
En las tres películas anteriores estrenadas en
el país (Hamam-El baño turco, El hada ignorante y La ventana de enfrente)
primaban el drama o el melodrama, aquí la balanza se inclina para el lado de la
comedia. No de la que provoca carcajadas sino de la que despierta sonrisas amables.
La película es despareja, pero agradable. Y la elegancia antes mencionada
acentúa los logros y disimula los yerros. Entre estos últimos figuran algunas
caracterizaciones esteoripadas, como la del padre, que no se desbarranca en la
caricatura por la mesura del actor; diálogos demasiado “armados” como el de la
pelea de los hermanos, muy literario o teatral; inconsistencias como los amigos
“locas” que se disfrazan de heterosexuales, pero que al natural, la escena de
la playa, no son tan “locas”; excesos como que la abuela no pare de tirar
sentencias. Entre los logros están la cena de la confesión; las deliciosas
mucamas; el diálogo en la marroquinería, que si bien es un lugar común, está
bien puesto y resuelto; la escena final que bordea el realismo mágico; y que el
ritmo y el interés no decaigan.
El cine italiano no tendrá hoy maestros
incuestionables como otrora, pero conserva la vitalidad y ese-no-sé-qué
sanguíneo tan latinos que atrapa. En resumen, agrada porque la elegancia y la
amabilidad son seductoras irresistibles.
Un
abrazo, Gustavo Monteros
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