“Tenés razón, los hijos son los
hijos” admite Doménico Soriano en el final de una de las mejores obras de
teatro jamás escritas, la Filumena
Marturano del genial Eduardo de Filippo. “Madre hay una sola” reza el dicho
popular. Sacralización que encuentra un límite en el chiste popular que la
completa: “Menos mal, si no qué quilombo”.
Hay un concepto “madre”, sostenido
por todas las madres, claro, que coloca a sus acciones por encima de toda ley,
psicología o filosofía, porque, andá a negárselos, una madre es una madre. Precepto al que
Elena, la protagonista de esta película, adhiere a pie juntillas.
Elena (Nadezhda Markina) y Vladimir (Andrey
Smirnov) son una pareja mayor de diferente extracción social. Él es rico, ella
no. Se conocieron tarde en la vida y ambos tienen hijos de una relación
anterior. La de él, Katerina (Elena Lyadova) es una muchacha moderna y
desprejuiciada. El de ella, Sergey (Aleksey Rozin) es padre de dos hijos, de un
adolescente, Aleksandr (Igor Ogurtsov) y de un bebé. Sergey está desocupado y
manifiesta despreocupación respecto de su situación. Pero a pesar de sus
diferentes contextos, tanto Katerina como Sergey son indolentes, lo que dice
mucho, más allá de la temperatura social, de la educación y crianza en estos
tiempos, pero no nos adelantemos. La cuestión es que Sergey necesita dinero
para manipular influencias que evitarían que Aleksandr vaya al ejército y pueda
seguir una carrera universitaria de inmediato. Por supuesto Sergey quiere que
Elena le pida ese dinero a Vladimir, entonces…
“Dios está en los detalles” es un
axioma, supuestamente acuñado por Gustave Flaubert y popularizado por el
arquitecto Ludwig Mies van der Rohe, que resalta la importancia de tomar en
cuenta los elementos menores que, en definitiva, se vuelven claves para hacer
la gran diferencia. Andrey Zvyagintsev, el director de Elena, es un devoto de dicho axioma. Cuando el film comenzó, me
pareció sacado de otra época, el tempo narrativo era de una lentitud
exasperante. Me asusté porque creí que iba a contar los hechos en tiempo real y
yo ya no tenía tiempo de tomarme un té de tilo. Pero no, después adquiere un
ritmo más acorde al que se usa en la actualidad. El lento comienzo es su manera de
advertirnos que prestemos atención a los detalles, que son los detalles los que
nos darán la magnitud del conflicto.
Elena es un cuento
moral de una gran simpleza que oculta en su aparente llaneza profundidades
insondables. Desnuda como pocos las virtudes y cortedades de las relaciones, la
crianza, la educación, el manejo del dinero y la violencia en esta
contemporaneidad nuestra. Da pie a abarcadoras y apasionantes discusiones.
Demás está decir que como en toda
buena película rusa, los actores ratifican ser dignos herederos de Constantin
Stanislavski y entregan interpretaciones modélicas.
Copio a Tita Merello, que no en vano
fue una Filumena Marturano insoslayable, y digo: Muchacha argentina, si sos
madre de cuerpo o de alma, ésta es tu película. Eso sí, andá pronto porque no
creo que dure mucho en cartel. Ah, y no vayas con un hombre, propio o ajeno, no
sea cosa que se ponga paranoico…
Un
abrazo, Gustavo Monteros
Bajo una apariencia gélida, 'Elena', de Andrey Zvyagintsev, esconde calientes vericuetos emocionales, sobre la familia, la generosidad, el amor, el deber o la mezquindad. Se admiten diferentes puntos de vista y el resultado es del todo desasosegante. Merece la pena. UN saludo!!!
ResponderEliminarGracias por contribuir, saludo grande!
ResponderEliminar