Premios Pulitzer aparte, la distancia que hay entre Las brujas de Salem y La duda, es la que media entre el Martín Fierro y Lindor Covas.
Las brujas de Salem de Arthur Miller fue un cross a la mandíbula que dejó knock out al maccarthismo. La duda pretendía la misma contundencia, pero dejó a la administración Bush parada y con aire para seguir peleando.
Pero comencemos por el principio.
La duda es una obra de teatro de John Patrick Shanley que llega al cine dirigida por su autor. Es un melodrama de ideas que indaga sobre la esencia de la verdad. Procura hacer honor a su título cuestionando la validez de las convicciones absolutas, explorando el valor de la duda. Parte de un conflicto entre dos personajes opuestos. Por un lado está la hermana Aloysius (Meryl Streep), una monja rígida, implacable, inmisericorde, una auténtica bruja con la que uno no querría ni intercambiar el buen día. Del otro lado está el padre Flynn (Philip Seymour Hoffman), un curita simpático, comprensivo, carismático, con el que con gusto iríamos a tomar una cerveza.
Está también la hermana James (Amy Adams), dulce, sensible y altamente traumatizable. Con ella tampoco querríamos trato alguno, porque si bien es más buena que Lassie, es más neurótica que Diane Keaton haciendo personajes de Woody Allen.
La cuestión es que la hermana James ha presenciado un par de circunstancias que parecen indicar que el padre Flynn (Oh, my God!) ha abusado o está abusando de Donald Miller (Joseph Foster), el único alumno negro de la escuela de la parroquia, muy estigmatizado el pobre por sus compañeros.
Estamos en 1964, en el Bronx, la integración recién comienza, ya asesinaron a Kennedy y las resoluciones del Concilio Ecuménico Vaticano II, que determinó la Iglesia Católica tal como la conocemos hoy, aún no entraron en vigencia.
La hermana Aloysius no tiene duda, el padre Flynn es un abusador y sólo se trata de reunir las pruebas incriminatorias. Se las tendrá que arreglar sólo con su inteligencia, que no es poca, ya que estamos en una época en que el padre Flynn por el mero hecho de ser hombre es su superior (por eso mencionábamos el Concilio). Terminará hablando con la madre del chico (Viola Davis), lo que deparará más de una sorpresa.
La obra de teatro se estrenó aquí un par de años atrás dirigida por Carlos Rivas con Fabián Vena y Susú Pecoraro (luego Gabriela Toscano la reemplazaría). Tuvo un éxito discreto. Concebida como una metáfora contra el mesianismo de Bush, a nosotros no nos decía mucho. (Al contrario de lo que pasa con Las brujas de Salem con la que dialogamos más seguido). Porque aunque padecemos mansamente a nuestros políticos, hoy por hoy estamos más cerca del escepticismo que de la adhesión ciega a guerras con postulados fraudulentos. Y el escaso paralelismo que podía encontrársele con el Caso Grassi no sedujo a muchos espectadores.
El teatro le sienta mejor a esta propuesta, se le notan menos las costuras. El cine es más realista, más concreto, no evocador o sugerente como el teatro. En el teatro se disimulaba más que esta obra sobre la duda se maneja con esquemas maniqueos, de este lado los buenos, de aquel los malos. Si la duda es gris, aquí todo es blanco o negro. John Patrick Shanley está a años luz de Ibsen o de Bernard Shaw, maestros del teatro de ideas.
Lo que hermana a la obra y al guión es la decisión de Shanley de acentuar los conflictos con simbolismos obvios, típicos del melodrama del siglo XIX. En la obra, la sobreprotección de la hermana Aloysius se manifestaba cuando ella cubría los rosales mucho antes de la primera helada. En el film, una rugiente tormenta y un viento despeinador expresan la desazón de las almas.
En la versión local, Fabián Vena no tenía nada que envidiarle a Philip Seymour Hoffman, daba cabalmente el personaje. Pero ni Susú Pecoraro ni Gabriela Toscano daban pie con bola (tuve la suerte de verlas a ambas, las buenas actrices aunque no la peguen, ratifican su talento y dan buen espectáculo). Ojo, no la pegaban ni por falta de mérito o creatividad sino porque estaban fuera de registro. Poseen un temperamento actoral naturalmente dulce y femenino que no se aviene bien con la Gorgona que es la hermana Aloysius. Es un personaje que necesitaba a una Leonor Manso, una Cristina Banegas o una Graciela Duffau para corporizarse plenamente.
Meryl Streep está sencillamente apabullante. Una amiga, a sabiendas que Meryl es una de mis debilidades, me alertaba: "Sí, Meryl es una grande, pero es tan natural, tan exacta que aburre". Y pareciera como que Meryl la escuchó. Tanto en El diablo viste a la moda, como en Mamma Mía! o aquí, Meryl dejó de lado el naturalismo y se arriesga con actuaciones más histriónicas sin perder intensidad o sentimiento.
La duda, dicho esto con absoluta certeza, es una obra ambiciosa que desnuda más pretensiones que hallazgos. Se cree profunda y aleccionadora, pero es tan superficial y alertadora como un horóscopo. Pero merece verse por el monólogo de la calumnia que es muy bueno, por el diálogo entre la hermana Aloysius y la madre de Donald que es muy controversial y logrado y por Meryl Streep. Porque Meryl inspirada es una fiesta, una gloria, un vértigo de lo hermoso que es el arte de la actuación.
Un abrazo,
Gustavo Monteros
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