Moby Dick es más eterna que
los laureles del himno que supimos conseguir. Y le debe la eternidad a su
inexorabilidad. Es inexorable la obsesión del Capitán Ahab por la bestia blanca
y es inexorablemente inatrapable su metáfora esencial. ¿Equivale la ballena a
la Naturaleza desatada e indomable? ¿Es la personificación del mal, de lo
monstruoso, de lo no humano? ¿Es la imagen de la locura, de la muerte,
misterios incognoscibles para el humano cuerdo o vivo? Cada nuevo lector tiene
su versión. Todas válidas. Muchas confluyen, muchas se contradicen. Ninguna
abarca el enigma por completo. Herman Melville dio con el secreto de la vida
eterna… al menos en la Literatura.
Moby
Dick
siempre se consideró “infilmable”. En el lejano año 1930 hubo una versión, en
apariencia nada fiel a la novela con el “larger than life” John Barrymore como
Ahab, dirigió Lloyd Bacon, prolífico e ubicuo artesano de los grandes estudios
que en sus cortos 65 años dirigió la friolera de 130 películas. Y claro, ya es
historia, la filmación de esta novela fue una de las obsesiones más pertinaces
del maestro John Huston. Cuando se habla de novelas “infilmables”, en general
nos referimos a que no se dejan “guionar” como otras que acceden más fácilmente
a la pantalla. Huston que ya tenía la producción lista y al protagonista, el irrepetible
Gregory Peck, comisionó nada más ni nada menos que a Ray Bradbury, para que
desentrañara el meollo de la imposibilidad de no dar con un guión “filmable”.
Prácticamente lo secuestró en una casona irlandesa y Bradbury pudo hallar una
solución al problema, apartándose a Londres, peripecia que cuenta con gracia
impar en Sombras verdes, ballena blanca,
libro de 1992 que recomiendo profusamente. La Moby Dick de John Huston dista mucho de ser la versión definitiva
del clásico de Melville, pero se le aproxima bastante. En 1998, Hallmark que
mucho hizo por la explotación del inmenso talento de Patrick Stewart produjo
una miniserie muy digna, en la que reservó como homenaje un papel para su
majestad Gregory Peck. Después hubo un
par de versiones más, que no superaron la medianía y que se salvan del olvido
total por la minuciosa preservación de datos de los archivistas furiosos.
Los profesores de
literatura, por sobre todos, insisten en que Hollywood nos debe una versión de la
novela en la que se haga gala de todos los adelantos tecnológicos. Estos
señores sostienen que es más fácil “venderles” un clásico a sus alumnos si hay
una versión fílmica a la cual referirse. Ahora la deuda se paga, a medias. No
llega la película de la novela, sino la película del hecho en que se basó la
novela.
En 1819, el ballenero Essex
es destrozado e hundido por un cachalote tan o más grande que el propio barco. En 1851, Melville (Ben Whishaw)
entrevista al renuente Tom Nickerson (Brendan Gleeson) que fuera el más joven
sobreviviente de la tripulación del Essex. Nickerson le contará las disputas
entre el capitán, George Pollard (Benjamin Walker) y el primer oficial (el
héroe de la película) Owen Chase (el musculoso Chris Hemsworth, más conocido por
Thor de Marvel), y las peripecias del
infortunado viaje que concluyó en naufragio y dura supervivencia de sus
tripulantes, interpretados por, entre otros, Tom Holland (Nickerson de joven),
Cilian Murphy, Paul Anderson, Frank
Dillane, Joseph Mawle, Edward Ashley, Sam Keeley, Osu Ikhile, Gary Beadle y
Jamie Sives.
A pesar del placer que da
ver en la misma escena al ascendente Ben Whisham (entre otras cosas el nuevo Q
de los dos últimos Bond), al inmenso en todo sentido Brendan Gleeson y a
Michelle Fairley (que en las primeras temporadas de Game of Thrones fuera la matriarca Catelyn Stark, de terrible
destino como el de casi todos los personajes de esa serie), lo mejor de En el corazón del mar pasa precisamente…
en el mar. Y si bien por momentos se nota mucho la digitalización, en otros los
adelantos técnicos prestan épica grandeza al asunto.
Dirigió el también ubicuo y
prolífico Ron Howard (entre muchas otras, Splash,
1984, con la sirena Daryl Hannah y su enamorado Tom Hanks; Cocoon, 1985 sobre ancianos que recuperaban la vitalidad gracias a
maniobras extraterrestres; Willow,
1988, película de fantasía, sobre reinas malas, enanos reacios y esas cosas,
con Val Kilmer y la grandiosa Jean Marsh; Todo
en la familia, 1989, inolvidable comedia familiar con Steve Martin, Mary
Steenburger, Dianne Weist, ¡Jason Robarts!, Rick Moranis, Tom Hulce, y los por
entonces incipientes Keanu Reeves y Joaquin Phoenix; Llamarada, 1991, una de bomberos, en la que apagaban el fuego Kurt
Russell y Robert De Niro entre otros notables, Un horizonte lejano, 1992, western bastante flojo, pero buen
vehículo para el lucimiento de Tom Cruise y sobre todo de Nicole Kidman, que
comenzaba a mostrar estatura de gran actriz; El diario, 1994, lograda comedia coral con Michael Keaton, Glenn
Close, Robert Duvall, la impar Marisa Tomei y el inolvidable Jason Robarts,
entre otros; Apolo 13, 1995, con este
muchachito, no sé si lo ubican, ¿Tom Hanks?; El rescate, 1996, vibrante remake de un viejo thriller de los
sesenta con un magnético Mel Gibson, el siempre excelente Gary Sinise y la
deslumbrante Rene Russo; Edtv, 1999,
creativa comedia sobre reality shows con Mathew McConaughey y Woody Harrelson
(siglos antes de su destacable True
Detective, primera temporada, Jenna Elfman, Elizabeth Hurley y alguien que
debería hacer más cine, Ellen DeGeneres; El
Grinch, 2000, con este muchacho carismático que sin duda deben conocer:
¿Jim Carrey?; Una mente brillante,
2002, por la que ganó un Óscar, con el matemático en problemas de Russell
Crowe, que había ganado el suyo el año anterior con el Gladiador; y sin obviar sus exitosas , en taquilla, no en logros, versiones
de las novelas de Dan Brown, El código Da
Vinci, 2006, y Ángeles y demonios,
2009, ambas con el gran Tom; pasamos a sus más presentables colaboraciones con
el gran guionista inglés Peter Morgan:
Frost/Nixon-La entrevista del escándalo, 2008, y Rush-Pasión
y gloria, 2013, sobre la rivalidad entre los pilotos de Fórmula Uno, Nikki
Lauda y James Hunt, en la que dirigió también al rubio Chris Hemsworth que hacía
de Hunt.
Ron Howard, como se
comprueba por su currículo, es un buen narrador, se adapta con comodidad al
género que le toca, dirige bien a los actores, pero su obra es un poco lavada,
efectiva pero impersonal y depende de las bondades del guión para coronar con
gloria la faena. El de En el corazón del
mar, no es malo, pero tampoco particularmente bueno, aunque da pie a una
buena película de aventuras, que más se disfruta cuánto menos se le pide. Por
lejos no es el habitual engendro pochoclero de
productor descerebrado.
En resumen, buena, si se le
perdona también un subrayado ecológico que tiene más que ver con la ideología y
la creencia de estos tiempos que con las de los tiempos en que transcurre la
acción.
Gustavo Monteros
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.