No soy muy adepto al cine industrial
contemporáneo, al que cariñosamente, o no tanto, llamamos “pochoclero”, porque
parece no perseguir otra cosa que ser vistoso y ruidoso acompañamiento del
pegajoso maíz inflado. Pero por algún malfuncionamiento de un circuito de mi
cerebro, la mezcla que prometía el título me resultaba atractiva. No por la
mezcla en sí de ciencia ficción y western. No muy original, por otra parte, ya Oestelandia
(Westworld, 1973) de Michel Critchon, una de las películas más interesantes con
Yul Brynner, casaba ambos géneros. Quizá me interesaba porque remitía al cine B
de la infancia, aquel que mandaba las amazonas a la luna. O quizá porque los
nombres, Steven Spielberg (aquí, productor) y Harrison Ford, juntos o separados
son para mí un imán irresistible. Harrison Ford puede actuar mal o involucrarse
en bodrios (hizo ambas cosas, por suerte no con frecuencia), pero se lo perdono
porque el hombre es Indiana Jones y eso siempre le da un crédito extra. Y
Steven es Spielberg, y está todo dicho.
Sea por lo que sea, ahí estaba para ver a los
cowboys meterse con los aliens o viceversa. Por las dudas, para no
decepcionarme después (la experiencia tarda, pero enseña) no albergaba muchas
expectativas. Ése fue el secreto del éxito. Si no se alientan muchas
esperanzas, entretiene y hasta puede resultar buena, cuando en realidad
no lo es. Usa unos cuantos lugares comunes (muchos, casi todos) de las viejas
películas de vaqueros. De la ciencia ficción sólo toma los monstruitos (en
versión feroz, esta vez) y sus naves, lo que permite, claro, explosiones a
granel, festival de efectos especiales y estentóreas reverberaciones sonoras. Fluye
indolora y cuando uno quiere acordar, estamos en un final tan pero tan
almibarado, que si alguien entrara en ese momento, creería que estamos viendo
una telenovela clásica en vez de una película de acción.
Lo que más llama la atención, sobre todo
porque la dirige Jon Favreau, que viene de darle color a los Iron Man, (con la
inestimable ayuda del inmenso Robert Downey Jr. claro), es la ausencia de humor.
Jon se la tomó muy en serio. Error. Grave. Por momentos pareciera como que
estuviera haciendo otra versión de Solaris, en vez de una de aventuras para
vender más pochoclos.
Harrison Ford hace otra buena variación del
viejo gruñón con corazón de oro (y… el tiempo pasa). Daniel Craig es un actor
de la puta madre, como lo demostrara en las numerosas películas independientes
en las que participó antes de ser elegido el nuevo James Bond, y los héroes
parcos y duros no tienen secreto para él. El interés romántico es Olivia Wilde,
linda chica, buena actriz, la 13 del Doctor
House. Anda también por ahí, el bueno de Sam Rockwell ensayando una
caracterización.
No pasará a la historia, pero no aburre y
devuelve la plata de la entrada. No es mucho, pero alcanza.
Un abrazo, Gustavo Monteros
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