Si he de decir la verdad (y no veo por qué no habría de
hacerlo), a esta película no hay con que darle. El tema es apasionante. La
relación cambiante y ambivalente entre el viejo y querido Sigmund Freud (Viggo
Mortensen) y Carl Jung (Michael Fassbender), con el agregado de una
coprotagonista de lujo, Sabina Spielrein (Keira Knightley) y un secundario que
no le va a la zaga, Otto Gross (Vincent Cassel).
Como se ve un elenco de aquellos, en plena forma y dispuesto
a dar lo mejor de sí en personajes únicos. Viggo Mortensen entrega una notable
caracterización de Freud. Keira Knightley brinda la actuación más audaz e
histriónica de su carrera y sale con todos los laureles reverdecidos. Michael
Fassbender confirma que es un actor envidiable. El hombre es de muy buen ver,
tiene una fotogenia inexpugnable y un talento a prueba de escépticos. El gran
Cassel está en su salsa y destella comme d’habitude.
El guión de Christopher Hampton (El cónsul honorario, Relaciones peligrosas, Carrington, El fuego y la
sombra, El americano, Expiación – deseo y pecado, ¡hay que tener ese
currículo!) concibe un guión (basado en su propia obra de teatro, basada a su
vez en un libro de John Kerr) con el que se podrían dar clases. Es preciso,
contundente, claro, fluido, con detalles certeros, situaciones arteras y con
toques de humor tan bien puestos que se equiparan a la famosa cereza de lo
postres.
David Cronemberg, alejado al parecer definitivamente del
despanzurramiento de cuerpos con fines metafísicos y/o terroríficos del pasado,
como en las recientes Una historia
violenta o Promesas del Este
(protagonizadas también por el amigo Viggo) se dedica con elocuencia y
elegancia a desmenuzar secretos y viviseccionar almas.
Sin embargo, a pesar de tanto nombre de lustre y fuste, tanta
profusión de talento, tanto tema intrigante y revelador, me pasé toda la
película insuflándome el entusiasmo y aventándome el interés. Las tres veces
que la vi. Y… soy de insistir.
La primera vez la vi a poco de su estreno en Europa, en algún
momento del año pasado. Como suele suceder, rondó por la web primero en versión
Cam, o sea filmada con una camarita en una función de cine. La bajé y la vi
porque me daba mucha curiosidad. El sonido era impecable y la imagen un poco
opaca. Supuse que con una copia mejor la disfrutaría más. Cuando llegó la
temporada de premios, apareció un ripeo del DVD. Lo bajé y volví a verla. La
reacción fue parecida a la de la primera vez. Me dije lo que me digo siempre: a
las películas hay que verlas en el cine. Y ahora que la estrenaron fui. Y sigo
como la primera vez. Hay algo que no me funciona. Conmigo esta película es como
esas chicas que de tan pero tan lindas no son atractivas. Me parece demasiado impecable,
controlada, medida, estudiada. Sin esa
coma fuera de lugar o ese adjetivo discutible que le da vida repentina o
belleza imprevista a las cosas.
Pero no me lleven el apunte. Para nada. Véanla. El problema
soy yo, no la película. Como dije en un principio, objetivamente no hay con que
darle.
Un
abrazo, Gustavo Monteros
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