Lasse Hallström es un director sensible, muy sensible. Pero
su eficacia deriva de las bondades de los originales. Si el material es bueno
como en ¿A quién ama Gilbert Grape? o
Las reglas de la vida logra un
resultado decente, que perdura. Si es malo, no es de redimir con arte lo
espurio. Querido John es tan bodrioso
y berreta como la novela que le dio origen.
Esta vez el original (una novela de Paul Torday) parecía
promisorio. Al menos para una farsa política de primer nivel, género tan
infrecuente como el famoso unicornio. Después de volar una mezquita que hace la
participación de los ingleses en Afganistán más antipática todavía, la jefa de
prensa del primer ministro (Scott-Thomas), necesita una noticia amable de
alguna coincidencia de intereses entre ingleses y musulmanes. Entonces “fabrican”
una que estaba en proceso de realización. Un sheik (Amr Waked) pretende armar
un río para pescar salmones en tierras desérticas de Yemen. Una asesora de
inversiones (Blunt) se contacta con un experto ictícola (McGregor) para viabilizar
el proyecto y entonces…
Pero como indica el anodino título que aquí le pusieron, Amor imposible, Hallström se concentró
en lo que más conoce o en lo que mejor le sale: la comedia romántica, con más
romance que comedia. Todo bien, pero se nota mucho que desvirtúa algo que en el
frente y en el todo apunta para otro lado: la incorrección política, la ironía
y el cinismo revelador.
Es inevitable que venga a la mente el recuerdo de Uno, dos, tres (1961) de Billy Wilder,
farsa política modélica que también se motorizaba por una historia de amor. Ésta
podría haber sido una respuesta contemporánea a aquel clásico inoxidable, pero
optaron por la habitual venta de pochoclos sentimentales. Una pena, que sin
embargo puede disfrutarse por los actores.
Ewan McGregor está muy bien en su primer galán maduro (Dios
mío, cumplió 40 años, ayer nomás, era el adolescente de Trainspotting). Su personaje es el que hace que el amor sea “imposible”.
Es tan reservado, estirado, metódico y reprimido que si no fuera interpretado por Ewan
sería muy difícil desarrollar la más mínima empatía con un ser tan enojoso. Claro,
cambiará, a fuerza de las “lecciones de vida” que le propinan Hallström y sus guionistas.
Emily Blunt destella belleza y talento. (Por favor, que
alguien le dé pronto un papel que la catapulte a la fama imperecedera, es una
de las pocas actrices jóvenes que no le teme al superestrellato).
Kristin Scott-Thomas (espléndida como el primer día, pero resignada
desde hace rato a que le den sólo papeles de dama madura) brinda una
interpretación briosa que se agradece. Está como en otra película, la película
que debió haber sido.
Para contrarrestar la demonización habitual a los musulmanes,
los guionistas se dejan ganar por una corrección política tan acendrada que el sheik
de Amr Waked es poco menos que un santo, un ejemplo de sabiduría con una
tendencia al misticismo, al mantra de autoayuda y la frase altisonante. Habla
muy bien de este actor egipcio que logre un personaje digerible.
En resumen, Salmonfishing in the Yemen (según su título en inglés o sea La pesca del salmón en Yemen) pudo haber sido un peliculón pero es
apenas una peliculita.
Un abrazo,
Gustavo Monteros
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