Al cine del ítalo-turco Ferzan Ozpetek el
adjetivo “elegante” le viene de perillas, como se decía antes. Su cine es
naturalmente elegante, igual que esas personas que incluso desgreñadas y
rotosas son gráciles y con donaire. Dos temas son recurrentes (aunque no
excluyentes, uy, me salió rimado) en su obra: la familia y la homosexualidad.
En el presente caso, como el título en español lo delata, una salida del clóset
pone en marcha el argumento. Esta familia, como todas, tiene sus peculiaridades,
entre las que no se cuenta la facilidad para aceptar la sexualidad diferente.
El padre, sobre todo, sufre la confesión como una afrenta imperdonable. Cerca
del final, otra puesta en claro acelerará algunas decisiones.
En las tres películas anteriores estrenadas en
el país (Hamam-El baño turco, El hada ignorante y La ventana de enfrente)
primaban el drama o el melodrama, aquí la balanza se inclina para el lado de la
comedia. No de la que provoca carcajadas sino de la que despierta sonrisas amables.
La película es despareja, pero agradable. Y la elegancia antes mencionada
acentúa los logros y disimula los yerros. Entre estos últimos figuran algunas
caracterizaciones esteoripadas, como la del padre, que no se desbarranca en la
caricatura por la mesura del actor; diálogos demasiado “armados” como el de la
pelea de los hermanos, muy literario o teatral; inconsistencias como los amigos
“locas” que se disfrazan de heterosexuales, pero que al natural, la escena de
la playa, no son tan “locas”; excesos como que la abuela no pare de tirar
sentencias. Entre los logros están la cena de la confesión; las deliciosas
mucamas; el diálogo en la marroquinería, que si bien es un lugar común, está
bien puesto y resuelto; la escena final que bordea el realismo mágico; y que el
ritmo y el interés no decaigan.
El cine italiano no tendrá hoy maestros
incuestionables como otrora, pero conserva la vitalidad y ese-no-sé-qué
sanguíneo tan latinos que atrapa. En resumen, agrada porque la elegancia y la
amabilidad son seductoras irresistibles.
Un
abrazo, Gustavo Monteros
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