No es mi intención ofender a sus seguidores,
pero si he de ser sincero, debo confesar que el cine de Moretti no me va ni me
viene. Lo conocí en los ochenta en un ciclo de cine italiano inédito en la
Argentina, e incluso en esas primeras películas se evidenciaba una
característica que se convertiría en su marca de fábrica: un narcisismo militante. Me resulta inútil dialogar con un narcisista, (es mi falencia),
porque no pretende otra cosa que le demos la razón por adorarse y nos
convirtamos en sus satélites. Prefiero cruzar de vereda y seguir mi camino. De
allí que dejé de ver las películas de Moretti sin que se me moviera un pelo y
sin sentir que perdía nada importante. Pero esta película me atrajo desde que
supe de su existencia. Primero, por su título. Habemus Papam, junto con Quo
vadis, Ubi sunt, In media res y alguna que otra frase que no me viene a la
mente en este instante, es el poco latín que sé, pero que uso y abuso para
chistes cotidianos tontos. Puedo decir, por ejemplo, Esta noche habemus pizza… Y
bueno, con algo hay que divertirse. Volviendo a la película, después, cuando me enteré de qué iba, me
atrajo más aún. Coincido a pie juntillas con la teoría de un amigo que dice que
no hay nada más apasionante que las historias en que alguien dice que no a una
cosa por la que otros asesinarían a sus madres. Y si se arrancó de monaguillo,
se pasó por cura, obispo y se llegó a cardenal es lógico suponer que alguna vez
se fantaseó con ser Papa, pero a Melville (Michel Piccoli) ni se le cruzó por la
cabeza. Mientras los favoritos rezan para que no los elijan, él fuma bajo el
agua, se sabe muy de perfil bajo. Pero no van y lo eligen. Azorado, presionado
por la danza roja de prelados aliviados, contesta que sí, cuando le preguntan,
después de la votación, si acepta ser Papa. Pero cuando le dan las ropas del
oficio y van a sacarlo al balcón para que se presente, le agarra tal pánico que
hasta hay que recurrir a lo impensable, un psicoanalista (Nanni Moretti). Y
hasta ahí cuento, sin revelar demasiado porque son sólo los primeros cinco
minutos.
Habemus Papam es una comedia inclasificable.
Es satírica pero tierna. Es sencilla pero densa. Lineal pero compleja. Y no
tengo un ataque de oxímoron compulsivo. Para acceder a alguna pretensión de
claridad, concluiré que es misteriosa en su aparente simplicidad. ¿Acaso nos
dice como Shakespeare y Calderón de la Barca que el poder es sólo una ilusión sostenida
por rituales, y que la vida no es sino una representación? ¿No ya un “cuento
contado por un idiota” sino una obra conocida representada por un actor
desquiciado que sabe todos los parlamentos? ¿Insinúa acaso que el psicoanálisis
no es sino teorías muy creativas que satisfacen la angustia de lo que nunca
llegaremos a conocer o sea nosotros mismos, nuestras elecciones y nuestros
caminos? ¿Cuando el curita dice, en medio del torneo de vóley, que el psicoanalista ateo no irá al infierno
porque es un lugar desierto, acaso nos quiere decir que muchas cosas no son
como se han supuesto? ¿Hay un paralelismo entre el papa reacio y el
psicoanalista exitoso, dos perdedores disfrazados de ganadores? ¿Es casual que
la obra que ve el Papa sea La gaviota de Anton Chejov, autor incomprendido por
excelencia porque escribió comedias que todo el mundo vio como dramas
tremendos? ¿Acaso lo más revolucionario que se puede hacer en estos tiempos es
decir “no sé”, como el experto que en la tele reconoce no tener ni idea de qué
corno está hablando? ¿Hay incorrección política mayor que no imitar a Cristo,
porque si éste pedía fuerza para soportar el sufrimiento deparado por su
destino redentor, este hombre pide fuerza para apartarse de un destino de
grandeza? Son sólo algunos de los interrogantes que despierta este entramado
simple y conmovedor que pergeña Moretti.
Piccoli está supremo en su Papa fugitivo y
Moretti, dicen los que lo han seguido que siempre se interpreta a sí mismo, será
así, no podemos rebatir lo que desconocemos, pero aquí está simpatiquísimo en
su psicoanalista locuaz, altamente italiano.
Y sí, lo han dicho todos, pero ¡cómo no
mencionarlo!, en una escena clave se oye a la Negra Sosa cantar Todo cambia y
se nos eriza de emoción hasta el último pelo de ya saben dónde.
Habemus Papam no me reconcilia con el cine de Moretti,
pero sería un necio si no reconociera que disfruté cada segundo de esta
película madura, serena, segura, diestra, elocuente, elegante. Sin lugar a
dudas, una de las mejores películas que veremos este año.
Un abrazo, Gustavo Monteros
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