La cosa es así. El año es 1996. El lugar, un
monasterio de Tibhirine (Argelia) al ladito de los montes Atlas. Los
protagonistas, ocho monjes trapenses que se dedican a lo que se dedican los
monjes trapenses: meditar, rezar, cantar, cuidar la huerta, vender miel,
atender enfermos, ser buenos vecinos, etc. Se los ve buena gente. De repente se
arma un cacao entre el gobierno de facto (los milicos siempre traen quilombo) y
unos terroristas islámicos (fundamentalistas, of course). Surge entonces la
pregunta del millón: ¿irse o quedarse? Decisión difícil si las hay. Los curitas
están muy apegados al lugar, sienten que es, por azar, elección o designio
divino, su lugar en el mundo. Algunos querrán irse, otros quedarse. De a poco,
todos madurarán la elección de quedarse. Craso error, piensa uno.
La película es clara, pero puede tener muchas
interpretaciones. Algunos la verán como la glorificación de la fe y el
sacrificio en un mundo descreído que desconfía de esos valores. Otros la verán
como la aseveración de que hay determinadas decisiones que te matan, elijas lo
que elijas; de un lado, una muerte real, del otro, una muerte en vida. A mí me
tiró más para el lado de la ratificación de una verdad de Perogrullo que muchos
insisten en desmentir: nadie escapa a la política. Ni la modelo más frívola ni
el monje más espiritual. Siempre se está de un lado o del otro. Por convicción
u omisión. No existe lo “apolítico”. Estos curitas, por ejemplo, quedarán tan
en el centro de la tormenta que serán tironeados por los dos bandos en pugna.
Los terroristas los respetarán, pero también desconfiarán de su mansedumbre, porque
por historia la institución a la que representan siempre estuvo del lado
opuesto al que están ellos y porque por tradición el país al que pertenecen
(Francia) hasta ayer nomás andaba colonizando a lo bruto. Los milicos, por su
falta de adhesión manifiesta al régimen y por su conducta piadosa, pensarán que
simpatizan con los terroristas. Tan en el “centro” están que por momentos no se
sabe de dónde vendrá la bala, si de los terroristas o de los milicos. El curita
jefe dirá que el gobierno es corrupto, pero claro ellos con esas cosas no se
meten. Saben que los terroristas son sanguinarios, pero atienden al herido por
misericordia cristiana. Y si se sigue la idea por ese lado, se concluye que
mueren de exceso de inocencia, lo que en el barrio se llama de otro modo, nada
amable.
Como se ve, esta película de Xavier Beauvois
es harto interesante. Atrapa, enoja y conmueve. Los rubros técnicos son
impecables, pero no atraparía sin un elenco parejo y talentoso. Lambert Wilson
y Michael Lonsdale son las caras conocidas, pero los otros seis no van a la
zaga en expresividad, convicción y entrega.
Un remanso de calidad en una cartelera semanal
(se exceptúan El laberinto y Medianoche en París) dominada por la habitual
oferta pochoclera yanqui.
Un
abrazo, Gustavo Monteros
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