sábado, 22 de octubre de 2011

Aquel martes después de Navidad



Hace un tiempo ya, tomábamos café con una amiga. ¿Qué estás escribiendo ahora?, me dijo de pronto. Una obra sobre adúlteros, contesté. ¡Qué plomo!, comentó, el adulterio ya pasó, es un tema agotado. Sonreímos y cambiamos de tema. No le dije que para mí no lo era, que las relaciones familiares de todo tipo y color, las relaciones de pareja de toda laya, la soledad, el desamor y esas cosas eran como el music hall y la Judy Garland de la Walsh o sea eternos como el sol. Al final, condicionado o no por la respuesta tan tajante de mi amiga, no escribí la obra sobre aquellos adúlteros sino cuatro obritas en un acto sobre infidelidades, traiciones, dobleces y duplicidades varias.

Ahora, el rumano Radu Muntean le da un tratamiento radicalizado al tema. En un reportaje, a la pregunta de qué tema le interesaba abordar en Aquel martes después de Navidad, contestó: La historia de un hombre enamorado de dos mujeres. Con mis coguionistas nos propusimos contar una situación que no es la que los clichés habituales describen. No es que el protagonista, que está casado, tenga una amante: se enamora de otra mujer. Ese es su conflicto. Tampoco que esté harto de su esposa, que ya no la quiera, que le parezca que se puso gorda o vieja, que la relación entre ellos esté acabada. Nada de todo eso. Lo que sucede es que su relación con Raluca es más apasionada que la que tiene con la esposa. Pero eso no quiere decir que haya dejado de querer a Adriana. Tampoco es que él pretenda engañar a la amante con la mentira de que se va a separar de la esposa e irse con ella. La amante tampoco lo presiona para que lo haga. O sea que no hay ninguno de los clichés habituales.

A confesión de partes, relevo de pruebas. Sólo resta concluir que logró con creces lo que se propuso. Más que el melodrama habitual del triángulo esposo-amante-esposa, hay un conmovedor drama ético, que se maneja desde la planificación y la puesta en escena con sumo cuidado para que no prime el punto de vista de alguno de los personajes sobre el de los demás. Eso sumado a una actuación carente de todo artificio y la ausencia de los típicos subrayados musicales nos da la sensación de estar espiando a unos vecinos. No somos manipulados esta vez para ponernos de parte de tal o cual personaje sino que se nos insta a ver el dolor de todos. Y como cuando uno espía, comprendemos que bajo la superficie de lo que vemos hay mucho más que no termina de revelarse.

Mimi Branescu (Paul), Maria Popistasu (Raluca) y Mirela Oprisor (Adriana) nos desarman y conmueven por la naturalidad con la que se manejan. Logran el milagro de no dejarnos ni sospechar que están actuando.

Piensen como mi amiga o no, vean Aquel martes después de Navidad. Radu Muntean nos demuestra que no hay temas agotados sino maneras agotadas de tratar un tema.

Un abrazo, Gustavo Monteros

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