Ya se sabe, los vecinos pueden ser una bendición o un castigo (aunque después de la individualista década del noventa, el modelo más frecuente es el del vecino indiferente, que no hará nada por más que te desollen vivo).
El hombre de al lado de Gastón Duprat y Mariano Cohn con guión de Andrés Duprat es una comedia negra que responde a la tradición cinematográfica del vecino intrusivo. Leonardo (Rafael Spregelburd) un diseñador industrial exitoso, vive con su mujer, una instructora de yoga para clientas exclusivas, su hija, una adolescente encapsulada en su empeño por sacar una coreografía, y una mucama, ligeramente paraguaya, en la casa Curutchet, único proyecto de Le Corbusier en América. Su vida es desahogada, coherente, redonda. Un día Víctor (Daniel Aráoz) un vecino expansivo, bronco, rústico abre un boquete en la medianera para instalar una ventana, que arruinará el equilibrio de la famosa casa y representará una invasión a la intimidad de la familia. Las idas y vueltas por la ventana en cuestión son el quid de la película y desnudarán unas cuantas miserias e hipocresías.
Son claves la muy comentada imagen inicial y unas líneas de diálogo. La película se abre con la pantalla dividida que muestra los dos lados de una pared, en un extremo una maza golpea y en el otro se ven los efectos de los golpes. Se informa así que se tomarán en cuenta ambos costados del conflicto. Y en la primera confrontación, cuando Leonardo increpe por la abertura, Víctor dirá: Sólo quiero unos rayitos de sol, vos tenés muchos. La puja entonces sería sobre algo que alguien tiene de más y al otro le falta.
La película es llana, de muy fácil acceso y aunque no haya un crescendo marcado al estilo tradicional, se la sigue con interés todo el tiempo. Sin embargo son profundas las lecturas que pueden hacerse. Desde las psicológicas o antropológicas como la construcción de la otredad a las sociológicas como la supremacía del integrado. Lo maravilloso es que esas sesudas interpretaciones posibles surgen de las alternancias de la trama, nunca están sobreimpuestas a ella. De modo que uno puede seguir el sencillo argumento y tomarlo “at face value” (es decir literalmente) o enredarse en intrincadas y deliciosas discusiones en el café o la cena post cine. De las múltiples interpretaciones posibles, yo aventuro que revela una sociedad forjada sobre prejuicios y no sobre valores.
El elenco actúa impecablemente bien, pero nada funcionaría sin Daniel Aráoz. Este histrión impar (que queremos desde que irrumpió con la contundencia de una fuerza de la naturaleza a mediados o fines de los ochenta en el mejor período televisivo de Gasalla, el de El mundo de Antonio Gasalla) es el único actor que puede hacer la transición sin fisuras de la simpatía a la amenaza. Su trabajo para el que me faltan adjetivos vertebra el film y lo hace inolvidable.
Ah, para los platenses tiene un encanto adicional, ver a la ciudad que habitamos convertida en un escenario cinematográfico siempre seduce.
Un abrazo,
Gustavo Monteros
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