Hubo una vez en 1966 una comedia de
frágil pero imperecedero encanto. Significó el desembarco en Hollywood, a
instancias de una por entonces poderosa Shirley Mac Laine, que lisa y
llanamente lo impuso a los productores, de un por entonces incipiente inglesito,
un tal Michael Caine. El gran Herbert Lom completaba el elenco. La dirigió el
versátil Ronald Neame (La aventura del
Poseidón, La primavera de una solterona, La alegre historia de Scrooge). La
película se llamó Gambit.
En ella, Harry Dean (Michael Caine)
un barriobajero londinense contrata a Nicole (Shirley Mac Laine) una corista de
un cabaret hongkonés y se hacen pasar por aristócratas ingleses para estafar a
un multimillonario, Shahbandar (Herbert Lom) en un indeterminado país árabe.
Hubo una vez un productor, Mike
Lobell, que asistió a la premiere inglesa de Gambit en 1966 con reina, pompa y circunstancia y esas cosas. En
1996, la compañía para la que trabajaba le pidió una remake y él sugirió Gambit. El proyecto comenzó a andar. En
algún momento, los hermanos Coen, muy necesitados de plata, aceptaron
reformular el guión. Pusieron poco oficio y menos inspiración en la tarea. La
remuneración de debe haber sido muy estimulante. Alcanzó a lo sumo para que se
divirtieran contraponiendo dos registros de habla: el inglés de las clases
altas y cultas versus el tejano más pintoresco y folklórico.
En la versión de los Coen, la cosa es
así: Harry Deane (Colin Firth), un experto en arte inglés contrata a P J
Puznowski (Cameron Díaz), una reina del rodeo tejano para hacerla pasar por la
dueña de un Monet y estafar a su insoportable patrón, el megamillonario Lionel
Shahbandar (Alan Rickman) en la Londres contemporánea. Dirigió Michael Hoffman.
Antes de llegar a la conformación del
presente equipo creativo se barajaron varios nombres. Algunos directores no
quisieron trabajar con un guión ajeno, otros actores no se avinieron a los
directores propuestos. Una pena que el proyecto no se empantanara
indefinidamente porque esta vez el cuento termina mal.
Los Coen respetaron al menos el
artilugio que hace única a la versión original aunque denuncian el truco. En el
Gambit de 1966, durante la primera
media hora en que Shirley Mac Laine, créase o no, no dice una sola palabra, se
exhibe la ejecución de un plan hasta los más mínimos detalles. Luego, en el
minuto 31 sabremos que no asistimos a hechos sino a la versión idealizada que
de los mismos tiene Michael Caine. Y entonces Shirley, conocida parlanchina si
las hay, hablará hasta por los codos. Aquí, los Coen, introducen un narrador,
Wingate (Tom Courtenay) un falsificador genial que denuncia antes de que los
hechos se escenifiquen que veremos la versión que de los mismos tiene Colin
Firth. Cameron Díaz, no tan conocida parlanchina, tampoco dirá una palabra pero
el artilugio ya no despista y carece de gracia.
El director Michael Hoffman (Sopa de jabón,
Restauración, Sueño de una noche de verano, Lección de honor, La última
estación) más que
seguir la huella de los clásicos que en los 60s hizo Stanley Donen con también
una palabra en el título, Charada y Arabesque, homenajea más bien a las
comedias que por la misma época hacía Blake Edwards. Hasta se permite marcarle
a Colin Firth un par de gags muy en el estilo del inspector Clouseau, pero como
veremos el actor tiene otra agenda.
Cameron Díaz es tan encantadora como
Shirley Mac Laine, aunque su personaje está mal armado, las situaciones en las
que participa son tan risibles como un dolor de muelas y sus líneas “tejanas”
son más malas que un dóberman asesino. Con un personaje que no estaba en el
original, Stanley Tucci en clave de corrección política actualiza el viejo y querido
mariquita, así de marcado y estereotipado es su gay. Tom Courtenay no tiene
mucho para hacer salvo poner la cara y lucir tierno. El personaje de Cloris
Leachman, que tampoco estaba en el original, parece vivir en El chiquero de Pasolini, La gran comilona de Marco Ferreri o Feos, sucios y malos de Ettore Scola,
pero sin la punzante ironía de los clásicos italianos, lo suyo es pura
grosería.
Dos cosas, sin embargo, se salvan del
naufragio. Colin Firth de Michael Caine sólo toma los míticos anteojos y se dedica
a interpretar su papel como si lo hubiera hecho Cary Grant. No es una imitación
en el sentido estricto del término sino una personificación “a la manera de”.
Si se conoce o se tiene muy presente el paradigma Cary Grant, su trabajo
adquiere mayor relieve y se disfruta más. Y por último, la primera escena con
los dos recepcionistas del Savoy Hotel. Es un ejemplo logradísimo de doble
sentido. Colin Firth y Cameron Díaz sostienen una discusión perfectamente
inocente, “leída” en sentido sexual por los recepcionistas, interpretados
antológicamente por Julian Rhind-Tutt y Pip Torrens, quienes por alguna curiosa
razón no aparecen en los créditos finales y hubo que googlear para saber sus
nombres, esfuerzo más que merecido porque es imposible no sonreír con ellos.
Si la memoria no me falla, es el enésimo
film de Michael Caine que se replica. Antes hubo un nuevo Alfie, un nuevo Get Carter, un
nuevo The Italina job y otro Sleuth-Juegos macabros. En todos los
casos y ante los pobres resultados, uno no puede evitar preguntarse: ¿no
hubiera sido mejor invertir la plata gastada en las remakes en una gran campaña
publicitaria y reestrenar los originales? La respuesta es obvia.
Un abrazo, Gustavo Monteros
Gambit
(2012) acaba de ser lanzada en DVD y se halla en todos los clubes de DVD.
Gambit (1966) hace rato que se lanzó en DVD y se encuentra en los clubes de
DVDs clásicos.
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