé le regalan un libro sobre Sócrates al final de
la película y se bromea sobre la pertinencia del regalo. Alguien dirá que nunca
es demasiado temprano para adentrarse en la filosofía. Puede ser, porque según
Sócrates, la filosofía es como una preparación para la muerte. Pero no nos
pongamos lúgubres, este film es luminoso en más de un sentido. Se lo
recomienda.
Gustavo Monteros
Merci mon Cher !!!
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