En mi modesta opinión, que no tiene por qué ser
compartida por nadie, de todos los Scorsese que conviven en la carrera de
Martin Scorsese director, el que menos
me gusta y menos revisito (por no decir jamás) es el religioso. Por censuras
varias llegamos tarde a La última
tentación de Cristo, 1988, y cuando la vimos lucía antigua, superada,
parecía Los diez mandamientos de
Cecil B De Mille reversionada por el Pier Paolo Pasolini de El evangelio según San Mateo, o sea
desprovista de luz, color y magnificencia, era un tedio que solo Willen Dafoe y
Barbara Hershey hacían soportable. Kundun,
1997, en cambio, era todo luz, color y lujo, pero más seca que hueso que da la
luz mala e igual o más aburrida que la mencionada antes, uno se tenía que
pellizcar cada cinco segundos y decirse que era una profunda exploración
religiosa para no caer en el sopor que nos acuciaba. La que le siguió, si bien
no se la incluye entre las religiosas-religiosas, igual indagaba sobre Dios, el
destino, la culpa y demás, Vidas al
límite (Bringing out the dead,
1999) esa en la que Nicolas Cage subrayaba su natural cara de vagina afligida, obra
que podría figurar entre las interesantes-pero-no-logradas del currículum de
ambos. Y como no hay dos sin tres, llega Silence
para integrar, hasta la fecha, una trilogía religiosa, sabrá Dios si hay más y
se conforma una tetralogía, y otra y una pentalogía, después quizá una
hexalogía, una heptalogía, una octología, una enealogía o nonalogía, una
decalogía y así sucesivamente.
Silence se basa en una novela de 1966 del autor católico
japonés Shūsaku Endō, que ya fuera llevada al cine por Masahiro
Shinoda con el mismo título en 1971, y hasta hay quien dice que también por
João Mario Grilo porque su The Eyes of
Asia de 1994 se nutriría en esta novela.
Estamos en 1639, dos
sacerdotes portugueses, Rodrigues (Andrew Garfield) y Garupe (Adam Driver)
llegan a Japón en busca de su mentor, Ferreira (Liam Neeson) quien no solo
habría dejado de difundir la fe católica sino que también habría apostatado al
abrazar el budismo y que incluso viviría amancebado con una japonesita. El
cristianismo católico sobrevive a duras penas una persecución oficial, igual de
cruenta que la Santa Inquisición, quienes se nieguen a renegar del credo son
quemados vivos, crucificados hasta ahogarse con las mareas, o colgados boca
abajo con una herida precisa que los desangra gota a gota.
Scorsese no es Scorsese al
divino botón, aquí filma con la amplitud de un despojado David Lean, su puesta
en escena es siempre creativa, elocuente, grandiosa. El guión peca de demasiado
declamativo, algo que es casi de rigor en las disquisiciones religiosas o
filosóficas. Dos problemas graves preocupan a los fieles seguidores de
Scorsese, entre los que me cuento, uno, el relato no fluye con naturalidad,
tropieza una y otra vez con una solemnidad, con una pretenciosidad, con una
autoconsciencia de importancia, que poco ayudan para involucrarnos con lo que
sucede en pantalla, salvo las escenificaciones de los martirologios que
conmocionan con su salvajismo, el resto nos aburre más que misa en latín.
Y dos, los protagonistas,
Andrew Garfield no tiene madera de estrella, no puede sostener nuestra
atención, carece de brillo, de presencia, de recursos, por más que angustie su
cara de niño no pasa nada, en Hasta el
último hombre, 2016, de Mel Gibson o en su El sorprendente Hombre Araña, 2012, de Marc Webb le iba mejor
porque estaba rodeado de carismáticos e inflado de efectos especiales, aquí no
hay ni una cosa ni la otra. Su coequiper, Adam Driver, tiene cara y cuerpo como
para estar en El entierro del conde de Orgaz de El Greco, y ahí se acaba su
contribución a la imaginería religiosa, como Andrew Garfield, su atractivo
estelar va de poco a nulo. Uno comienza a rezar que aparezca Liam Neeson de una
buena vez y le dé espesor, presencia, interés al cuento.
Pobre Scorsese, terminar con
Andrew Garfield y Adam Driver, él que tiene ciclos con algunos de los más
grandes actores que han existido, De Niro, Di Caprio, Daniel Day Lewis en un
par, y en solo una vez por ahora,
estrellas como Jack Nicholson, Jerry Lewis, Nicolas Cage, Tom Cruise o el
inolvidable Paul Newman. Mientras se elaboraba este proyecto, algo que tomó
muchos años, se barajaron nombres como los de Daniel Day Lewis, Benicio del
Toro, o Gael García Bernal como posibles participantes de esta aventura
creativa. Otra cosa hubiera sido con ellos o con cualquier otro de la guía
telefónica. Otro detalle, en tiempos en que se apunta a un verosímil más
certero (como por ejemplo la serie The
Americans en la que los personajes rusos hablan en ruso, con su
correspondiente subtítulo, claro), que estos supuestos portugueses se traben
cada vez que tengan que decir Ferreira suena a que practicaste poco, y eso que
es solo una palabra que debieron aprenderse, no a leer Saramago en voz alta,
recitar poemas de Pessoa o cantar fados. No se trata de que te den solo el
protagónico, también hay que poner huevo y sudar la camiseta. La empatía a
despertar no crece en los árboles, ni se da con tener cara bonita o
interesante, hay que seducir a la cámara con lo que se tenga. Y si no se tiene
nada, se construye algo. En cine si el protagonista no tiene hambre de gloria,
la película está en serios problemas y nuestro interés también. Ante cualquier
arte, aburrirse en más fácil que interesarse.
Eso sí, no hay que ser
injusto con los actores japoneses que hacen una faena maravillosa. El
flaquísimo Yōsuke Kubozuka es Kichijiro, un equivalente de Judas para el padre
Rodrigues. Yoshi Oida es Ichizo, el jefe del primer pueblo que visitan los
sacerdotes, sobre cuyas espaldas cae una pesada decisión. Issey Ogata es el fatigado
y hastiado Inquisidor, que mira casi con desdén y abulia los tormentos que
infringe. Y last but not least, para nada en absoluto, el traductor que hace Tadanobu
Asano, un viscoso divertido como pocos, de esos personajes que seducen en la
pantalla con su humor y sus dobleces, pero que son letales en la vida real. Un
verdadero actor de cine el señor, no como los dos bodoques que protagonizan.
Terminada la película, uno
comprende que la borgeana victoria secreta final está mejor contada que la
bergmaniana angustia por el silencio de Dios.
Más allá de los reparos, es
un Scorsese, o sea, más temprano que tarde hay que verlo, aunque sea una vez,
que Scorsese no es Scorsese al divino botón.
Gustavo Monteros
Todanobu Asano
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.