Quizá si la hermana la hubiera dejado manejar la carrera
del sobrino, nada de esto hubiera pasado. Nunca lo sabremos, la cosa fue así.
A la hermana de Aurora le gustaba mucho retozar en el heno,
como quien dice. Tanto que quedó embarazada. Como eran ricos, a la madre no le
costó mucho arreglar una boda. El marido comprado duró menos que el tiempo que
costó comprarlo. Parido el chico, Aurora se ocupó de criarlo. Lo inclinó hacia
la música, y antes de hablar, ya tocaba el piano con sublimidad.
A la hermana de Aurora, el dinero le gustaba tanto o más
que retozar en el heno. Comprendió que los niños prodigios dejan mucho dinero,
así que le renació el amor, se lo sacó de las manos a Aurora y se lo llevó de
gira por las luminosas capitales europeas.
Aurora se secó las lágrimas, concibió su proyecto
eugenésico y se aseguró de que no volviera a pasarle lo mismo que le había
pasado con el sobrino. Tendría un hijo propio y con un hombre que no pudiera ni
quisiera reclamárselo. Encontró al candidato ideal: un cura disoluto. Según
ella, bastó solo un coito, en el que se abstuvo de sentir placer.
Y así nació Hildegart. Y la estimuló sino para la
genialidad para el desarrollo intelectual temprano. Leía desde los dos años,
escribía desde los tres. A los 14 años ya era abogada. Hablaba varios idiomas y
al momento de su muerte, los 18 años, estudiaba Filosofía y Letras y Medicina.
Había alcanzado a publicar 16 libros y más de 150
artículos, muchos sobre sexología. Había nacido para ser “la mujer del futuro”
y cuando Aurora vio que se desviaba de la senda marcada por ella, la mató de
tres tiros el 9 de junio de 1933 en Madrid.
En el juicio Aurora se comparó con un escultor y a
Hildegart con una escultura y así dijo que, si el escultor ve que su obra se
raja, la rompe.
La historia de Aurora Rodríguez Carballeira (1879-1955) y
su hija Hildegart (1914-1933) ha sido objeto de libros de ensayo y ficción, de
cortometrajes, de largometrajes documentales y de dos largometrajes
ficcionales. Hasta la fecha, como quien dice, el tema no parece agotado.
El primer largometraje de ficción es de 1977, se llamó Mi
hija Hildegart, lo dirigió Fernando Fernán Gómez, con guion propio, en
colaboración con Rafael Azcona sobre libro de Eduardo de Guzmán. Amparo Soler
Leal fue Aurora y Carmen Roldán, Hildegart.
El segundo largometraje de ficción es de 2024, se llamó La
virgen roja, lo dirigió Paula Ortiz, sobre guion de Eduardo Sola y Clara
Roquet. Najwa Nimri fue Aurora y Alba Planas fue Hildegart.
Las dos películas se abren con las postrimerías inmediatas
del crimen. El de Fernán Gómez se centra en el juicio y le da la palabra a
Aurora, que le cuenta a distintos interlocutores su versión de los hechos. El
de Paula Ortiz es más panorámico y se contrastan los hechos desde la visión de
varios personajes.
Que las dos películas arranquen con el crimen en sí no es
un demérito. Se supone que los hechos son conocidos y si no lo son, aquí no es
importante qué, cuándo, dónde pasó sino el cómo, el eje central de las dos
películas.
Por supuesto, hay detalles que los diferencian, pero en lo
esencial coinciden.
En la vida real, el crimen no paga, aunque en la ficción el
crimen (y sobre todo el basado en hechos reales) siempre paga y las más de las
veces con generosidad.
La virgen roja puede
verse en Prime Video y Mi hija Hildegart en YouTube. Las dos no deja
indiferente a nadie. ¿Los hijos pueden ser un proyecto? Se conteste lo que se
conteste, pocos o ninguno tan extremos como el de Aurora con Hildegart.
Gustavo Monteros
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