La
recomendación de películas también puede verse como el cambio de testimonio o
testigo (ese objeto que se lleva en la mano) en una carrera de relevos o
postas. A veces estoy entre los primeros que pasan el testimonio y otras, como
en este caso, entre los del medio sino los últimos. Dos personas de distinto
sexo, edad, formación y gustos, pero con el mismo amor por el cine, me
recomiendan con vehemencia 7 cajas,
de modo que cuando me siento en el cine, sé que es buena y que apenas me resta
corroborar cuánto. No tardo en comprobar que no solo es muy buena sino que
hasta roza la excelencia.
La película se abre con un largo y vertiginoso
trávelin como los que patentara el gran Scorsese. Nos delimita con abrumadora
seducción el lugar donde transcurrirá la acción. Estamos en 2005 en el Mercado
4 de Asunción del Paraguay. El protagonista es Víctor (Celso Franco) un
changarín que con su carretilla ayuda a los clientes a llevar lo que compraron
hasta el auto o traslada mercaderías de un puesto a otro. En un alto del
trabajo, su hermana le muestra un celular que una amiga le pidió que vendiera.
El celular, que por la rapidez con que avanza la tecnología nos parece ahora
antediluviano, puede filmar, lo que tienta más a Víctor; filmarse lo acercaría
a la fascinación que ejerce en él la televisión. El precio pedido está más allá
de sus posibilidades, pero el repentino pedido de mover 7 cajas y mantenerlas
alejadas de una carnicería, mientras dura una requisa policial, le permitiría
acceder al deseado celular. Y entonces…
Los
sustantivos rigor, rigurosidad y sus adjetivos riguroso, rigurosa son las
palabras que mejor definen este film. Toda ficción es una manipulación lícita,
una trampa en la que caemos voluntariamente para entretenernos un rato. De allí
que nos sintamos estafados, defraudados, cuando una historia concluye y las
piezas no se ajustan del todo al rompecabezas final. Nada de eso ocurre en 7 cajas, uno de los relatos más
rigurosamente concebidos de los últimos tiempos. Nada de lo que vemos es en
vano, no hay detalle irrelevante ni digresión inútil. Y lo fascinante es que
salvo el misterio de las 7 cajas que remite a circunstancias anteriores, la
historia principal y las subtramas se arman y se desarrollan ante nuestras
propias narices. Esta acción pura perfila personajes, motivaciones y ambientes
con precisión de perfeccionista.
Y ya
se sabe, los buenos actores son incluso mejores si se los dirige, y aquí los
directores Juan Carlos Maneglia y Tana Schembori los manejan con mano firme y
no hay en todo el gran elenco ni una nota falsa. La aparición de un arma, valga
la obviedad, disparará al relato a situaciones irreversibles.
Una
amiga me apunta que la historia es intrínsecamente latinoamericana. Coincido,
pero no por un pintoresquismo for export sino porque se entronca en una realidad
intransferible que va desde el dios dólar hasta cómo concebimos las relaciones.
En
resumen, una hora cuarenta de puro disfrute.
Perdón, me permito una personalización. Dedico
estas líneas a la memoria de mi amiga Ana, fiel lectora de estas crónicas que
desde hace muy poco nos sigue desde el Cielo. No te la pierdas, Ana, te va a
gustar mucho.
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