El problema con los cuentos de hadas es que hay que creer en ellos para que funcionen. Si uno no cree, por más bonitos que sean, nos dejan indiferentes. Secretos de estado no es técnicamente un cuento de hadas, pero por su idealización de la política yanqui se parece mucho a uno. En esencia es un drama moral de crecimiento. El protagonista (Ryan Gosling) pasa del candor y la ingenuidad, no a la madurez, sino al cinismo y el desencanto por los motivos equivocados, al menos para los habitantes al sur del Río Grande.
Hay dos “supuestas” fallas trágicas en el devenir de la
historia. Ryan Gosling, segundo del jefe de campaña (Philip Seymour Hoffman)
del candidato George Clooney comete el “error” de reunirse con el jefe de
campaña (Paul Giamatti) del candidato opositor. Y dos, el candidato George
Clooney comete el “error” de acostarse con una interna (Evan Rachel Wood) de su
equipo de campaña. El marco es el de unas elecciones primarias, o sea entre dos
candidatos del mismo partido, demócrata en este caso, en Ohio.
Analicemos un poquito. En la idealización que se propone, es
inadmisible que un asesor segundón de campaña tome una cerveza con el jefe de
campaña opositor. Se vive como una falta imperdonable a la lealtad. Ahora bien,
que mientras tanto, el jefe de campaña propio, Philip Seymour Hoffman, procure
pactar con el diablo, o sea un senador republicano, Jeffrey Wright, para que le
garantice el voto de sus electores es visto como una contingencia admisible de
la política. Ojo, el senador republicano, a cambio de sus electores, en caso de
triunfo quiere un cargo importantísimo en el futuro gabinete. O sea atar de
pies y manos el “supuesto” progresismo de Clooney. Todo en nombre de un
“supuesto” bien mayor.
Debe también suponerse inadmisible e imperdonable que un candidato,
George Clooney, en una noche de descuido y stress se acueste con una chica de su propio partido.
Ahora bien, es perdonable, en nombre del “supuesto” bien mayor, que dicho
candidato mienta posturas progresistas, que no le interesan, como el matrimonio
igualitario, porque sabe que jamás se llevarán a la práctica; o que sostenga
posturas ecológicas que serían, a la larga pacifistas, como el uso de motores sin combustible versus
los propulsados con derivados del petróleo, hábitos, que sabe, los yanquis no considerarán hasta que se
acabe todo el petróleo de la Tierra. A estas cosas, el idealista Ryan Gosling
las pasa por alto o las perdona en nombre del mentado bien mayor, que en este
caso sería una mejora en la educación pública y en la distribución de la
riqueza, con los ricos pagando más impuestos que los pobres. Es decir, Ryan
Gosling, más que idealista, es un salame.
En definitiva, para nosotros, los del sur del Río Grande,
las premisas éticas que sustentan el drama no son válidas. Con quien se acuestan
los candidatos es cosa de ellos. Un asunto privado, como con quien nos
acostamos nosotros. Y hace rato aprendimos que los pactos con los contrarios no
llevan a ningún lado, salvo a la traición. Y curtidos de promesas, sabemos que
lo tangible, el matrimonio igualitario o el ejemplo que prefieran, es mejor que
cualquier buena intención declamada en balde.
George Clooney, un hombre políticamente correcto por
excelencia, falla esta vez por criticar al sistema, no en su esencia, sino en
sus “aspectos” supuestamente negativos. La lealtad que defiende Philip Seymour
Hoffman es falsa y poco importante en términos prácticos. Y la supuesta falla
de Clooney, el sexo ocasional, es disculpable. No lo es todo lo demás.
George, querido, la moral no se restringe al sexo. Abandona
de una vez el puritanismo yanqui. En el siglo XXI (soy feliz de decirlo) a la
moral le tiene sin cuidado con quien nos acostemos (no soy “tan” viejo, pero mi
educación sexual fue antediluviana). Lo inmoral es sumir en el hambre a un cuarto
de la población mundial, provocar desastres ecológicos inconmensurables en
nombre de los buenos negocios, e invadir países con excusas vanas como la
seguridad de Occidente para quitarles el petróleo. Ah, y justificar la tortura
(remember Guantánamo?) y la discriminación (¿cómo puede ser posible que el
mayor porcentaje de presos en los Estados Unidos sea negro?) entre otras cosas.
George, querido, sé que quisiste hacer un drama honesto,
pero por no ir al fondo de la cuestión, el sistema en sí mismo, te salió un
drama hipócrita como pocos. No te preocupes, no estás solo, a Robert Redford le
pasó lo mismo o peor con Leones por corderos (2007) en la parte en la que él
actuaba, justificaba ¡invasiones! y sostenía que participar en un “error
patriótico”, una guerra, era mejor que criticar u oponerse. Y ya lo ves, por
otros méritos, muchos, sigue siendo el rey del Sundance Festival. Qué se la va
a hacer, Estados Unidos es un imperio corrupto que confunde.
En fin, si se tragan el sapo de la lealtad entre bandidos y
la santidad sexual que todo candidato yanqui debe ostentar, la película se
sigue con interés. Clooney filma con elegancia y elocuencia. Todos los actores,
sin hacer nada del otro mundo ni mostrar nada nuevo a lo que ya hicieron, se
ganan la plata con mucha dignidad. Y lo más parecido a una caracterización o a
una actuación destacable la da Marisa Tomei.
En lo personal, estos Secretos de Estado me parecieron
ridículos e intrascendentes.
PS. Clooney puede equivocarse políticamente, pero no hay duda que es un hombre considerado. Ver: Todo un caballero en http://enunbelmondo.blogspot.com/
Un
abrazo, Gustavo Monteros
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