viernes, 30 de agosto de 2013

Reality



Vi la primera versión argentina de Gran Hermano con curiosidad de saber de qué iba el fenómeno global. Me enteré y no me pescaron para ninguna de sus reediciones. Como ficción era pobre y como estudio de los comportamientos humanos, más pobre todavía, por la cortedad de las personalidades elegidas y de los conflictos que manejaban. Eso sí, el programa confirmaba la certeza de axiomas teóricos que se barajaban desde tiempo atrás. Entre ellos hay dos que sobresalen. Primero, que siempre miraríamos televisión sin importar que sea lo que se propale. Para llevarlo a un absurdo, si un día los programadores dejaran de vender tetas y bultos y propusieran en el horario central clases de física cuántica, por más enrevesadas que fueran, las mismas tendrían un alto rating. Y segundo, ninguna virtud es ya necesaria para gozar de los 15 minutos de fama. En los primeros tiempos de la televisión algún talento o encanto se requerían, incluso en los programas de juegos. Hoy, en cambio, son tiempos de democratización televisiva extrema, literalmente cualquier hijo de vecino, sin gracia para ser el alma de la fiesta o el más simpático de la cuadra, con la amplificación de la TV puede obtener adhesión popular y reconocimiento perecedero.

Hablo de estas cosas porque Gran Hermano nutre Reality de Matteo Garrone, que alcanzara justificada relevancia internacional con su retrato mordaz de la mafia napolitana en Gomorra. Con Reality intenta y triunfa con un cambio de registro, el de la commedia all’ italiana… amarga.

Luciano (Aniello Arena) tiene una pescadería en una plaza de Nápoles. Está bien casado con María (Loredana Simioli) y tienen tres hijos hermosos. Por mandato familiar, en el que predominan las mujeres, es el histriónico de las fiestas. En la boda con la que se abre el film, se disfraza de vieja para animarla, pero ante la queja de su hermana, opta por el personaje de una drag-queen. No lo vemos hacer su numerito porque el hotel en el que se celebra la recepción ha contratado a un ex integrante de Gran Hermano para que haga el brindis. La hija menor de Luciano se queda sin un autógrafo y Luciano a cambio le promete conseguir una foto. Juntos persiguen a este ex Gran Hermano, que hace las salutaciones en otra boda del complejo, consigue la foto y lo ven irse en helicóptero. Luciano queda deslumbrado. El helicóptero al partir le arranca la peluca a Luciano. Regresan al hogar y se ve a María quitarle amorosamente el maquillaje a Luciano. No pormenorizo, consigno detalles importantes. Luciano tiene todo para ser feliz, pero como habitamos una sociedad de consumo en la que para ser hay que tener o lo que es peor, para ser hay que consumir, al margen de la pescadería y del trabajo de María como presentadora de los beneficios de un artefacto en una casa de electrodomésticos, ambos tienen montado un curro, del que nada digo para no arruinar la sorpresa de descubrirlo. Un día, en un shopping, en que se halla toda la familia menos Luciano, toman pruebas para el próximo Gran Hermano. La familia se comunica con Luciano para que se presente, quien por problemas laborales llega tarde. Hará la prueba de todos modos, y será llamado para que se presente en Roma, en nada más ni nada menos que en los Estudios Cinecittà, para dar otra audición más privilegiada y larga. Será el inicio de la odisea de Luciano.

Reality es sencillísima de ver, de seguir, de identificarse, pero al analizarla se descubre que es tan profunda y compleja como un lúcido tratado de filosofía. Tiene una intertextualidad de muñecas rusas, de laberintos de espejos, de cajas chinas, a la que no puedo referirme ni ejemplificar sin contar la peripecia entera y arruinarles la visión de la película. Básteme decir que las paradojas de ser y tener, de ser y representar, de existir sólo a partir de la mirada de los otros, están presentes con una contundencia deslumbrante.

Reality como Ben-Hur, Tiburón o Cabaret tiene la rara bendición de poder  ser leída en dos planos, en el de la superficie de la anécdota y en el de las profundidades de las ideas que surgen de la trama sencilla. Uno puede elegir quedarse con el cuento bien narrado o bucear también en lo que hay debajo y detrás. Es probable que a los italianos les hable del daño de la era Berlusconi, pero la elección de la metáfora Gran Hermano la vuelve universal y asequible a todos.

Imposible no mencionar que el espíritu del gran Federico Fellini sobrevuela el film. Se abre y se cierra con grandes planos como La dolce vita, tiene algo de la denuncia a la deshumanización televisiva de Ginger and Fred e Intervista y la más obvia, una mujeres rabelesianas tan rotundas como bellas, porque como lo demuestra en las escenas del tobogán acuático y de la pileta, hay belleza en la gordura, y si no se la reconoce es porque triunfó lo más difícil, la menos frecuente, la que más se sufre, la flacura sin sangre y con mal aliento de las anoréxicas.

Riality entre otros merecidos premios ganó el del Gran Jurado del Festival de Cannes 2012.

Ah, no es una paradoja menor que para interpretar a Luciano, el hombre que sueña ser confinado en la prisión-pecera que es la casa de Grande Fratello, Garrone sacara temporariamente de la cárcel a Aniello Arena, quien cumple cadena perpetua y está preso desde hace veinte años por haber contratado un sicario para matar a una persona.
Un abrazo, Gustavo Monteros

2 comentarios:

  1. Disculpen:para mi:insoportable!!Se acuerdan Ana Magani,que en la fición hizo lo imposible para que su nena entrara al cine? Berta Fridman.

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    1. Sí, cómo olvidar a la Magnani en aquella Bellissima de Visconti, peliculón

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