Kathryn (Rachel Weisz) es una policía de alma,
tanto que hasta pierde la custodia de su hija adolescente por desatender su
vida privada. Cuando el pedido de traslado falla, el jefe la anoticia de un
puesto en Bosnia como agente de paz. Hacia allá parte la pequeña y no tarda en
hacerse notar. Por su sexo termina ocupándose primordialmente de los casos de
violencia de género. Y no va y se topa con una red de explotación sexual.
Pareciera que involucra a unos cuantos oficiales corruptos, pero no, la
organización se enraíza en esferas más altas, incluso de la ONU, oops! ¿Cuándo
frenar? ¿Hasta dónde llevar la denuncia? Nunca y tan lejos como se pueda porque
es una policía de alma y porque las víctimas no son sólo prostituidas y
explotadas sino que torturadas física y emocionalmente, laceradas y a la
postre, asesinadas.
La verdad oculta es un drama de denuncia
basado en hechos reales. Los dramas de denuncia suelen pecar de ingenuos.
Alientan la fantasía de que con un poco de voluntarismo y un mínimo de heroísmo
pueden desarmarse tremendas trapisondas de reverendos sátrapas (Erin Brockovich)
Sí, sí, contamela. La verdad oculta no cae en esos desatinos. La victoria es
pírrica, el hilo se corta por lo más delgado, caen las cabezas de turcos de
costumbre y el mundo sigue andando.
Rachel Weisz se pinta sola para el papel,
tiene la mezcla ideal de fortaleza y sensibilidad. Su cara es un prodigio de
expresividad y su voz grave y hermosa tiene más matices que un atardecer.
¿Queda claro que la chica me parece el colmo del talento, no?
Esta ópera prima de Larysa Kondracki es tersa,
vibrante y muy cruda por momentos. Algunos críticos la acusan de regodearse en
lo que critica: el salvajismo con que se trata a las chicas, a las que un
cínico personaje llama “putas de guerra”. Histericones, los señores críticos.
Si haces una película sobre la trata de personas y mostrás las vejaciones
físicas y morales a las que son sometidas, te acusan de sadismo; y si no las
mostrás, de no estar a la altura del tema tratado. Activos-pasivos, que le
dicen.
Un abrazo, Gustavo Monteros
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