jueves, 21 de noviembre de 2013

Gambit



Hubo una vez en 1966 una comedia de frágil pero imperecedero encanto. Significó el desembarco en Hollywood, a instancias de una por entonces poderosa Shirley Mac Laine, que lisa y llanamente lo impuso a los productores, de un por entonces incipiente inglesito, un tal Michael Caine. El gran Herbert Lom completaba el elenco. La dirigió el versátil Ronald Neame (La aventura del Poseidón, La primavera de una solterona, La alegre historia de Scrooge). La película se llamó Gambit.

En ella, Harry Dean (Michael Caine) un barriobajero londinense contrata a Nicole (Shirley Mac Laine) una corista de un cabaret hongkonés y se hacen pasar por aristócratas ingleses para estafar a un multimillonario, Shahbandar (Herbert Lom) en un indeterminado país árabe. 

Hubo una vez un productor, Mike Lobell, que asistió a la premiere inglesa de Gambit en 1966 con reina, pompa y circunstancia y esas cosas. En 1996, la compañía para la que trabajaba le pidió una remake y él sugirió Gambit. El proyecto comenzó a andar. En algún momento, los hermanos Coen, muy necesitados de plata, aceptaron reformular el guión. Pusieron poco oficio y menos inspiración en la tarea. La remuneración de debe haber sido muy estimulante. Alcanzó a lo sumo para que se divirtieran contraponiendo dos registros de habla: el inglés de las clases altas y cultas versus el tejano más pintoresco y folklórico.

En la versión de los Coen, la cosa es así: Harry Deane (Colin Firth), un experto en arte inglés contrata a P J Puznowski (Cameron Díaz), una reina del rodeo tejano para hacerla pasar por la dueña de un Monet y estafar a su insoportable patrón, el megamillonario Lionel Shahbandar (Alan Rickman) en la Londres contemporánea. Dirigió Michael Hoffman.

Antes de llegar a la conformación del presente equipo creativo se barajaron varios nombres. Algunos directores no quisieron trabajar con un guión ajeno, otros actores no se avinieron a los directores propuestos. Una pena que el proyecto no se empantanara indefinidamente porque esta vez el cuento termina mal.

Los Coen respetaron al menos el artilugio que hace única a la versión original aunque denuncian el truco. En el Gambit de 1966, durante la primera media hora en que Shirley Mac Laine, créase o no, no dice una sola palabra, se exhibe la ejecución de un plan hasta los más mínimos detalles. Luego, en el minuto 31 sabremos que no asistimos a hechos sino a la versión idealizada que de los mismos tiene Michael Caine. Y entonces Shirley, conocida parlanchina si las hay, hablará hasta por los codos. Aquí, los Coen, introducen un narrador, Wingate (Tom Courtenay) un falsificador genial que denuncia antes de que los hechos se escenifiquen que veremos la versión que de los mismos tiene Colin Firth. Cameron Díaz, no tan conocida parlanchina, tampoco dirá una palabra pero el artilugio ya no despista y carece de gracia. 

El director Michael Hoffman (Sopa de jabón, Restauración, Sueño de una noche de verano, Lección de honor, La última estación más que seguir la huella de los clásicos que en los 60s hizo Stanley Donen con también una palabra en el título, Charada y Arabesque, homenajea más bien a las comedias que por la misma época hacía Blake Edwards. Hasta se permite marcarle a Colin Firth un par de gags muy en el estilo del inspector Clouseau, pero como veremos el actor tiene otra agenda.

Cameron Díaz es tan encantadora como Shirley Mac Laine, aunque su personaje está mal armado, las situaciones en las que participa son tan risibles como un dolor de muelas y sus líneas “tejanas” son más malas que un dóberman asesino. Con un personaje que no estaba en el original, Stanley Tucci en clave de corrección política actualiza el viejo y querido mariquita, así de marcado y estereotipado es su gay. Tom Courtenay no tiene mucho para hacer salvo poner la cara y lucir tierno. El personaje de Cloris Leachman, que tampoco estaba en el original, parece vivir en El chiquero de Pasolini, La gran comilona de Marco Ferreri o Feos, sucios y malos de Ettore Scola, pero sin la punzante ironía de los clásicos italianos, lo suyo es pura grosería.

Dos cosas, sin embargo, se salvan del naufragio. Colin Firth de Michael Caine sólo toma los míticos anteojos y se dedica a interpretar su papel como si lo hubiera hecho Cary Grant. No es una imitación en el sentido estricto del término sino una personificación “a la manera de”. Si se conoce o se tiene muy presente el paradigma Cary Grant, su trabajo adquiere mayor relieve y se disfruta más. Y por último, la primera escena con los dos recepcionistas del Savoy Hotel. Es un ejemplo logradísimo de doble sentido. Colin Firth y Cameron Díaz sostienen una discusión perfectamente inocente, “leída” en sentido sexual por los recepcionistas, interpretados antológicamente por Julian Rhind-Tutt y Pip Torrens, quienes por alguna curiosa razón no aparecen en los créditos finales y hubo que googlear para saber sus nombres, esfuerzo más que merecido porque es imposible no sonreír con ellos.

Si la memoria no me falla, es el enésimo film de Michael Caine que se replica. Antes hubo un nuevo Alfie, un nuevo Get Carter, un nuevo The Italina job y otro Sleuth-Juegos macabros. En todos los casos y ante los pobres resultados, uno no puede evitar preguntarse: ¿no hubiera sido mejor invertir la plata gastada en las remakes en una gran campaña publicitaria y reestrenar los originales? La respuesta es obvia.

Un abrazo, Gustavo Monteros
Gambit (2012) acaba de ser lanzada en DVD y se halla en todos los clubes de DVD. Gambit (1966) hace rato que se lanzó en DVD y se encuentra en los clubes de DVDs clásicos.

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