Calvario de John
Michael McDonagh (El guardia) es un
whodunit al revés, esta vez no se trata de saber quién lo hizo sino de dilucidar
quién lo va a hacer. Al padre James (el inmenso, en todos los sentidos de la
palabra, Brendan Gleeson) en el confesionario le dicen que van a matarlo tal
día en tal lugar. El futuro asesino (al que el padre no puede verle la cara por
la mirilla) confiesa que años atrás, de niño, fue abusado por un cura y como
este cura ahora está muerto, ha elegido al padre James como el representante de
la iglesia que debe pagar con su vida el ultraje sufrido.
Comienza
entonces el padre James (que dista mucho de ser modelo de santidad) el calvario
del título hasta llegar a la fecha fijada. Ante su rotunda y luminosa humanidad
desfilará una serie de personajes, que mejor no describir en detalle para no
arruinar sorpresas. Bástenos decir que todos son muy peculiares y muy difíciles
de olvidar.
Calvario es
una tragicomedia. Con mucho humor del mejor. Para colmo de bondades, irlandés y
por momentos negro retinto. Siempre efectivo y gozoso.
John
Michael McDonagh logra un film inclasificable en el fondo, porque es tanto un
policial en ciernes, un western metafísico, un drama de consciencia y una
morality play (esa parienta del auto sacramental) en la que todos los
personajes representan distintos atributos morales.
Quizá
parezca hasta ahora que todo es demasiado “católico”, lo es, pero es también
universal, porque el dolor, la estupidez y el heroísmo lo son.
A
Brendan Gleeson le basta aparecer para despertar toda nuestra empatía y el
resto del elenco que incluye caras vistas en series y películas y otras no tan
reconocibles (Chris O'Dowd, Kelly Reilly, Aidan Gillen, Dylan Moran, Isaach De
Bankolé, M. Emmet Walsh, Marie-Josée Croze y David Wilmot) exuda excelencia.
En resumen, insoslayable, disfrutable, imperdible.
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