Fui un chico difícil y un adolescente
incluso más difícil. Al abrir los ojos cada mañana, los primeros que tenían que
lidiar con mis dificultades eran los miembros de mi familia, quienes las
ignoraban o hacían lo posible por intensificarlas. Sobreviví a mis dificultades
y a ellos. En mi primera juventud acomodé cómo pude las cosas, me di y les di a
cada cual su culpa y empecé a desandar mi vida con la niñez y la adolescencia
detrás y sus cuentas relativamente saldadas. Pero de verdad dejé de culparlos
al entrar a la treintena larga. Comprendí que cuando era adolescente, mis
padres tenían la edad a la que yo había arribado. ¿Cómo pedirles, pues, que me
contuvieran, me comprendieran cuando yo, llegado a esa etapa, no entendía nada
ni podía contener ni a un peluche? Fue un alivio y una condena. Ahora por fin
mi vida era mía y a nadie podía atribuirle los desastres que cometía. Crecer
siempre es difícil, aunque la adolescencia es el peor ritual de pasaje. La pena
y la dicha son más intensas, de colores refulgentes, sin matices, todo es
extremo y el alboroto hormonal poco ayuda. Se acabaron las ternezas de la
infancia y lejos están las certezas de la madurez. Me acojo a lo que dice la
canción de Gigi: I’m glad I’m not
young anymore (me alegra ya no ser joven).
Desde el principio sabemos que Duncan
(Liam James) está en problemas. Un camino
hacia mí se abre con una de las escenas más crueles desde que Ingrid
Bergman se sentara al piano y humillara a Liv Ullman en Sonata otoñal. Trent (Steve Carell) el novio de la madre de Duncan,
Pam (Toni Collette) le pregunta a Duncan: “Entre 1 y 10 ¿qué puntaje te das?”
Duncan a regañadientes se da un 6. Trent le retruca: “Para mí sos un 3”. La
escena está muy bien filmada, transcurre en un auto y de Trent sólo se ven los
ojos en el espejo retrovisor, en cambio de Duncan se ve todo su rostro que
refleja el dolor infringido. Por suerte, más adelante Duncan se topará con Owen
(Sam Rockwell) un adulto inmaduro, que todavía se lame las heridas de la
adolescencia, por eso los comprende tanto, que le dirá: “No te preocupes, no te
conoce, esa respuesta habla más de él que de vos”. Menos mal, sino pequeño
trauma tendría Duncan que superar. Y siguiendo con los números, es imperativo
aclarar que Duncan tiene sólo 14 años.
Un
camino hacia mí transcurre en unas acotadas vacaciones de verano en
las que Duncan y todos los que lo rodean harán unos cuantos ajustes. Es una
pequeña película que como los ejemplos mencionados en el afiche (Pequeña Miss Sunshine y La joven vida de Juno) se vuelve entrañable,
porque si bien parte de una peripecia chiquitita, ésta se vuelve trascendente
en sus alcances.
Se distingue debido a que parte de
tres ejes imbatibles: un elenco impecable, un guión bien estructurado con
algunas frases brillantes y una dirección que sabe servirlo. Steve Carell y
Amanda Peet se lucen en papeles antipáticos esta vez. La extraordinaria Toni
Collette hace lo suyo o sea algo extraordinario. La no menos enorme Allison
Janney descuella en la vecina Betty. Maya Rudolph entrega una hermosa actuación salvaje con Caitlin y el bueno de Sam
Rockwell le da aristas y sutilezas a su Owen. El pequeño Peter de River
Alexander con su ojo ladeado es una delicia. Están también muy bien las
adolescentes Zoe Levin (Steph) y AnnaSophia Robb (Susanna), pero nada sería lo
mismo sin un protagonista luminoso, imposible no identificarse con el Duncan de
Liam James.
Los actores y guionistas, Nat Faxon y
Jim Rash debutan en la dirección con esta honestamente manipuladora historia,
honestamente porque no cae jamás en la tentación del golpe bajo berreta. Y si
bien pudieron evitarse la competencia final, debieron sentir que conducía mejor
al abrazo, lo cual es verdad.
El lema del afiche dice: “We’ve all
been there”. Y sí todos hemos estado ahí, en una transición dolorosa, de
adolescentes, de adultos, en cualquier edad, bah.
Un
abrazo, Gustavo Monteros
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