jueves, 24 de noviembre de 2016

Atentado en París

Tres requisitos son indispensables para disfrutar de Atentado en París (Bastille Day, 2016) en plenitud. 


Primero: ser simpatizante de Idris Elba o Richard Madden. El escocés Madden es una figura en ascenso, fue el Príncipe de la Cenicienta en el que la madrasta era Su Majestad, Kate Blanchett, fue Romeo en una reciente puesta teatral del drama de Shakespeare dirigido por Kenneth Branagh, coprotagoniza con Dustin Hoffman la serie Los Medici, pero fue Game of Thrones la que lo puso en el mapa. Allí fue Robb Stark y en el episodio 9 de la tercera temporada, junto a su madre Catelyn Stark, pasaron a mejor vida tras un sangriento y sorpresivo enfrentamiento con enemigos traicioneros ¡durante una boda!, todo un climax, no tan devastador como el falso destino final de Jon Snow, pero, bueno, por entonces todavía quedaba mucha gente por despanzurrar. Como sea, el muchacho no actúa mal, es de buen ver y se perfila de galán. Para los amantes del policial, en su variante negra-negrísima, entre los que me cuento, el grandote de voz cavernosa de Idris Elba es una referencia insoslayable: el hombre no es nada más ni nada menos que Luther, policía de tan poca suerte que todo el que se involucra con él, en amistad o en amor, termina contando el cuento desde el otro mundo. Peripecia que lejos de apagar nuestra simpatía, la acrecienta. Este londinense tiene una presencia hipnótica y parece un favorito de San Cayetano, tiene incluso más trabajo que Darín.


Segundo: no ser muy quisquilloso con los vericuetos de la trama. No es que haya que dejar el cerebro a la entrada, pero tampoco darle mucho uso durante el despliegue de una trama que no es novedosa ni original, aunque ostenta brío y despierta interés casi constante. Un carterista, Madden, se ve envuelto en un atentado al robarle un paquete con una bomba a una crédula aspirante a desestabilizada social (la también ascendente Charlotte Le Bon, vista recientemente en Operación Anthropoid y en 2014 junto a Helen Mirren en Un viaje de diez metros), lo que atraerá la atención y posterior participación en los hechos de un agente norteamericano, Idris Elba, que como buen yanqui, es policía del mundo. Por suerte, a pesar del título rebautizado para estos pagos y la bomba, no abusa del triste tema de los terrorismos y sus funestos fundamentalismos, no, se inclina para el lado de policías y ladrones y esas cosas.


Tercero y no por eso furgón de cola: amar París. No tengo el gusto de conocer la Ciudad Luz personalmente, pero tengo tanto cine encima como para poder enorgullecerme de conocerla mucho… vicariamente. Es tan hermosa que hasta sus techos lo son, razón por la cual hay una persecución por dichas alturas (aquí puede verse que se inscribe en una tradición por la que ya han andado Jean-Paul Belmondo y Harrison Ford. Ver link al final de esta crónica.


En resumen, no es una joya del cine, pero cumple con lo que promete: entretener. En tiempos de un presidente chanta que pisoteó todas y cada una de las promesas electorales que le hicieron ganar el puesto, esta peliculita, al no defraudar expectativas, se erige como un bastión de ética.


Dirigió James Watkins (Eden Lake, 2008, La dama de negro, 2012).

Gustavo Monteros

http://enunbelmondo.blogspot.com.ar/2016/11/por-los-techos-de-paris.html


Crímenes y virtudes

Adhiero en Facebook a una página de cinéfilos empedernidos que un buen día suben una foto de Ingmar Bergman en plena faena de dirección a Ingrid Bergman y Liv Ullman en Sonata otoñal. La  replico y por hacerme el gracioso pongo: Te extraño, Ingmar, la angustia existencial no es la misma sin vos. Y como si mi tonta formulación hubiera sido una plegaria, casi desde la nada, se estrena una película que la responde. Y con creces.


Crímenes y virtudes (Anesthesia, 2015) de Tim Blake Nelson es muchas cosas, pero por sobre todo, un estudio de la angustia que provoca la existencia. Comienza con un hecho de sangre, después vamos hacia atrás y comprobaremos cómo se entrelazan las vidas de muchos y variados personajes.


Tenemos a Walter Zarrow (Sam Waterson) un importante profesor de filosofía de la Universidad de Columbia a punto de jubilarse, casado con Marcia (la siempre luminosa Glen Close). Son los padres de Adam (Tim Blake Nelson) cuya esposa Jill (Jessica Hecht) quizá tenga cáncer, los hijos de ambos también tienen lo suyo, Ella (Hannah Marks) anda por esa etapa de la adolescencia en que se cuestiona a la madre, y a la suya no va que le pasa esto de la enfermedad, y Hal (Ben Konigsberg) de aguda inteligencia, y a punto de desentrañar los misterios del sexo. Por otro lado tenemos a Joe (K Todd Freeman) un adicto a la heroína, arrastrado a la rehabilitación por Jeffrey (Michael Kenneth Williams) un entrañable amigo de la infancia. Mientras que una hermosa mujer, Sarah (Gretchen Mol) ahoga en vino, para preocupación de sus hijas pequeñas, la casi certeza de que le meten los cuernos. Y en otra parte de la ciudad, Sam (Corey Stoll) procura disfrutar sin culpa unos días de profuso sexo con una longilínea inglesa, Nicole (Mickey Summer). And last, pero todo menos least, una estudiante aventajada del profesor Zarrow, Sophie (la siempre excelente Kristen Stewart) descubre que nunca su yo es más yo que cuando se autoflagela con un alisador de cabellos.


De cómo todas estas historias confluyen directa o indirectamente en el hecho de sangre es el eje de la película, y es esta su única debilidad: cuando el rompecabezas se arma, se nota que algunas piezas fueron violentadas para que calcen bien, es decir, el armado luce demasiado rígido, mecánico incluso. A la larga importa poco o nada, dado que cada escena está estructurada con talento y dialogada y actuada como los dioses. Este largometraje es como un collar de impecables cortometrajes, el collar puede tener engarces defectuosos, pero cada perla es bella y genuina.
La escribió y dirigió el actor Tim Blake Nelson, recordado por ser el tercer protagonista de ¿Dónde estás, hermano?, 2000, de los hermanos Coen, junto a George Clooney y John Turturro.


Sigo extrañando a Bergman, un irreemplazable si los hay, pero que sus temas vuelvan en excelente forma siempre es bienvenido. No es que la angustia existencial se haya perdido en la superficialidad de estos tiempos, es solo que ya no urge contarla como antes, las libertades sexuales y sociales adquiridas han hecho más romo su filo.

Gustavo Monteros

jueves, 17 de noviembre de 2016

Corazón silencioso

El danés Bille August ingresó al cine internacional con fulgores de nuevo maestro. Su Pelle, el conquistador (1987) conquistó en el mismo año la Palma de Oro de Cannes y el Óscar de la Academia. Unos años más tarde, en 1991 para ser precisos, Ingmar Bergman lo premió permitiéndole llevar a la televisión, primero como miniserie y condensado después al cine, uno de sus guiones más personales, nada más ni nada menos que la historia de amor de sus padres: Las mejores intenciones. Y allí se apagaron sus fulgores. Todos sus proyectos posteriores oscilaron entre la decepción y la corrección: La casa de los espíritus, 1993, Smila, misterio en la nieve, 1997, Los miserables, 1998, Adiós Bafana, 2007, Tren nocturno a Lisboa, 2013. El nuevo maestro no lo era tal, apenas un aprendiz aventajado.


Con este Corazón silencioso de 2014 prueba suerte con el melodrama de despedida final y eutanasia. Subgénero que amenaza con convertirse en género epidémico: The weather man/El sol de cada mañana, 2005, Antes de partir, 2007, Algunas horas de primavera, 2012, Amour, 2012, entre las que recuerdo en este momento… hay más… muchas más.


Esther (Ghita Norby) una señora de unos setenta largos sufre de esclerosis lateral amiotrófica, enfermedad degenerativa que la inmovilizará primero para después irle quitando todas las funciones vitales. Como la sentencia es inapelable, con la ayuda de su esposo, Poul (Morten Grunwald) un médico clínico, ha decidido tomar una dosis letal de pastillas. Pero antes quiere pasar un último fin de semana con su familia, la hija mayor, Heidi (Paprika Steen), el esposo de esta, Michael (Jens Albinus), el hijo adolescente de ambos, Jonathan (Oskar Saelan Halskov), la hija menor, Sanne (Danica Curcic), la pareja de la misma, Dennis (Pilou Asbaek) y la amiga de toda la vida de Esther, Lisbeth (Vigga Bro).


Como es previsible durante este fin de semana se expondrán las personalidades de los involucrados en este final, se sacarán trapos al sol y se develarán unas cuantas verdades ocultas.


Bille August, en líneas generales, no es muy avispado y depende mucho de un buen guión para concretar una buena película. El de esta película que firma Christian Torpe no le hace honor al apellido, pero tampoco es muy virtuoso. Digamos que es más bien prolijo, convencional y leve, a pesar de la gravedad del tema.


Si algo no se le discutirá jamás a Bille August es su capacidad para manejar actores y estos, además son muy, muy buenos. Entonces los actores más el estilo clásico elegido por August son los que salvan la velada del tedio y del olvido.


En resumen, más que iluminar con un gran reflector la última peripecia humana, le arrima una linterna, pero a quienes gusten de las elegías quizá les alcance.


Gustavo Monteros

jueves, 3 de noviembre de 2016

El bebé de Bridget Jones

Los críticos anglosajones hacen uso y abuso de una expresión que parece divertirles mucho. Cuando una película les gusta mucho, le adhieren con rapidez el mote de “instant classic”, clásico instantáneo o clásico desde el primer momento. Más una exageración de entusiasmo de la cultura pop que otra cosa. Los que tuvimos la suerte de ver en estreno los que son hoy verdaderos clásicos, a saber, Taxi-driver, Cabaret, Barrio Chino, Tiburón, Luna de papel y esas cosas, ni se nos hubiera ocurrido ponerles instant classic, por no faltarles el respeto a los que eran un poco mayores que nosotros y que habían visto en estreno las obras maestras de Visconti, Bergman, Fellini, Kurosawa y demás gentuza. En aquellos tiempos más moderados y quizá más serios suponíamos que el paso del tiempo era imprescindible para depurar si tal o cual cosa acabaría por convertirse en un clásico. Consideraciones al margen, está más allá de toda duda que El diario de Bridget Jones, dirigido por Sharon Maguire, fue un perfecto ejemplo de eso del instant classic.


Se estrenó por estos pagos el 13 de septiembre de 2001, y fue un bálsamo para la recesión, la inflación, el corralito y demás delicias que nos propinaba, casualmente, la misma dirigencia económica que ahora nos endeuda, despide, emite a lo pavote y nos sube astronómicamente las tarifas. Pero volvamos a Bridget. Se basaba en un libro de Helen Fielding que había vendido casi tanto como los de Harry Potter, y a pesar de ser una comedia romántica dirigida con prioridad a las mujeres fue amada por hombres y mujeres por igual. El hombre heterosexual quizá se vio parcialmente reflejado en esta gordita que se entregaba a los abusos de alcohol, comida, pereza y falta de pulcritud, virtudes generalmente asociadas al varón de la especie. Bridget era también una torpe social, un poco frívola y muy tarambana. Y aunque pretendiera ocultarlo, una romántica incurable, no en vano se castigaba con All by myself, tema que derrocha romanticismo… mucho romanticismo. Y como suele sucederle a tanta desahuciada en la vida y en el cine, después de tanto esperar o probar el príncipe azul o la media naranja, la oportunidad le llegaba por partida doble.


De un lado, Mark Darcy (Colin Firth), un Dirk Bogarde cosecha años cincuenta, elegante, correcto, circunspecto, algo frío y con un sentido del humor en el quinto subsuelo de tan soterrado. Del otro, Daniel Cleaver (Hugh Grant) un Laurence Harvey, cosecha años sesenta, un seductor inveterado, simpático, desenvuelto, irresponsable, superficial, híper-cool y con un sentido del humor tan salvaje como incorrecto.


El cast era soñado, perfecto. Renée Zellweger se animaba a engordar, a aparecer desgreñada, sucia. Su torpeza era muy natural y sincera, con un timing irreprochable que desataba carcajadas. Aunque ya era una figura instalada, este trabajo la catapultó a la categoría de súper-estrella.


En 2004, volvieron con Bridget Jones: Al borde de la razón, otra vez sobre libro de Helen Fielding, esta vez con dirección de Beeban Kidron, y quedaron al borde del aburrimiento y del olvido. Los protagonistas conservaban la magia, al igual que los secundarios, pero el todo no terminaba de ensamblarse. En sus mejores momentos era más de lo mismo, de lo que ya habíamos visto en El diario, en sus peores momentos daba gana de que no la hubieran hecho, de que no la hubieran convertido en una franquicia. Como sea, la simpatía imbatible de Renée Zellweger la salvaba de naufragar, de desbarrancar, de estrellarse.


De dos cosas somos dueños absolutos y sobre las que tenemos absoluta libertad: nuestro cuerpo y nuestro tiempo. Renée Zellweger era, bah, es hermosa, pero su encanto radicaba en que era diferente a todas, en que sus rasgos de tan personales eran únicos. A pesar de su juventud tenía una carita que en la Catamarca de mi infancia llamábamos de “viejita pasa de uva”, o sea surcada de arruguitas por tanto reírse o enfocar los ojos, porque siempre andaba como enfocándolos, como si no viera bien, todo muy sexy, en definitiva una mezcla rara de Marilyn Monroe con Mister Magoo. Una combinación irresistible, que las Sandra Bullock, las Catherine Zeta-Jones, las Meg Ryan se quedaran con sus caras perfectas de muñeca. Renée era otra cosa. Era. Lo que nos encantaba, parecía que a ella no. Un buen día entró a un quirófano y se alisó las arruguitas y se enderezó los ojos. Tenía y tiene toda la libertad del mundo de hacer con su cara, con su cuerpo, lo que quiera, pero en las fotos posteriores a la operación cuesta encontrar, recuperar a la que uno quiso. Ella insistía que eran las fotos, el nuevo maquillaje, el peinado, que era la misma, que no había cambiado. Bueno, decía uno, ella sabrá, ella se ve en el espejo todos los días.


Cuando se anunció que regresaba al papel que la hizo una marca registrada en el mundo, nos preguntábamos si en verdad ella tenía razón, que seguía siendo la misma. De modo que al suspenso de descubrir si la nueva película era buena o no, se sumaba la angustia de corroborar si seguía teniendo el mismo rostro de antes, el que habíamos aprendido a amar, a apreciar.


No diré si sigue siendo la misma, eso se los dejo a ustedes para cuando la vean. En cuanto al resto, la producción procuró reforzar la franquicia para que se pareciera más a la primera que a la segunda. Para ello convocaron a la autora de los personajes, Helen Fielding, más Dan Mazer, guionista de Ali G, Borat y Brüno junto a Sacha Baron Cohen, o sea un experto en la más acabada incorrección política y la guionista ganadora del Óscar por el guión de Sensatez y sentimientos, Emma Thompson (como Emma también actúa, es la obstetra que atiende a Bridget, uno se pregunta ¿habrá armado solo su personaje, escribiendo sus líneas, delineando las situaciones en las que participa o habrá metido mano en el resto de la película?, ¡qué misterio!). El resultado es sólido… por momentos, en otros es solo eficiente… profesionalmente, es decir con más maña que arte, con más oficio que inspiración. Eso sí, está más cerca de la uno, aunque ni ahí llega a ser un instant classic, que de la dos.


Como siempre, Bridget debe estar tironeada entre dos hombres, sabrá Dios por qué sale Hugh Grant, y entra Jack o sea Patrick Dempsey, como un creador de una página de internet de encuentros muy exitosa, tanto que lo ha hecho rico, es también muy inteligente y atractivo, claro. El hombre tiene una fotogenia a prueba de lentes, parece que no hay ángulo que no lo favorezca, encima ahora supera el karma de los galanes de rasgos muy parejos, con mucho ying y poco yang, unas sentadoras y nuevas arrugas dan vuelta la ecuación y ahora hay más yang que ying. En mi modesta opinión está a la altura del personaje de Hugh Grant, al que sin embargo se extraña, porque no se es Hugh Grant por nada. Sigue en carrera Colin Firth con su elegancia y química intacta con su co-protagonista.


El tironeo ahora se centra sobre quién es el padre del bebé en camino, ya que tuvo relaciones con ambos con pocos días de diferencia. Y me callo, porque hasta aquí solo digo lo que se sabe por el afiche.


Bridget no es una chica moderna ni revolucionaria como las que en el film luchan por sus derechos, que de algún modo fueron incluidas para que no dejar obsoleto el mundo de Bridget. Su intención siempre fue casarse, tener hijos, formar una familia. ¿Lo logrará? ¿Habrá una Bridget 4? ¿Una quinta? ¿Una sexta? ¿Será la nueva Guerra de las galaxias? Con productores cada vez menos imaginativos, seguro que sí, hasta la biznieta de Bridget no paramos.

Gustavo Monteros


Anthropoid

Cuando éramos jóvenes y más influenciables, allá por el año 1976, año nefasto para la historia argentina si los hay o los hubo, a decir verdad, en economía tan nefasto como el que estamos viviendo, vimos una película de guerra, dirigida por el veterano y siempre eficiente Lewis Gilbert, encabezada por Timothy Bottoms, Martin Shaw, Anthony Andrews y Joss Ackland, entre otros, que nos causó mucha impresión y que después perdimos, porque no fue repetida en los años venideros, más que nada, creo, porque su protagonista, o sea Timothy Bottoms, no llegó a tener la carrera fulgurante para la que parecía destinado, por razones que me exceden comenzó a perderse en los repartos. El film trataba del atentado contra Reinhard Heydrich, uno de los máximos jerarcas nazis, en 1941 en Praga, perpetrado por la resistencia checa, ayudada por las fuerzas inglesas, y ordenado por el gobierno checo en su exilio londinense. Seguía una estructura clásica, nos contaba cómo se originó, como se planeó, como  se ejecutó y cuáles fueron sus consecuencias. Por esas casualidades de YouTube, volví a verlo el año pasado, de modo que tengo fresca la anécdota y sus pormenores. Ah, se llamaba Operation Daybreak (1975) rebautizada como Siete hombres al amanecer.


Es difícil seguir con renovado interés algo que se conoce y se recuerda, sin embargo el director inglés, Sean Ellis logra desde el primer momento atraparnos y mantenernos interesados hasta el fin. Esta vez la historia prescinde de los orígenes de dicha operación, llamada ahora Anthropoid. Arranca con sus dos protagonistas, Jan Kubis (Jamie Dornan) y Josef Gabcik (Cillian Murphy) cayendo en paracaídas en las afueras de Praga. Cómo consiguen refugio, ayuda y colaboración para llevar a cabo el plan ocupará el metraje. Dos mujeres serán centrales en la historia, Marie Kovárniková (la ascendente Charlotte Le Bon, vista en Un viaje de diez metros, Lasse Hallström, 2014, En la cuerda floja/The walk, Robert Zemeckis, 2015) y Lenka Fafková (Anna Geislerova, magnífica actriz checa vista en la igualmente magnífica Fair Play, 2014 de Andrea Sedlácková).


El director Sean Ellis, también guionista, productor y director de fotografía, hace un trabajo excelente. Sabe que Dios está en los detalles y maneja los mismos para involucrarnos con pasión en lo que se narra. Está construyendo una carrera de lo más atendible, suma otro logro después de las más que interesantes, Cashback , 2006 y Metro Manila, 2013.


Protagoniza Jamie Dornan, de insistente presencia en Netflix en estos días, está en el estreno de la segunda temporada de la impactante The fall, donde comparte cartel con la sensual y talentosa Gillian Anderson, y también en Jadotville o Siege at Jadotville de Richie Smyth, sobre la resistencia de una tropa irlandesa ante mercenarios belgas y franceses en el Congo a principio de los sesenta (no la vi todavía, pero me la recomiendan con entusiasmo). El hombre tiene rasgos casi cincelados y parece haber nacido para estar ante una cámara. Hasta ahora parece más eficiente que inspirado, pero hay que darle tiempo. Y coprotagoniza Cillian Murphy, que como todo hombre de rasgos muy regulares, casi femeninos, el tiempo le sienta muy bien y lo vuelve incluso más expresivo de lo demostrado hasta la fecha, que no es poco, para alguien que estuvo a las órdenes de Christopher Nolan en sus Batman donde era Jonathan Crane, de Neil Jordan en Desayuno en Plutón, 2006, de Danny Boyle en 28 días después, 2002 y Sunshine, 2007, de John Maybury en The edge of love/En el límite del amor, 2008 y de Ken Loach para su obra maestra El viento que acaricia el prado/The wind that shakes the barley, 2006.


Por esas curiosidades de la producción cinematográfica, de razones caprichosas e ininteligibles, el año que viene llegará una nueva versión de la misma historia HHhH se llamará, la dirigirá Cédric Jimenez, con Jack Reynor como Jozef Gabnik y Jack O’Connell como Jan Kubis, más Rosamund Pike, Mia Wasikowska, Jason Clarke en otros papeles. Sabrá Dios si llega a ser tan lograda como esta. Disfrutémosla, entonces. Ampliamente recomendada.


Gustavo Monteros