Hay dos Spielbergs, el narrador irrepetible, el gran maestro del entretenimiento de primera calidad (Tiburón, Encuentros Cercanos del Tercer Tipo, Indiana Jones, Jurassic Park, etc.) y el cineasta “serio” que aborda grandes temas como la guerra, la esclavitud y el nazismo, a veces “importantoso”, otras solemne pero siempre atendible (Amistad, La lista de Schindler, Rescatando al Soldado Ryan, Múnich, etc.) Lincoln pertenece sin dudas al segundo Spielberg. Y también sin duda alguna es su mejor película de grandes ambiciones hasta la fecha.
Aunque la parquedad de su título pueda llevar a pensar que se trata de una biopic (película biográfica) común y corriente, por suerte no lo es. No asistiremos al nacimiento de Abraham ni a sus penurias infantiles (si las hubiera tenido) ni nos explicarán cómo un minúsculo incidente provocó un trauma que arrastró hasta la tumba. No, con buen tino se concentra en tres o cuatro meses cruciales que desnudan su personalidad, su ideario, su accionar y sus relaciones familiares. Es el tiempo que precede al fin de la Guerra de Secesión y la aprobación de la Decimotercer Enmienda a la Constitución estadounidense que abolirá la esclavitud. El film se centra en cómo consiguió ambas cosas, a qué costo y con qué herramientas. Habrá tanto intrigas, prebendas, corruptelas, como ideales irrenunciables, sacrificios ineludibles y principios inalterables.
Lincoln fue un proyecto que durante años rondó la creatividad de Spielberg. Adquirió los derechos del libro (Team of Rivals: The Political Genius of Abraham Lincoln de Doris Kearns Goodwin) en que el film se basa parcialmente, incluso antes de que se publicara. Y aunque tiene todos los rasgos de su estilo (espectacularidad, emotividad, humor), es la película menos Spielberg de su carrera. Él en broma dice que es su film más “europeo.” Insiste también (y uno después de verla concuerda plenamente con él) que la película no sería lo que es sin el guión del premiado dramaturgo Tony Kushner (Ángeles en América) y la actuación incalificable de tan maravillosa de Daniel Day- Lewis.
El guión es un capolavoro. Es complejo pero claro; apasionante y ameno pero sin renunciar jamás a la profundidad o la sutileza; y tiene más de 100 partes hablantes o sea ¡más de cien personajes! Un detalle que puede resultar interesante: en los títulos finales se estipula que durante el rodaje Tony Kushner no tuvo uno sino dos asistentes, ¡no es para menos! Incluso cinco hubieran sido pocos.
Siempre me quejo de las necedades, es hora de que esté a la altura de mis protestas y tome una sopa de mi propio chocolate. Daniel Day-Lewis no es uno de mis actores favoritos, no me despeina su técnica y me deja impávido su pericia. Pero lo que hace aquí excede las palabras, habita la poesía. Podría desmenuzar su labor, separarla en sus partes constitutivas, hablar como otros hasta desgañitarme del manejo de su voz, de su cuerpo, pero ¿para qué aburrir? Aunque desgajara el truco hasta reducirlo al simulacro que es toda actuación, la magia persistiría, tan magnífico es lo hace el londinense. Su Lincoln a pura prepotencia de talento entra en la galería selecta de retratos indiscutibles junto al Cyrano de Depardieu, el Jake La Motta de Robert De Niro o el Pasqualino de Giancarlo Giannini.
Los otros más de cien actores también están excelentes, algunos irreconocibles detrás de peinados imposibles, patillas épicas, bigotazos hiperbólicos y demás copiosidades capilares de rigor en la moda de la época. Aunque todos merecerían nominaciones para premios, cómo no detenerse en los que lograron la suya para el Óscar: Sally Field, después de años de hacer lo que sea para mantenerse en vigencia (viene de ser ¡la tía del Hombre Araña!) encuentra un papel a la medida de su talento y sencillamente la descose; el gran Tommy Lee Jones ratifica su inmensidad y transforma su última escena en un recuerdo indeleble por tanto amor y humanidad.
Spielberg confiesa que en esta película hizo un trabajo directriz “teatral”, que se concentró antes en la actuación y en el texto que en cómo poner la cámara. Se nota, es su trabajo más mesurado, menos ampuloso que resalta sin embargo su lucidez, su destreza narrativa, su talento irreductible para conmover, para despuntar lo que hay detrás de cada aventura humana, para crear suspenso incluso con lo que sabemos cómo termina.
Un consejo, ir descansado, es un film inteligente que demanda nuestra constante atención. No se desanimen, es una exigencia menor ante el disfrute para mente y alma que provoca.
Un abrazo, Gustavo Monteros
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