Los críticos anglosajones hacen uso y abuso de una
expresión que parece divertirles mucho. Cuando una película les gusta mucho, le
adhieren con rapidez el mote de “instant classic”, clásico instantáneo o
clásico desde el primer momento. Más una exageración de entusiasmo de la
cultura pop que otra cosa. Los que tuvimos la suerte de ver en estreno los que
son hoy verdaderos clásicos, a saber, Taxi-driver,
Cabaret, Barrio Chino, Tiburón, Luna de papel y esas cosas, ni se nos
hubiera ocurrido ponerles instant classic, por no faltarles el respeto a los
que eran un poco mayores que nosotros y que habían visto en estreno las obras
maestras de Visconti, Bergman, Fellini, Kurosawa y demás gentuza. En aquellos tiempos
más moderados y quizá más serios suponíamos que el paso del tiempo era
imprescindible para depurar si tal o cual cosa acabaría por convertirse en un
clásico. Consideraciones al margen, está más allá de toda duda que El diario de Bridget Jones, dirigido por
Sharon Maguire, fue un perfecto ejemplo de eso del instant classic.
Se estrenó por estos pagos el 13 de septiembre de
2001, y fue un bálsamo para la recesión, la inflación, el corralito y demás
delicias que nos propinaba, casualmente, la misma dirigencia económica que
ahora nos endeuda, despide, emite a lo pavote y nos sube astronómicamente las
tarifas. Pero volvamos a Bridget. Se basaba en un libro de Helen Fielding que
había vendido casi tanto como los de Harry Potter, y a pesar de ser una comedia
romántica dirigida con prioridad a las mujeres fue amada por hombres y mujeres
por igual. El hombre heterosexual quizá se vio parcialmente reflejado en esta
gordita que se entregaba a los abusos de alcohol, comida, pereza y falta de
pulcritud, virtudes generalmente asociadas al varón de la especie. Bridget era
también una torpe social, un poco frívola y muy tarambana. Y aunque pretendiera
ocultarlo, una romántica incurable, no en vano se castigaba con All by myself, tema que derrocha
romanticismo… mucho romanticismo. Y como suele sucederle a tanta desahuciada en
la vida y en el cine, después de tanto esperar o probar el príncipe azul o la
media naranja, la oportunidad le llegaba por partida doble.
De un lado, Mark Darcy (Colin Firth), un Dirk Bogarde
cosecha años cincuenta, elegante, correcto, circunspecto, algo frío y con un
sentido del humor en el quinto subsuelo de tan soterrado. Del otro, Daniel
Cleaver (Hugh Grant) un Laurence Harvey, cosecha años sesenta, un seductor
inveterado, simpático, desenvuelto, irresponsable, superficial, híper-cool y
con un sentido del humor tan salvaje como incorrecto.
El cast era soñado, perfecto. Renée Zellweger se
animaba a engordar, a aparecer desgreñada, sucia. Su torpeza era muy natural y
sincera, con un timing irreprochable que desataba carcajadas. Aunque ya era una
figura instalada, este trabajo la catapultó a la categoría de súper-estrella.
En 2004, volvieron con Bridget Jones: Al borde de la razón, otra vez sobre libro de Helen
Fielding, esta vez con dirección de Beeban Kidron, y quedaron al borde del
aburrimiento y del olvido. Los protagonistas conservaban la magia, al igual que
los secundarios, pero el todo no terminaba de ensamblarse. En sus mejores
momentos era más de lo mismo, de lo que ya habíamos visto en El diario, en sus peores momentos daba
gana de que no la hubieran hecho, de que no la hubieran convertido en una
franquicia. Como sea, la simpatía imbatible de Renée Zellweger la salvaba de
naufragar, de desbarrancar, de estrellarse.
De dos cosas somos dueños absolutos y sobre las que
tenemos absoluta libertad: nuestro cuerpo y nuestro tiempo. Renée Zellweger
era, bah, es hermosa, pero su encanto radicaba en que era diferente a todas, en
que sus rasgos de tan personales eran únicos. A pesar de su juventud tenía una
carita que en la Catamarca de mi infancia llamábamos de “viejita pasa de uva”,
o sea surcada de arruguitas por tanto reírse o enfocar los ojos, porque siempre
andaba como enfocándolos, como si no viera bien, todo muy sexy, en definitiva
una mezcla rara de Marilyn Monroe con Mister Magoo. Una combinación
irresistible, que las Sandra Bullock, las Catherine Zeta-Jones, las Meg Ryan se
quedaran con sus caras perfectas de muñeca. Renée era otra cosa. Era. Lo que
nos encantaba, parecía que a ella no. Un buen día entró a un quirófano y se alisó
las arruguitas y se enderezó los ojos. Tenía y tiene toda la libertad del mundo
de hacer con su cara, con su cuerpo, lo que quiera, pero en las fotos
posteriores a la operación cuesta encontrar, recuperar a la que uno quiso. Ella
insistía que eran las fotos, el nuevo maquillaje, el peinado, que era la misma,
que no había cambiado. Bueno, decía uno, ella sabrá, ella se ve en el espejo
todos los días.
Cuando se anunció que regresaba al papel que la hizo
una marca registrada en el mundo, nos preguntábamos si en verdad ella tenía
razón, que seguía siendo la misma. De modo que al suspenso de descubrir si la
nueva película era buena o no, se sumaba la angustia de corroborar si seguía
teniendo el mismo rostro de antes, el que habíamos aprendido a amar, a
apreciar.
No diré si sigue siendo la misma, eso se los dejo a
ustedes para cuando la vean. En cuanto al resto, la producción procuró reforzar
la franquicia para que se pareciera más a la primera que a la segunda. Para ello
convocaron a la autora de los personajes, Helen Fielding, más Dan Mazer,
guionista de Ali G, Borat y Brüno junto a Sacha Baron Cohen, o sea un experto en la más acabada
incorrección política y la guionista ganadora del Óscar por el guión de Sensatez y sentimientos, Emma Thompson
(como Emma también actúa, es la obstetra que atiende a Bridget, uno se pregunta
¿habrá armado solo su personaje, escribiendo sus líneas, delineando las
situaciones en las que participa o habrá metido mano en el resto de la
película?, ¡qué misterio!). El resultado es sólido… por momentos, en otros es
solo eficiente… profesionalmente, es decir con más maña que arte, con más
oficio que inspiración. Eso sí, está más cerca de la uno, aunque ni ahí llega a
ser un instant classic, que de la dos.
Como siempre, Bridget debe estar tironeada entre dos
hombres, sabrá Dios por qué sale Hugh Grant, y entra Jack o sea Patrick
Dempsey, como un creador de una página de internet de encuentros muy exitosa,
tanto que lo ha hecho rico, es también muy inteligente y atractivo, claro. El hombre
tiene una fotogenia a prueba de lentes, parece que no hay ángulo que no lo
favorezca, encima ahora supera el karma de los galanes de rasgos muy parejos,
con mucho ying y poco yang, unas sentadoras y nuevas arrugas dan vuelta la
ecuación y ahora hay más yang que ying. En mi modesta opinión está a la altura
del personaje de Hugh Grant, al que sin embargo se extraña, porque no se es
Hugh Grant por nada. Sigue en carrera Colin Firth con su elegancia y química
intacta con su co-protagonista.
El tironeo ahora se centra sobre quién es el padre del
bebé en camino, ya que tuvo relaciones con ambos con pocos días de diferencia. Y
me callo, porque hasta aquí solo digo lo que se sabe por el afiche.
Bridget no es una chica moderna ni revolucionaria como
las que en el film luchan por sus derechos, que de algún modo fueron incluidas
para que no dejar obsoleto el mundo de Bridget. Su intención siempre fue
casarse, tener hijos, formar una familia. ¿Lo logrará? ¿Habrá una Bridget 4?
¿Una quinta? ¿Una sexta? ¿Será la nueva Guerra
de las galaxias? Con productores cada vez menos imaginativos, seguro que
sí, hasta la biznieta de Bridget no paramos.
Gustavo Monteros
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