El cielo y el infierno
(según título para la Argentina) El infierno del odio (título para
España), thriller de 1963 de Akira Kurosawa (Tengoku to jigoku, en el
original, High and Low, en su título en inglés) es una de las cumbres
del género.
Tiene dos partes claramente diferenciables. La primera de
55 minutos (el metraje total es de dos horas, 23 minutos) transcurre por entero
en la casa de Kingo Gondô (Toshiro Mifume) sobre todo en su amplio living.
Gondô vive allí con su esposa Reiko (Kyôko Kagawa) y su
hijo de 10 años, Jun (Toshio Egi). En la casa viven asimismo su chofer viudo,
Aoki (Yutaka Sada) que también tiene un hijo de 10 años, Shini’ichi (Masahiko
Shimazu).
Kingo Gondô es un alto ejecutivo de una compañía de
calzados femeninos. La primera escena nos lo muestra en conflicto sobre el
manejo de la empresa con la junta parcial de grandes accionistas. La reunión
termina abrupta y airadamente. Gondô tomará una decisión audaz que compromete todo
el dinero que lleva amasado hasta la fecha.
Una llamada telefónica le informará de un secuestro. De
inmediato dos cosas no se ponen en duda, pagar el rescate (de ahí que el título
de la novela de Evan Hunter o su alias, Ed McBain en la que se basa es El
rescate de un rey) y avisar a la policía.
Habrá una vuelta de tuerca (muy George Bernard Shaw) que
desatará dilemas morales. Saldremos entonces del living de Kingo Gondô y se
dará inicio a la segunda parte que se concentra en cómo se lleva a cabo la
investigación policial para dar con el secuestrador, o sea pasamos a lo que
ahora se denomina policial procedimental.
Peculiaridad a destacar, Gondô o sea el inmenso Mifune,
salvo muy breves intervenciones, prácticamente desaparecerá de escena en la
segunda parte del film.
La película es innovadora en muchos recursos técnicos y en
dos aspectos inusuales a la época de su realización: el retrato de los
devastadores efectos de la heroína y el impacto que provoca el despliegue
obsceno de la riqueza desmedida en los que poco o nada tienen.
De ahí la importancia que cobra el living casi panorámico
de la casa de Kingo Gondô y el doble juego que permite: lo que de allí se ve y lo
que puede ser espiado desde abajo.
Spike Lee a lo largo de los años ha declarado gran
admiración por esta película de Akira Kurosawa y este año decidió estrenar su
versión: Highest 2 Lowest. (Del cielo al infierno, en su título
de distribución para la Argentina)
Kingo Gondô es ahora David King, es decir Denzel
Washington. Ya no es más CEO de una empresa de zapatos sino de una gran
discográfica.
Pam (Ilfenesh Hadera) es la esposa, el hijo ya no tiene 10
años, sino unos 18 y se llama Trey (Aubrey Joseph). Ahora el chofer es Paul
Christopher (Jeffrey Wright), sigue siendo viudo y el hijo, de edad similar a
la del de David, se llama Kyle (Elijah Wright) (sí, es hijo en la vida real del
gran Jeffrey).
Esta vez el living quizá no sea tan destacado, pero el
edificio lo es y el departamento de David King y sobre todo el balcón son
discernibles. (Estamos ahora en Nueva York).
Ya no hay dos partes tan claras como en el original de
Kurosawa. No está la claustrofobia desesperante (lograda en un ambiente amplio
con gran apertura de cámara y muchos actores en escena, genialidad narrativa si
las hubo).
En esta versión de Spike Lee no hay mucha concentración de
espacios, las escenas son breves y en diversos ambientes. Lo demás se mantiene
en equivalencias similares.
Está el policial procedimental, aunque esta vez el chofer y
su hijo no son los que contribuyen a la pesca del culpable, sino el mismísimo
King, o sea Denzel con el chofer Paul como su secuaz.
Hay esta vez una persecución a lo Bullit (Peter
Yates, 1968) mientras toca en la calle Eddie Palmieri & The Salsa Orchestra
(en lo que sería la última aparición de Palmieri en el cine, murió en agosto de
2025).
Habrá otras lindezas como Aiyana-Lee Anderson cantando la
canción original de la película, una balada en estilo de musical como Dreamgirls
(Bill Condon, 2006) que no en vano es el tema final de la película y que
conjuga con la apertura, que viene de un musical, la versión de Norm Lewis de
Oh, What a Beautiful Mornin’ de la Oklahoma! de Rodgers y Hammerstein
II, llevada al cine en 1955 por Fred Zinnemann.
La película de Lee no empalidece ante la de Kurosawa, pero
tampoco la lleva más allá, a otros logros, a otras alturas. Me pasa aquí lo que
me pasó con la Psicosis de Gus Van Sant o la West Side Story de
Steven Spielberg. ¿Para qué repetir obras que si no son la perfección se le
acercan bastante?
Para dar con una respuesta, me fijo qué hacen con la
admiración por algunas obras en otros géneros. En la plástica, si bien copiar
cuadros y estatuas es un ejercicio habitual, no hay Giocondas de Picasso o
Lautrec. A lo sumo en tiempos de parodia, hay cuadros “intervenidos”. Obras a
las que se le agregan elementos generalmente humorísticos.
En la literatura, generalmente se toman personajes de
alguna novela célebre y se los pone en tramas anteriores a los hechos narrados
en la ficción de origen (no tan frecuente) o se los usa en tramas posteriores a
los entuertos conocidos (más frecuentes).
En música, a lo sumo se usan temas de la obra original y se
los cita en la composición nueva.
Lo más parecido a lo que hacen las remakes cinematográficas
es lo que sucede con las obras teatrales. Algunos directores con mucha impronta
logran puestas que se consideran canónicas por lo magistrales, pero no pasan
décadas antes de que otro director con la misma obra logre impactos que borren
o desdigan lo conseguido antes.
El cine siempre anduvo revisitando temas. El cine mudo se
atrevió con cuanta ficción famosa andaba por ahí. El cine sonoro las rehízo con
actores parlantes, lo que, en un punto, era más que lógico.
Aunque lo curioso de las remakes, más o menos cercanas en
el tiempo, es que nunca se hacen sobre films muy atendibles pero fallidos, sino
sobre películas casi impecables.
A veces me pregunto si esa admiración por alguna película ineludible
no estaría mejor puesta en arreglar con quienes tengan los derechos y
reestrenar esas obras maestras en versiones restauradas.
Porque si he de ser sincero conmigo mismo, las buenas
remakes a lo sumo empatan sus originales, y por más logros a los que lleguen,
es un poco como si las abarataran. Es solo un parecer, ojo.
Gustavo Monteros


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