Peter
Bogdanovich de haberse dedicado a las Variedades, sería el perfecto
transformista. Sus mejores películas (La
última película, 1971, ¿Qué pasa,
doctor?, 1972, Luna de papel,
1973) son versiones travestidas de los grandes maestros. Películas resueltas “a
la manera de”, “en el estilo de”. Ejercicios extremos de cinefilia que sin duda
enorgullecerían a los homenajeados: John Ford, Frank Capra, Howard Hawks, Preston Sturges,
Ernest Lubitsch. A Bogdanovich también le gusta mucho el teatro (y tiene mejor
gusto que Roman Polanski para llevar obras a la pantalla), en 1992 llevó al
cine Noises off de Michael Frayn, una
de las mejores comedias jamás concebidas, una auténtica gloria del género, y en
2001 El maullido del gato de Steven
Peros, interesantísima y lograda versión de una probable respuesta a la muerte misteriosa
de un director de cine mudo acaecida en el yate de Randolph Hearst en 1924,
entre los sospechosos estaba nada más ni nada menos que el mismísimo Charles
Chaplin. Este gusto por lo teatral viene más que a cuento, tal como lo delata
el título que le pusieron por estos lados.
Terapia en Broadway (She’s funny that way, en el
original) es un disparate en el mejor sentido de la palabra. Un vodevil, como
le decimos por aquí, hecho y derecho, “comme il faut”, o “come Dio commanda”. O
una farsa, como se le dice en otros lados, así, a secas.
Los
personajes viven en el delirio absoluto. Hay un director de teatro, Owen
Wilson, que practica la filantropía con las prostitutas; una call-girl
aspirante a actriz, Imogen Poots; un juez obsesionado con la call-girl, el gran
Austin Pendleton; un dramaturgo más avezado en obras teatrales que en la vida
misma, un tanto desaprovechado Will Forte; la esposa del director teatral,
Kathryn Hahn, que no superó del todo una relación anterior con su coestrella:
Rhys Ifans, tan promiscuo como enamoradizo aunque listo a sentar cabeza; los
incontenibles padres de la call-girl: Richard Lewis y Cybill Shepherd; el padre
del dramaturgo, George Morfegen, un detective aficionado; más una pléyade de
prostitutas rescatadas por el dramaturgo. Y como joya de la corona, Jennifer
Aniston como la peor psicoanalista que pueda imaginarse. Un personaje
inolvidable. Un horror de terapeuta.
Y,
por supuesto, para no perder las mañas, es también un acto de cinefilia. El modelo
elegido esta vez es el Woody Allen de Small
time crooks (Ladrones de medio pelo,
en estas latitudes) y otros largometrajes de esa calaña o sea el Woody que
abreva en tramas argumentales de filmes clásicos y las entremezcla a pura
comicidad. Y hay también un homenaje al inmenso Ernest Lubitsch: Owen Wilson
usa como técnica de seducción un monologuito, que puede verse en el original en los títulos finales, en el que
Charles Boyer le habla a Jennifer Jones de ardillas y nueces en Cluny Brown, penúltimo film de Lubitsch.
Más la actuación especial de Quentin Tarantino y cameos irreconocibles de
Michael Shannon y Tatum O’Neal, entre otros. Ah, y la siempre bienvenida (por
híper-talentosa) Illeana Douglas como una mordaz entrevistadora.
Como
corresponde al género, es despareja, desprolija, pero también como corresponde
al género, desenfadada, desmadrada y delirada. O sea gozosa, alegre y feliz. Nada
se disfruta más que un vodevil (o farsa) bien logrado.
Gustavo
Monteros
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