Blue Valentine es una película triste, triste, triste. Cuenta el fin de una pareja y paralelamente en flashbacks el nacimiento y la consolidación de la misma. El debutante Derek Cianfrance narra las escenas del pasado principalmente con cámara en mano y las del presente mayormente en video de alta definición con acercamientos asfixiantes. Pero se le va la mano con los juegos estilísticos y una película que pudo ser emocionalmente devastadora se queda en apenas conmovedora.
Es obvio que siente una gran admiración por el cine de John Cassavetes y sus modismos de actuación. Cassavettes manejaba un club privado de grandes actores que se dedicaban a bucear y profundizar, desde la improvisación, en un acotado tipo de personajes y situaciones en pos de una verdad reveladora. Si bien obtenían actuaciones frescas y sinceras, no podían escaparle al artificio.
La actuación es ante todo un juego y la verdad, esa cosa inaprehensible que se esconde en la realidad. Una actuación se acerca a la verdad, pero nunca es la verdad. La verdad huye ante una cámara o en un escenario porque no son los lugares en que se sienta a sus anchas.
La actuación alude a la verdad, pero no es la verdad. Se puede orinar en cámara, pero no se orina de verdad. El elemento del ojo visor, de sentido de espectáculo le quitan "sinceridad" y cubren de "exhibicionismo" al hecho natural de orinar.
Una improvisación no da nunca una verdad, da a lo sumo una ilusión de naturalismo. De modo que Cassavetes y su club lejos de alcanzar la verdad, se pierden en un nuevo ejercicio de naturalismo "supuestamente" extremo.
Parece que Cianfrance para acercarse a su ídolo Cassavetes propuso a sus actores Williams y Gosling encerrarse en una casa y experimentar la cercanía aguda. Se dice que en momento le propuso a Gosling que le tirara los galgos mal a la Williams hasta convencerla de acostarse con él. La actriz se negó y el director usó la emoción negativa desatada para alimentar el conflicto del personaje de la actriz.
Como Cassavetes, Cianfrance es un pichón de manipulador. Y como todo manipulador, es un demiurgo en ciernes. Y como todo demiurgo, es más cruel con sus personajes que el mismo Dios. Michelle Williams y Ryan Gosling corporizan, con indiscutible talento, un par de perdedores en el amor y en la vida al que su creador no les da la más mínima esperanza o les concede la mínima piedad. O sea todo es triste, triste, triste.
Un abrazo,
Gustavo Monteros
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