Ser adolescente fue, es y será un
problema en cualquier lugar y tiempo. Aunque “adolescer” en medio de la crisis
de los misiles de Cuba en 1962, cuando se suponía que el mundo podía volar por
los aires de un momento a otro, tiene sus bemoles. Y si encima tu mejor amiga…
no, mejor eso no lo cuento, porque sería una triple traición a la doble que
sufre la pobre Ginger.
Ginger y Rosa son amigas desde la
cuna y tienen mucho en común. Madres que no saben o no pueden conservar a sus
hombres, padre ausente, una, y padre muy ausente, la otra.
Ginger (Elle Fanning) es hija de
Roland (Alessandro Nivola), un profesor universitario, preso durante la Segunda
Guerra Mundial por negarse a combatir, demasiado enamorado de la singularidad
de su pensamiento y con la irreprimible urgencia de irse a la cama con sus
alumnas, y Natalie (Christina Hendricks) un ama de casa que abandonó la pintura
para ser esposa y madre. Rosa (Alice Englert) es hija de Anoushka (Jodhi May)
una proletaria que llena su vida de hijos y de un hombre que se va casi con los
títulos de apertura del film. Ginger tiene además un par de padrinos gay (no
olvidemos que estamos a principios de los 60, de modo que son precursores de
nuestra bienvenida cotidianeidad en el tema) Mark 1 (Timothy Spall) y Mark 2
(Oliver Platt), amigos o parientes de Bella (Annette Bening) una feminista
librepensadora.
Ginger es más candorosa que Rosa, muy
precoz en esto de probar lo que la vida tiene para ofrecer en cuanto a amores y
gratificaciones sexuales. Pero Ginger es una luchadora nata, no se va a quedar
cruzada a brazos a esperar que el mundo se evapore en una nube hongo, no, al
menos protestará y escribirá poemas. Aficiones (¿futuras profesiones, quizá?) que
la harán crecer y atravesar más o menos indemne la primera noche oscura de su
vida.
Sally Potter (Orlando, La lección de tango, Las lágrimas de un hombre, Yes, Rage)
entrega la película más clásica de su carrera y quizá la más personal, evoca la
época de su propia adolescencia y dedica el film a su madre, partida recientemente.
Hay mucho detalle que hará las delicias de los que recuerden aquella década y
una singular elegancia y destreza narrativa. Cínicamente podríamos decir que teje
la trama de un teleteatro en un momento de significancia histórica entre
personajes intelectuosos y elocuentes, pero hace más que eso, le da resonancias
particulares a una experiencia por la que todos atravesamos: la de dejar de ser
niños.
Para lograrlo cuenta con la más
luminosa de las aliadas posibles: Elle Faning, de 13 años durante el rodaje y
de 15 ahora, es de esos seres privilegiados que parecen haber nacido para que
la cámara los ame. Antes se le decía fotogenia y ahora se habla de carisma,
pero no es eso, es algo más, algo que en mi cortedad sólo puedo definir como
luminosidad. La cámara capta con amor todo lo que la chica expresa y la vuelve
más nítida, bella, profunda e hipnótica a la vez. La Rosa de Alice Englert,
hija de Jane Campion (El piano, Retrato
de una dama, Humo sagrado, En carne viva), tiene lo suyo y ni que hablar
del talentosísimo elenco, pero ante el portento de la Fanning se opacan, se
difuminan.
En resumen, una muy buena oportunidad
de disfrutar o conocer a una actriz única. (Aquí está “coloradita”, en lo
personal la prefiero en su rubio natural como en Somewhere – En un rincón del corazón de Sofía Coppola o en Súper 8 de J.J. Abrams)
Un
abrazo, Gustavo Monteros
Una película muy emotiva y linda, me gustó mucho. También ver a Christina Hendricks en un papel diferente al que hace en Mad Men. Muy recomendable.
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