Solomon Northup fue
un negro nacido libre en 1808 en Nueva York, fue secuestrado en 1841 en
Washington DC cuando se dirigía a una entrevista de trabajo. Fue luego vendido
como esclavo, condición que sufrió durante 12 años. En 1853 obtuvo la libertad
y publicó un libro contando su experiencia: 12
años de esclavitud. El libro fue reimpreso varias veces durante el siglo
XIX y en 1968 Sue Eakin y Joseph Logsdon publicaron una versión anotada. No se
sabe nada de su vida después de 1857, por lo que la fecha o circunstancias de
su muerte son totalmente desconocidas. (Fuente: Wikipedia).
Ahora el libro es el
tercer largometraje de Steve McQueen y el primero que no lleva solo una palabra
en su título (Hunger, Shame). Por sus antecedentes, el
homónimo del recordado astro estadounidense se presentaba como el ideal para
expresar el sufrimiento, la angustia, la resistencia, la capacidad de
supervivencia de Solomon. (A este Steve el trazo liviano, el paso ligero no se
le dan fácil, aunque él insiste que en su vida cotidiana es un jodón bárbaro. Hunger se centra en la huelga de hambre
liderada por Bobby Sands en una prisión de Irlanda del Norte en 1981. Shame narra la dolorosa adicción al sexo
de un hombre y la devastadora relación que sostiene con su hermana).
Antes de dedicarse al
cine, McQueen fue un reconocido artista plástico, lo que se nota en las escenas
de la subasta y del azotamiento, que llevan la impronta de una instalación. Es
la película más comercial o popular de su autor, hay un evidente deseo de hacer
más asequible los rasgos de su estilo, lo cual por principio no está mal, todos
los grandes maestros lo hicieron, tampoco se trata de caer en fundamentalismos
(tal como el enunciado por Arnold Schöenberg: “Si es arte no es para todos, si
es para todos no es arte”). Eso sí, la música de Hans Zimmer por momentos suena
como una concesión que abarata el resultado, tanto violín y piano melosos la
equiparan al film lacrimógeno-pochoclero del mes.
Tanto almíbar fue lo
que me impidió el pleno disfrute y desató las alarmas. El film es valioso,
ostenta encomiables logros narrativos, visuales, interpretativos, promueve
debates, emociona y conmociona, pero… Pero la fecha de su realización y de su
distribución tiene un dejo de oportunismo.
El año pasado, sin
querer o sí, Tarantino con su Django sin
cadenas puso sobre el tapete el tema de la esclavitud en un film de género
con todas las tarantiniadas habituales, no obstante el pasado esclavista del
capitalismo estadounidense surgió más nítido y vergonzante que en muchas obras
de tesis. Era lógico entonces que el tema se revisitara. El mayordomo lo hizo de un modo superficial, frívolo casi. Y 12 años de esclavitud toma también el
tema, con más seriedad y profundidad, aunque no puede evitar una impronta de
autoconsciencia, de “miren cuán serios y profundos somos”. Guarda, el maltrato,
la despersonalización, la cosificación del ser humano, la explotación están
tratados con una honestidad lacerante, sin embargo, a mí al menos, un orgullo
de corrección, de hacer lo que hay que hacer en el momento en que hay que
hacerlo, se me imponía por sobre la sinceridad. Mi error, mi desconfianza, mi
suspicacia quizá. Que se me acentuaba con una música que me decía: Somos
premiables, muy premiables, hacemos esto tan bien que solo una carretillada de
premios podría compensarnos, es tan bueno lo que hacemos que no podemos menos
que despertar admiración, ovaciones, reconocimiento. Me debo estar poniendo
viejo, debe ser eso, el film es bueno y a la larga tal vez necesario.
Chiwetel Ejiofor está
magnífico en el protagónico. La debutante en cine, Lupita Nyong’o apabulla con
su rabia y su dolor, la escena en la que le pide lo que le pide a Solomon es
sencillamente inolvidable. Michael Fassbender, actor fetiche de McQueen, exhibe
sin retaceos una sádica crueldad que lo hace merecedor de todas las
nominaciones a premios que obtuvo. El resto del elenco, que incluye unos
cuantos nombres famosos, descuella por talento y compromiso. No está de más
mencionar que los queribles protagonistas de La niña del Sur salvaje reaparecen en esta película. El padre de
aquel film, Dwight Henry, es ahora el tío Abram; y la nena, Quvenzhané Wallis,
que fuera la actriz más joven nominada para un Óscar, es Margaret Norphup, la
hija menor de Solomon.
En resumen, una buena
película más allá de mis insidiosos reparos.
Un abrazo, Gustavo Monteros
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