En un principio su novelística se concentró en los
soterrados enfrentamientos de la Guerra Fría con sus bandos bien diferenciados,
de un lado La Rubia Albión con su socio obligado, el Tío Sam, y del otro La
Madre Rusia. Agotada que fue la vertiente, más la caída del Muro de Berlín que volvió
obsoleto su mundo anterior, John Le Carré amplió sus horizontes y resaltó las
diferentes formas internacionales de la plutocracia que se sobreimponen a las
democracias y nos señaló que las compañías farmacéuticas, por ejemplo, nada
tiene que envidiarle a las mafias o los carteles narcos, hasta pueden ser
incluso más dañinas. Su esquema novelístico comenzó a usar inocentes que quedan
en el centro de la puja entre intereses poderosos, generalmente los de la
Inteligencia Británica y los antagonistas de turno, mafias varias, lavadores de
dinero, empresas armamentísticas, etc.
Esta vez, los inocentes son una pareja, Perry (Ewan
McGregor) y Gail (Naomie Harris) en vías de recomposición de una relación que se
sabe dañada y que buscan reencausarla en una paradisíaca Marruecos. La
casualidad hace que se topen con un mafioso ruso, Dima (Stellan Skarsgard) que
necesita hagan llegar a la Inteligencia Británica un pendrive con información
confidencial, que bien podría valerle a él y su familia asilo en Gran Bretaña,
algo que deberá negociar Hector (Damian Lewis), que así podría hacerle pagar a su exjefe, Aubrey
(Jeremy Northam) una afrenta muy personal.
A contramano de anteriores logros de Le Carré, la
trama no es perfecta. Las motivaciones de algunos personajes tienden a la
endeblez extrema, hay giros argumentales que exigen más de un salto de fe y ciertas
resoluciones son harto discutibles. En el guión, al menos, el conflicto entre
Hector y Aubrey está más vociferado que desarrollado, nunca se entiende
demasiado por qué Perry y Gail están tan dispuestos a arriesgarse por Dima y su
familia, se vislumbran razones que jamás se explicitan, y demanda una gran
suspensión de la incredulidad que gente tan paranoica soslaye que adolescentes
y teléfonos celulares van en tándem y ni se les ocurra secuestrárselos o
pedirles que no los usen.
El elenco es parejo y efectivo, aunque sobresale el
gran Stellan Skarsgard como el patriarca ruso, su labor se agiganta en
comparación con lo conseguido en la imperdible serie River que puede verse en Netflix. El contraste entre estos dos
personajes tan dispares revela la inmensidad de su talento.
Dirigió con esmero Susanna White de gran experiencia
en la televisión, lo que tomando en cuenta la excelencia que alcanzó en los
últimos tiempos la ficción televisiva no es poco aval. La trama pasea sus
personajes por Marruecos, Londres, París, Berna entre otras atractivas
locaciones, algo que siempre suma.
En resumen, si se está dispuesto a ser crédulo y
dejarse llevar sin exigir rigores argumentales, entretiene. No es poco, ostenta
debilidades, pero no insulta la inteligencia.
Gustavo Monteros
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