A François Ozon le gusta jugar con el cine y el teatro. No lleva al cine obras de teatro en el sentido tradicional, sino que experimenta con las herramientas de ambos medios expresivos. En Gotas que caen sobre rocas calientes, sobre obra de Rainer Maria Fassbinder, privilegió la forma por sobre el contenido, el cómo se contaba era más importante que el qué se contaba. En 8 mujeres, sobre obra de Robert Thomas, se movió en el más puro artificio y creó un homenaje a las divas del cine con las convenciones de los vehículos de lucimiento de las divas teatrales. Ahora, en Mujeres al poder, Potiche (florero) en el original, sobre obra del dúo Pierre Barillet y Jean-Pierre Grédy, opta por la transformación, la relectura feroz de una pieza enmohecida y apolillada.
Potiche fue el último vehículo estelar que eligió Mirtha Legrand para plantarse como florero en el escenario, lo que prueba la vetustez del original, porque ya se sabe que la señora atrasa en política, moral y buen gusto. El conservadurismo recalcitrante es su ADN.
Ozon conserva los vericuetos de la trama y reescribe con malicia diálogos y personajes. Sacude el moho, mata las polillas, elimina las ñoñerías y dinamita la moralina bobalicona. Para empezar, manda la acción a 1977, lo que le permite explotar lo retro y exacerbar lo kirsch. Se da el gusto de entregarse a excesos en los subrayados musicales y termina por vitalizar una obra convencional y llena de telarañas hasta volverla una mordaz comedia farsesca sobre la guerra de los sexos y la diferencia de clases. Y así la historia de una señora burguesota y cornuda, pasiva como un florero que termina potenciando capacidades que desconocía y llega a ser una buena directora de fábrica y luego política, se cubre de resonancias pertinentes y tiros por elevación certeros hacia la realidad contemporánea.
Catherine Deneuve y Gérard Depardieu no son monstruos sagrados del cine por azar o imposición del mercadeo. Prolíficos y/o generosos con su talento, han alcanzado una madurez deslumbrante. Regocija verlos hacer cosas difíciles a la velocidad de la luz. Los cambios, reacciones y transiciones de sus personajes fluyen con la celeridad con que ocurren en la vida. Aún en la farsa, se desenvuelven con la naturalidad de lo real. Y Ozon celebra sus mitos a la vez que los reinventa: el baile en la discoteca, por ejemplo, es un deleite endorfínico inusitado.
Un abrazo,
Gustavo Monteros
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