El relato es atrapante y se sigue con expectativa constante. Y más allá del discutible final (¿había necesidad?), las piezas encajarán; el problema es que a pesar de contar en el rol central con el magnético Gyllenhaal, pichón de superestrella carismática a la usanza tradicional, no empatizamos del todo con su personaje. Lo que sucede nos interesa más en términos de trama que en identificación con este flaco en problemas que suda tinta china. El interés no se pierde, pero no hay conmoción. El poco espesor humano que se vislumbra lo pone Vera Farmiga, que se luciera en 15 minutos, Los infiltrados y en Amor sin escalas. O sea todo muy lindo, pero un poco frío e impersonal. Y livianito, pese a que coquetea con temas considerados “profundos”, con los cuales no me meto porque revelaría vericuetos del argumento que deben permanecer misteriosos hasta que lo vean.
Dirige con brío y efectividad Duncan Jones (está bien, cumplamos con el chusmaje: es el hijo de David Bowie). El niño de 40 años recién cumplidos viene de dirigir la interesantísima Moon, una lograda reflexión sobre la distancia, el Gris de ausencia de la lejanía.
En definitiva, salvo el pero señalado y un par de énfasis patrioteros innecesarios (los yanquis si no agitan las banderitas cada tantos centímetros del metraje, no degluten el pochoclo tranquilos), un entretenimiento recomendable.
Un abrazo, Gustavo Monteros
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