"Hay algo tan profundamente conmovedor en la vida de
Albert que nunca dejó de emocionarme”: dijo Glenn Close en un reportaje. Y sí,
es así. Albert tiene la rigidez y ese aire absurdo de los hombrecitos de
Magritte, el dulce patetismo del Carlitos de Chaplin y el despiste de un
mozambiqueño en el Ártico. Es que por más que conozca la rutina de su papel,
sus líneas, las entradas y las salidas, allá en el fondo está un poco perdido.
Bueno, un poco no, muy. Es que Albert no es Albert, es Albertina. Y es Albert no
por elección o identificación, no. Es Albert por accidente, por supervivencia. No
era fácil ser huérfana en la Irlanda del siglo XIX. Nunca lo es, pero a veces
es incluso más difícil. A los 14 años, después de una experiencia traumática
como pocas, consigue un trabajo de una noche como mozo. Y no tarda en advertir
las ventajas del rol, que nadie le presta mucha atención al sirviente perfecto,
ése que no nota los secretos y las impudicias, el que se confunde con la pared
contra la que se apoya. Entonces huye y es Albert. Pero la fuga es también una forma
de prisión. Otra. No hay libertad en el engaño. En la omisión quizás, pero no
en el engaño. Después de tantos años de máscara y disfraz, ya no sabe qué
desear. A veces pareciera que quisiera ser un hombre, otras, una mujer. Tiene
un sueño. Modesto. Que lo impulsa a un pragmatismo confundidor. Una noche
accidentada lo hará entrever que quizá sea posible ser feliz. Si tan sólo…
El secreto de Albert
Nobbs es un viejo y
querido proyecto de Glenn Close. El original es una “novella” o cuento largo de
George Moore que se convirtió en una obra de teatro que Close protagonizó en el
off-Broadway en 1982. Primero barajó hacerla película con István Szabó con
quien trabajó en Encuentro con Venus
(1991). Terminó haciéndola con Rodrigo García con quien hizo Con sólo mirarte (1999) y Nueve vidas (2005).
García tiene sensibilidad, discreción y respeto por sus
personajes, maneja los actores, sobre todo las actrices con firmeza y empatía.
Cualidades que Glenn, veterana de varias guerras artísticas, aprecia y
agradece, más en este caso, en que no sólo era el eje sino el mismísimo motor
del proyecto. Escribió el guión, la letra de la canción, produjo el film, eligió
casi todo el elenco y las locaciones principales. Sólo le faltó lo del plumero o
la escoba ya sabemos dónde…
Y no lo hizo del todo mal. El guión es perfectible pero
bueno, la canción es poética y sentida, a la producción no le falta nada y el
elenco es soñado. Mia Wasikowska (la Alicia
de Tim Burton) y Aaron Johnson (el glorioso Kick-ass)
no fueron las primeras opciones, eran Amanda Seyfried y Orlando Bloom, pero
como están más ocupados que yo los lunes, no pudieron participar, aunque
alcanzaron a ensayar, de allí que aparezcan en los agradecimientos. Wasikowska
está muy bien con su “damita joven”, Johnson no del todo en su galán con
ingredientes. Pauline Collins (la inolvidable Shirley Valentine, 1989), que tanto sufriera junto a Glenn desandando
el Paradise Road (de Bruce Beresford,
1997), está de rechupete como la dueña del hotel. Jonathan Rhys Meyers y John
Light, que fueran hijos de Glenn en Un
león en invierno, lucen esta vez más apostura que talento, pero no es culpa
de ellos sino de los que les toca en suerte. Brenda Fricker, Antonia
Campbell-Hughes, Maria Doyle Kennedy, Mark Williams, James Greene son un personal
de cocina-comedor de lujo. Phyllida Law, la mamá de Emma Thompson, se hace
notar entre los huéspedes. Pero mis favoritas en este film, aparte de Glenn,
claro, son Janet McTeer (también travestida y nominada a varios premios al
igual que Glenn) que hace de Hubert Page, un pintor de brocha gorda de lo más
seductor y Bronagh Gallagher como Cathleen, una simpática y cálida modista. Y
dejo para el final al inmenso Brendan Gleeson, que es el médico. De talento tan
rotundo como su figura. Que sea él quien lleve adelante una de las escenas
claves me mató. Su humanidad es tan luminosa que es imposible no conmoverse.
A Glenn Close ya no le falta nada, salvo ganar un Óscar. Ella
sonríe y dice: “A menudo se me confunde con Meryl Streep, pero nunca en las
noches de los Óscars.” Lleva seis nominaciones sin ganar. Comparte el podio de
las seis nominaciones sin premio con Deborah Kerr y Thelma Ritter (pavada de
compañía). Ya se le dará o no. No importa, todos tenemos un personaje favorito
de Glenn y eso pesa más que el pisapapeles dorado “parecido a mi tío Óscar”.
Hoy no sé si a la larga su Albert/Albertina superará en mi memoria a Iris
Gaines (El mejor), a Maxie (Maxie), a Alex (Atracción fatal), a la marquesa Isabelle de Merteuil (Relaciones peligrosas), a Sunny von
Bülow (Mi secreto me condena), a la
Sra. Farraday (El secreto de Mary Reilly),
a la reina Gertrudis (Hamlet), a la
Primera Dama de Marte ataque, a la
vicepresidente de Avión presidencial,
a la Camille de La fortuna de Cookie,
a Cruella de Vil de Los 101 y 102 dálmatas, a la Leonor de Aquitania
de El león en invierno o a la Patti
Hewes de Damages, lo que es seguro es
que logró otro hito en su carrera y que tiene razón, Albert es conmovedor y se
vuelve inolvidable.
Eso sí, el chico del pasillo sabe que Albert y Hubert algo
esconden. Aunque más no sea porque su mirada es limpia. Se puede engañar a los
adultos, pero nunca a un niño. A veces no hay sabiduría mayor que la
ingenuidad.
Un
abrazo, Gustavo Monteros
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