¿Es esta película tan buena de verdad
o todos hacemos abuso de generosidad porque es la última obra de un hombre de
genio? Sí, Steven Soderbergh (Magic Mike,
La traición, Contagio, El desinformante, Che: El argentino, Che: Guerrilla,
Ahora son 13, Intriga en Berlín, La nueva gran estafa, Solaris, Todo al descubierto, La gran
estafa u Ocean's eleven, Traffic, Erin
Brockovich una mujer audaz, Vengar la sangre, Un romance peligroso, Kafka,
Sexo, mentiras y video, entre otras) se retira. Los motivos que esgrime
suenan como un berrinche. Bah, siempre nos lo parecen cuando se jubila
prematuramente alguien que admiramos. Sin embargo ¿cómo no coincidir cuando
dice que el cine que se hace y se consume actualmente es vacío, ruidoso, torpe
(el resumen interpretativo es mío, sus palabras son más amables)? Digo (¿en
broma?) que el cine contemporáneo es una excusa para vender pochoclos, que la
verdadera industria es ésa, la del popcorn. Antes se hacían largas cola para
ver que nos deparaban Wyler, Preminger, Huston, Wilder, Truffaut, Bergman o
Fellini, y hoy se venden millones de baldes de pochoclo para ver cada huevada.
A los espectadores, cuando arrecia la mediocridad, nos queda refugiarnos en los
clásicos. Claro, nos encantan las películas, pero no vivimos del cine. Querer
hacer hoy buen cine en Hollywood no es difícil, es un absurdo. Es nadar
corriente arriba en un río, en el que si te salvaste de las pirañas, te esperan
los cocodrilos. Efectos colaterales
es su última película para cine, hay otra para televisión, Behind the candelabra, un film biográfico sobre el pianista
Liberace, con Michael Douglas y Matt Damon, que acaba de terminar y que produce
HBO. Pero volvamos a la que nos ocupa.
Efectos
Colaterales es del tipo de películas de las que conviene contar
muy poco para no dar demasiadas pistas y arruinar las sorpresas. Emily Taylor
(Rooney Mara, la Lisbeth Salander hollywoodense) ya venía pisando baldosas
flojas. Ahora, a pesar de que su esposo, Martin (Channing Tatum) acaba de salir
de la cárcel por haber estafado a una institución financiera (más que prisión
le tendrían que haber dado 100 años de perdón) sigue deprimida y con ínfulas
suicidas. Su psiquiatra, el Dr. Jonathan Banks (Jude Law) la empastilla con una
droga nueva que le provoca unos efectos secundarios de lo más interesantes para
la platea y de lo más incómodos para la pobre Emily. Aparece por ahí la
psiquiatra anterior, la Dra. Victoria Siebert (Catherine Zeta-Jones) que oculta
unos cuantos secretos. Todo comienza con el clásico reguero de sangre, entonces…
Como describe Philip French en The
Observer: “el film muta de un acercamiento impactante a la farmacología y a la
depresión en un thriller psiquiátrico al estilo de Cuéntame tu vida, el tipo de películas que Hitchcock hizo famosa a
mediados de los ’40 y que generó una moda de películas sobre buenos o malos
psiquiatras y su asociación con el sistema criminal de justicia”.
Bien, aunque el modelo declarado por
Soderbergh es Atracción fatal y los
thrillers que de mediados de los ochenta hasta mediados de los noventa se
hacían por docenas. Lo que no invalida la observación de French, porque todo
thriller le debe una misa a Hitchcock (perdón, después de una semana intensa
con un reality show papal a full, otra imagen me resulta difícil). Como sea,
Soderbergh arma un film sólido y tramposo (como el género requiere), en el que
despliega todos sus talentos. El hombre ha blanqueado que desde hace años es su
propio director de fotografía bajo el seudónimo de Peter Andrews y su propio
montajista bajo el seudónimo de Mary Ann Bernard. Una despedida a toda orquesta
de un legítimo hombre orquesta. Soderbergh dice que se va a dedicar a la
pintura, el teatro y a la televisión tal vez. Te deseamos lo mejor, Steven.
Cosas de la vida, esto de renunciar
me toca de cerca. Ando rumiando dejar como actor las tablas independientes, las
profesionales, a pesar de mi larga e impresionante foja de servicios (mi
orgullo), no se pelean precisamente por tenerme, sobre todo porque no me
conocen (mi consuelo). No es cuestión de suerte como se dice, sino de algo más
precario, de la solidaridad de quienes deben presentarte y avalarte y de la generosidad
de quienes deben darte trabajo. Como bien dice Blanche Dubois se depende de la
bondad de los extraños.
En el arte, la dimisión es algo
profundo, misterioso e inapelable. Algunos se van para volver, como Clint
Eastwood, que retornó tras una breve pausa con la magia intacta. Gene Hackman
se refugia en la escritura de novelas históricas. Goldie Hawn prefiere
continuar en su hija. Inés Estévez todavía no vuelve. Elsa Daniel regresó en
una película equivocadísima y nos condenó otra vez a la tristeza de extrañarla.
Marilina Ross, como actriz, volvió de nuestra nostalgia por insistencia de
Doria para un especial de la tele y de la Zorrilla para una noche sola de
teatro, pero la luminosidad ya era fabricada. Olga Zubarry consintió en morirse
sin volver. Diana Maggi elige perderse en el recuerdo o en el olvido, que es lo
mismo. Qué sé yo, quizá otra paradoja, pero a veces aunque parezca una
cobardía, el verdadero heroísmo no está en besar la lona ni en tirar la toalla
sino en colgar los guantes.
Un
abrazo, Gustavo Monteros
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