viernes, 30 de agosto de 2024

Querido diario - Sexualidades ¿poco frecuentes? Parte 2 - Mamacruz

 


En Mamacruz (Patricia Ortega, 2023) la premisa principal y la secundaria están tan unidas que casi son una. Es la historia de un empoderamiento a través del descubrimiento de la sensualidad.

 

Mamacruz (Kity Mánver) anda por la sesentena larga. Y su vida está inserta dentro de todos los mandatos sociales que la circunscriben, como Dios manda, diría alguien. Tiene un marido Eduardo (Pepe Quero), una hija, Carlota (Silvia Acosta) y una nieta, Carmela (Úrsula Díaz Manzano). Es de misa diaria. Y ya que cose, el cura le encarga renovar el vestido de las madonas y los santos. En su casa tiene un altar con profusión de vírgenes y santos.

 

El marido arrastra los pies, su cabello hace años que no conoce peine y más que vivir, duerme.

 

La hija procura abrirse camino en el mundo de la danza contemporánea y en este momento está en Viena.

 

El soplo de vida lo da la nieta de unos 12 o 13 años que no se resigna a la ausencia de la madre, lo que hace que Mamacruz inste a Carlota a que se deje de cosas y vuelva a acompañar el crecimiento de Carmela. A Mamacruz la idea de una carrera, de la realización personal es tan foránea como la vida en Marte. Para ella, una madre se debe a su familia, a su cría y listo.

 

Abuela y nieta se comunican con la hija / madre en Viena a través de una Tablet, que la nieta, claro, usa como una extensión de sus manos y la abuela con el respeto y la torpeza de los recién iniciados en la tecnología.

 

La abuela es una romántica solapada. Ve una vieja telenovela con Catherine Fulop y Fernando Carrillo y tanto muere de amor que se le despierta una sensibilidad a flor de piel. Una noche de insomnio, toma la Tablet para averiguar sobre Viena y le aparece una página porno y por cerrarla, inicia sin querer una escena muy gráfica, por supuesto.

 

Lo que ve la perturba, la atrae, la incomoda. Y a una edad insospechada de revelaciones sensuales, comienza a dar rienda suelta a curiosidades sexuales.

 

Unas devotas de la parroquia se escandalizan porque han dejado en el atrio de la iglesia unos panfletos que propagandizan cursos de armonización con flores y ¡terapias sexuales!, con la anuencia del cura. El panfleto será el inicio de la continuidad de los maravillosos descubrimientos sensoriales de Mamacruz.

 

En el curso se encontrará con otras mujeres de su edad y condición. Todas han tenido relaciones sexuales, se casaron, tuvieron hijos, enviudaron, tomaron amantes, pero ninguna ha experimentado un orgasmo.

 

A los más jóvenes les resulta extraño que hasta no hace mucho, la información que ellos manejan desde que tienen memoria y uso de razón era ocultada, escamoteada, soterrada e incluso prohibida. Les cuesta creer que el catolicismo (la religión más extendida en estas culturas) imponía sus preceptos en la vida social de todos, creyentes, no creyentes y profesantes de otras religiones.

 

Y que así el sexo se aceptaba y promovía solo para la procreación, que el sexo por el mero placer además de mal visto, se lo prohibía. Lisa y llanamente.

 

Generaciones y generaciones padecieron estas inhibiciones. La carnalidad debía sublimarse, la lujuria era un pecado horrendo y las desviaciones de la norma imperante, como la homosexualidad, una abominación.  

 

Y como peino canas, he conocido ese mundo, esa realidad tan antinatural. Uno vive lo que le toca, es muy acotado lo que uno puede cambiar, así que hacíamos lo que podíamos, en secreto la más de las veces, con la esperanza de que ese modo de vivir tan feo y tan cruel se modificara para bien de los que vinieran después. Y por suerte así fue.

 

Pero mucha gente se quedó sin vivir relaciones plenas, sin saber que el sexo podía ser puro y bello, que lo verdaderamente pecaminoso era encapsularlo, negarlo, abominarlo.

 

Mamacruz tiene suerte y buena disposición y se abre a todo lo que anduvo viviendo mal. Ante cada experimento sensual, deja de prenderle velas a los santos para que la disculpen y perdonen, comprende de a poco que la mujer tiene derecho a la realización, como el hombre, y que, si para eso hay que desoír mandatos patriarcales de toda la vida, se los desoye y listo, que la vida no es rígida, sino que fluye, que el patriarcado no hizo feliz a nadie y ya es hora de destronarlo.

 

Y así mientras se abre a lo que tenía negado, no solo se empodera, sino que empodera a los que la rodean. El marido deja de arrastrar los pies, abandona la somnolencia y hasta se peina. La hija deja de padecer la culpa de estar lejos y la nieta aprende que no hay vergüenza en la menstruación, que lo natural es siempre celebración de vida.

 

Y se viene el spoiler de todos los spoilers, lo que ve venir, lo que está en el afiche, lo que uno desea que por fin le pase a Mamacruz, que nunca es tarde si hay vida, que la felicidad de la plenitud no se mide por el tiempo que le tomó en presentarse sino por la intensidad con que ocurre y entonces tiene su orgasmo.

Gustavo Monteros


viernes, 23 de agosto de 2024

Querido diario - Sexualidades ¿poco frecuentes? Parte 1 - Slow



¿Los opuestos se atraen? Sí, claro. Pero a veces esa atracción es tan amarga que bordea la tragedia.

 

Elena (Greta Grineviciute) es una bailarina de danza contemporánea que ha aceptado un trabajo para el verano: introducir al mundo de la danza y el movimiento a un grupo de sordos. Necesita un instructor de lengua de señas que traduzca las indicaciones. La institución que la contrató le provee uno, Dovydas (Kestutis Cinenas).

 

En la primera clase, ella se apoya mucho en él. Al terminar se despiden, pero él la espera en la puerta y le pide que deje acompañarla a su casa, o al menos caminar juntos unas cuadras. Ella acepta y descubren que congenian, a pesar de la diferencia de edad (ella es un poquito mayor), de gustos, y experiencias.

 

Cuando comprenden que la cosa no viene de amistad, él le dice algo que quizás debió decirle en el primer momento: es asexual. ¿Y eso qué corno es? La ausencia de impulso sexual. Estas personas no tienen morbo para el sexo. No son impotentes, los hombres tienen erecciones y pueden eyacular, pero mecánicamente, sin deseo ni fantasía.

 

Ella vive esta confesión como un rechazo y va a acostarse con un examante para ratificar si todavía puede ser deseada. Es que ella es muy sexuada. Cuando baila con su grupo de pertenencia es como si hiciera el amor, literalmente. A él le gusta el contacto, abrazar, besar, aunque es indiferente al sexo.

 

Contra todo pronóstico, Elena y Dovydas deciden seguir e intentar constituir una pareja “normal”. Descartan la posibilidad de la participación de terceros, sobre todo para cubrir las necesidades sexuales de ella. Los intentos de relaciones sexuales son infructuosos. Una vez ella intenta con el sexo oral y logra que tenga una erección, pero algo lo incomoda y procura penetrarla sin éxito. Otra vez él intenta jugar con los dedos, pero ella está menstruando y a pesar de que él insiste en que no le molesta el flujo, ella se inhibe.

 

En lo que sí son muy normales es en que se celan. A él otros hombres del pasado o del presente de ella y que pueden tener sexo con ella, le producen temor, rechazo, violencia. Ella no puede entender que él pueda masturbarse en la ducha, no cree que solo sea un acto mecánico, está convencida de que piensa en otras.

 

El problema es que se quieren y mucho. Y esta vez no es el afuera el que los separa, como en Romeo y Julieta sino su propia naturaleza. Ninguno de los dos tiene la culpa de ser cómo es. Ella quizá con alguien que maneje pulsiones similares sea feliz. Él con alguien menos sexuado, con mayores herramientas para sublimar o que no esté tan pendiente del sexo quizá sea feliz. Pero justo fueron a encontrarse uno con otro y quererse.

 

El sexo siempre será un misterio. En estos tiempos en que no es tabú o interferido por la religión puede que se sienta más desentrañado, pero su misterio no ha sido develado del todo. Lo exponemos más libremente, procuramos desenredarlo de traumas e inhibiciones, pero nadie ha alcanzado la receta de la plenitud inequívoca para compartir.

 

Aprendimos a dilucidar que el amor y el deseo son dos cosas distintas que a veces se juntan. Sin embargo, el deseo pasa y el amor queda. Algunos no pueden vivir sin el deseo y nunca terminan de madurar en el amor. Otros aceptan que el deseo se pase y valoran la construcción de una relación de amor. Otros intentan de a tres. O plantean una pareja abierta. O se abren a todos los impulsos que se les presentan y lo llaman poliamor (aunque es más polideseo que otra cosa). Y están los que no dilucidan ni distinguen nada, que cuando tienen ganas van y las satisfacen, a veces plenamente, otras no tanto, sin desesperarse, con la certeza de que la próxima va a ser mejor. Son como los que ponen la cabeza en la almohada y se duermen. ¿Los afortunados? No sé, quizás. El insomnio es feo, pero el ocasional tiene su sabiduría y encanto.

 

(Slow es del 2023 y fue escrita y dirigida por Marija Kavtaradze)

Gustavo Monteros


viernes, 16 de agosto de 2024

Querido diario - Hoy: Últimos trenes (Segunda parte)


 


Last Train From Bombay me trajo a la memoria The Last Train From Madrid, película con la que me crucé cuando investigaba para mi libro de trenes en el cine, y que me costó encontrar, aunque llegué a verla. Sin embargo, fue descartada del libro, porque la verdad sea dicha, muchas otras ofrecían más puntos de interés.

 

La primera vez que la vi un detalle monopolizó mi atención y su singularidad queda ratificada en esta nueva visión. Transcurre en la Guerra Civil Española, pero igual podría transcurrir en la Guerra de los Boers, en la de Canudos, en la de las Rosas o en la Púnica. Y si bien un cartel inicial explica que no toman partido por ningún bando y que el enfrentamiento solo les importa como disparador de las tramas, el desprecio por las circunstancias históricas es olímpico. Nada nuevo bajo el sol. Hollywood siempre tomó el resto del mundo como escenografía exótica para ambientar intentos de entretención. Aquí al menos se toman la molestia de aclararlo.

 

Este Madrid disociado de cualquier apego a la realidad, si tuviera algo que remotamente podría ser considerado cierto, más que por la pura coincidencia del cliché sería un auténtico milagro. Para poder disfrutar y no pelearme con el material, me abstraigo de todo lo que puedo saber de la Guerra Civil Española y considero a este Madrid como un espacio metafísico, al que le damos ese nombre, como podríamos llamarlo Shangri-La, Macondo o Estatua Renga.

 

Como en Grand Hotel (Edmund Goulding, 1932), varias historias, todas muy melodramáticas, van narrándose intercaladamente. (Nada de episodios como en la cumpleañera de este año (¡felices 10 añitos!) Relatos salvajes, Damián Szifrón, 2014) El marco común es narrado por un buenmozote locutor de radio, Henry Brandon, tan febril que está perlado por gotas de sudor, que se suponen intensifican su sex-appeal. El hombre dice que esa noche partirá el último tren de Madrid, antes de que vuelen las vías, rumbo a Valencia, y que solo podrá ser abordado por los que tengan un pase autorizado y que se privilegiarán algunos militares designados y unos pocos hombres de negocios. Los demás abstenerse y a soportar el sitio y el bombardeo que se viene. Fundido a negro.

 

El coronel Vigo (Lionel Atwill) le informa al capitán Ricardo Álvarez (Anthony Quinn) que se lucha desesperadamente por retener la ciudad de Cardozo (¡?), y que los presos comunes y los políticos serán mandados a ese frente como carne de cañón. Álvarez ve que en la lista de presos políticos figura Eduardo de Soto (Gilbert Roland) que luchó con él tiempo atrás, en otra causa, por entonces en el mismo bando, en Marruecos. Álvarez rescata a de Soto con el cuento de que debe ser interrogado en el ministerio de seguridad. Cuando están a solas en el auto en el que supuestamente los traslada al ministerio, Álvarez le pasa subrepticiamente un papel con una dirección y le dice que se higienice, se afeite y desaparezca. Fundido a negro.

 

De Soto lo obedece, al menos en lo primero, y afeitado y bien trajeado se va a visitar a su novia que lleva dos años sin ver, los que tuvo encerrado. La chica en cuestión es Carmelita Castillo (Dorothy Lamour) que, de tanta angustia por buscarlo en vano, cayó en los brazos de ¡Ricardo Álvarez! De Soto recibe el golpe y mientras se repone, aparece Álvarez. De Soto felicita a su antiguo amigo y su ahora exnovia y les desea una feliz vida en común. Fundido a negro.

 

De Soto recala en un colmao, dispuesto a beberse todo para caer en el pronto olvido, y allí, se reencuentra con un viejo amor, la Baronesa Helene Rafitte (Karen Morley), pero esa es otra historia que retomaremos más adelante. Fundido a negro.

 

María Ronda (Olympe Bradna), una jovencita va con una brigada femenina al frente (¡a Cardozo!). Le confiesa a una compañera que quiere volver a Madrid porque ejecutarán a su padre. Pasa un avión y tira bombas, la compañera la hace aprovechar el desbande para que huya. En un camino cercano, María hace detener un autito de lo más pintoresco que maneja el reportero norteamericano, Bill Dexter (Lew Ayres). En el autito apenas si caben dos, pero la lleva. Le dice que está apurada y la razón del apuro, él le confía que con un poco de suerte puede hacer que visite a su padre. En la cárcel, Bill usa su profesión para que les permitan ver al padre de María, Carlos Ronda (Carlos De Valdez). A Bill se le ocurre mentirle a María y decirle que la ejecución se suspendió a la espera de un nuevo juicio e involucra a Carlos en el engaño. Carlos la despide con un hasta pronto y le pide a Bill que la cuide. No alcanzan a salir de la cárcel, que se oyen las detonaciones del fusilamiento, pero María parte esperanzada con la idea que quizá su padre zafe de la muerte con el nuevo juicio. Bill le compra un nuevo vestido y un sombrerito ridículo. Van en el auto cuando se desata otro bombardeo. Se refugian en una cava y Bill se pone a probar los vinos y se emborracha. Fundido a negro.

 

Bill despierta en su propia cama. María le dice que se casaron. Él no recuerda nada y da a entender que la nueva situación no le hace ninguna gracia. Ella le dice que no tiene ninguna importancia, que él se irá esa noche en el tren y todo quedará olvidado. Él ve una carta sobre la mesa. Ella le pide que no la lea, que es para su padre. Ella va a buscar agua para darle y él lee la carta, en la que María le pide disculpas a su padre por haberse casado sin su consentimiento, pero que no podía hacer otra cosa, porque le había surgido un gran amor por Bill y que creía que él le correspondía. Suena el timbre, son unos carabineros que vienen a entregarle a Bill el famoso pase. Bill dice que no puede irse sin su secretaria (o sea María) y el carabinero con tal de que se vaya, agrega el nombre de María en el pase. Bill entra y busca a María que ha partido dejándole una nota en la que se despide y le desea suerte. Bill comprende que ama a María y que no se marchará sin ella. Fundido a negro.

 

En un pelotón de fusilamiento, un soldado, Juan Ramos (Robert Cummings) no puede disparar. El coronel Vigo, como castigo, lo transfiere al frente. Como sabe que es casi una muerte segura, le da un permiso de dos horas y algo de dinero para que se entretenga, beba y tome coraje, que viva un poco. En una calle cercana al cuartel, ve como Lola (Helen Mack) despide a un hombre (¿un cliente?, ¿un amante?) que partirá esa noche en el tren. El hombre se aleja unos pasos y lo mata una bala de un francotirador. Juan ayuda a Lola a meterlo en la casa. Lola le dice que tan solo en unas horas se habría librado de todo en Valencia. Juan se da cuenta de que tiene un pase y le suplica a Lola que se lo conceda. Lola se niega, estaría ayudando a un desertor, le aclara. Juan le confiesa que él solo es un labriego que quiere volver a su pago y desentenderse de una guerra que no es para él. El pago en cuestión es donde Lola veraneaba. Acepta darle el pase, siempre que se lleve con él un muñequito que ella valora mucho, un símbolo de su inocencia perdida. (¿Es una prostituta?, ¿una mujer sexuada que vive su sensualidad como una maldición?, ¿una mantenida?, sea lo que sea, es una precursora de lo que serán pronto las mujeres de Tennessee Williams) Juan le dice que venga con él, que solo basta agregar su nombre al pase, hacerla figurar como su esposa. Se besan. Fundido a negro.

 

Habíamos dejado a De Soto reencontrándose con un viejo amor, la baronesa Helene Rafitte. Ella se da cuenta de que él huye y de que está sin papeles. Son interrumpidos por la llegada de Michael Balk (Lee Bowman) que se presenta como un guía, un mentor, un consejero de Helene. De Soto lo invita a sentarse con ellos, pero Michael se niega, aduce otros compromisos. Cuando se va, Helene le confía a De Soto que Michael es un hombre muy caro. De Soto comprende al vuelo que Michael es un gigoló. Helene que tiene pase propio, le dice a De Soto, que huya con ella, que le conseguirá un pase. En eso llegan unos soldados pidiendo papeles. Helene capta la atención de estos y De Soto huye. Fundido a negro.

 

Michael, en un apartamento de lo más bonito, envuelto en bata de seda, prepara las valijas. Llega Helene y le pide que le venda el pase. Michael pide una fortuna. En un principio Helene se niega, pero termina por pagarle. Michael, en vez de darle el paso, toma el teléfono y pide con el cuartel. Quiere comunicar a las autoridades que no hará uso del pase. Mientras esperan a que alguien les conteste, Helene comprende que Michael, por celos, perfidia o pura maldad, no le entregará el pase, así que saca un arma y mata a Michael. Fundido a negro.

 

El coronel Vigo se entera de que Álvarez dejó huir a de Soto, insta a Álvarez a su presencia, lo degrada, y lo pone prisionero, sin duda será ejecutado, porque el cargo es alta traición. Álvarez huye y se refugia en la casa donde le dijo a de Soto que se escondiere. Encuentra a De Soto, que se da cuenta de que Álvarez ya no tiene poder. Álvarez le dice que eso no tiene ninguna importancia y le da un pase, firmado por él. De Soto lo rompe diciendo que es peligroso llevar un pase con la firma de quien ha caído en desgracia. De Soto dice también que ya no lo necesita, que Helene le conseguirá uno. Se despiden. Fundido a negro.

 

Se viene el final. En el cuartel, el coronel Vigo le dice a su segundo, apostado en la estación de trenes, que vigile bien, que sin duda Ricardo Álvarez y Eduardo de Soto intentarán huir, así que deben atraparlos, que llegada la hora, el tren salga, pero que en la primera parada, esperen a que él dé la orden de continuar viaje, que si no los pescan en la estación, los atraparán cuando el tren llegue a la primera parada. Esto llega a oídos de Álvarez, porque al dueño de la casa donde se esconde se lo han contado. Álvarez sale hecho una tromba.

 

En la estación, Helene le entrega el pase a De Soto y se separan para pasar desapercibidos. Llega Carmelita con su pase. Ve de lejos a De Soto y este con señas le pide que haga como si no lo conociera.

 

Bill busca con insistencia a María, se cruzan sin verse y parecen condenados a no hallarse. Pero no es así, su destino es ser felices juntos. Se reencuentran finalmente y suben al tren.

 

Juan y Lola vienen a la estación en un carro que carga ataúdes. Unos hombres intentan quedarse con el carro, hablan de meterse en los ataúdes y huir, de este modo nadie les pedirá papeles. Desatan un tiroteo contra el dueño del carro y Bill. Lola es baleada en el tiroteo. Antes de morir, insta a que Juan huya y le entrega el muñequito simbólico para que lo lleve con él. Juan quiere quedarse, el dueño del carro le recuerda que le prometió huir a una moribunda y que esas promesas se cumplen. Juan llega, aborda el tren, terminando su participación en esta película. Fundido a negro.

 

Carmelita, De Soto, Helene están en el tren que se apresta a partir. A último momento, unos soldados suben y piden documentos. Buscan a Helene, dan con ella y la detienen por el asesinato de Michael. Por suerte no alcanzan a pedirle el pase a De Soto, porque así se enterarían de que viaja con el pase de Michael. Fundido a negro.

 

Álvarez entra subrepticiamente al cuartel y hace su prisionero al coronel Vigo. Le dice que pasarán juntos la noche, que lo dejará libre cuando el tren haya llegado a Valencia. El coronel Vigo le pregunta si De Soto está en el tren, Álvarez asiente. El coronel Vigo, obligado por Álvarez, le dice a su segundo por teléfono, que el tren puede partir, que la búsqueda de Álvarez y De Soto ya no es necesaria, que ya los atraparon. Álvarez, siempre a punta de pistola, traslada al coronel Vigo a otra dependencia, donde pasarán mejor la noche. Un soldado sospecha que quien escolta al coronel Vigo es Álvarez y le dispara. Álvarez cae herido de muerte. El coronel Vigo le quita el arma y ve que está vacía.

 

El tren ha llegado a la primera estación y como fuera convenido, piden la autorización del coronel Vigo para seguir. Desde el piso, Álvarez le implora con la mirada al coronel Vigo, que deje huir a De Soto. Vigo permite que el tren siga su marcha. Álvarez muere en paz. En el tren, De Soto y Carmelita, sentados en el mismo compartimento, pero no juntos, con una anciana de por medio (la misma que al principio de la película le había pedido un pase a Álvarez y este se lo había negado), miran hacia el futuro (¿lo compartirán?, ¿quién sabe?) Fin.

 

Caigo en cuenta de que estoy haciendo lo que mamá hacía ya de mayor: volcar en un papel los resúmenes de las tramas de las telenovelas que veía para no olvidarse de las vueltas del argumento. De paso se aseguraba de que los hilos argumentales de cada novela no se le mezclaran, por más similares que fueran. En mi caso consigno tramas de películas. Más que para no mezclar hilos argumentales, para no olvidar las vueltas de la trama y verme en la obligación de ver algunas películas otra vez para saber a ciencia cierta de qué venían. Es que he visto muchas películas. De las que me gustaron mucho, me acuerdo casi todo. De las que no tanto, tiendo a no recordarlas del todo. También me hago trampas, de los policiales que disfruté me olvido de detalles, para tener que volver a verlos y reconstruirlos.

 

De esta película hay un detalle que creo voy a recordar. Ver a Anthony Quinn tan joven ¡tenía apenas 22 años! Se percibe asimismo que era un hombre muy alto, 1 metro, 87 centímetros. Y se lo ve casi apuesto. Casi, porque lo que se dice apuesto no fue nunca. Atractivo, sí, quizá. Aunque más de un bonito anodino lo envidió a morir. La cámara amaba sus peculiaridades. Por lo que se podría decir que la suerte de la fea a veces alcanza también a los feos.

 

(The Last Train from Madrid es de 1937 y fue escrita por Louis Stevens, Robert Wyler y Paul Hervey Fox y la dirigió James P. Hogan)

Gustavo Monteros


viernes, 9 de agosto de 2024

Querido diario - Hoy: Últimos trenes (Primera parte)


 

El humor social es inocultable. Solo hay que saber mirarlo, para poder aprehenderlo. Y en pocos lugares se hace más evidente que en un aula. Cuando hay, como ahora, una situación económica de miseria, se intenta en vano soslayarlo. Se hace de cuenta de que los ajustes no nos abarcan, que seguimos como siempre, sin variar el modo de vida habitual. Pero el humor social, como el chiflete, se cuela por los resquicios. Entonces los alumnos padecen una mezcla de hastío, desidia, frustración. Y la mayoría de las veces se vuelve agresión. Entre ellos, al docente, o a quien tengan a mano.

 

Doy clases en escuelas secundarias públicas, de modo que ellos y yo somos clase media. (Baja, sería la definición técnica que nos corresponde, pero de eso mejor me olvido, porque nadie quiere ser lo que es, si de clases sociales bajas se trata). No es que pasen hambre o vistas harapos. No, pero ya se nota que sus familias resignaron ahorros, planes de vacaciones, consumos ociosos. Lo que traen para gastar en el kiosco es un billete más simbólico que sustancial. A menos que junten lo de dos o tres días, ya no les alcanza para comprar lo que les gustaba. Tienden a conformarse con las golosinas magras que ahora pueden permitirse.

 

No la expresan como tal, pero la angustia de no poder gastar lo que antes podían, se les instala. No se necesita ser adivino ni sociólogo para concluir que sus familias galguean. No resignan apagar la estufa todavía, aunque ya el mes se les hace largo y comer todos los días es una empresa descomunal.

 

No es que me vaya mejor, pero darme cuenta, no me hace más sabio, querido Tolstoi, sino que aumenta mi impotencia. No es mi culpa, son los reveces de la democracia. La voluntad de la mayoría que hay que aceptar y apoyar. Pero no juegan limpio, nadie vota libre de influencias, de maquinaciones, de perturbaciones. Antes te quitaban el voto, ahora te quitan la capacidad de raciocinio. Te la invaden tanto que sos un autómata, un zombi, un prisionero al que le dan la llave para que se encierre solo.

 

Una mañana me levanto más desvalido que de costumbre. Me acomete un cóctel de furia y desidia. No tengo ganas de nada, ni de balearme en un rincón, como dice el tango. Pero la peleo, porque sé que, si me dejo estar, la cabeza se me va a llenar de pensamientos negros que alimentan las muertes. Las del cuerpo, las del alma, las de las ganas de ser y estar y querer y reír y compartir. Como siempre opto por ir a las películas. El cine no cambiará mi realidad, pero me pondrá la mente a resguardo. Fantasear también es salvarse.

 

En una página que frecuento, subieron The Hurricane, 1937, de John Ford, con Dorothy Lamour, Jon Hall, Mary Astor y otros notables. Me pregunto por qué Jon Hall no llegó a ser tan preeminente como Dorothy Lamour o Mary Astor y me pongo a repasar su carrera en páginas enciclopédicas. La rápida lectura de los títulos en los que participó me hace detener en uno de 1952, Last Train from Bombay. Título con el que no me había cruzado cuando escribía mi libro sobre los trenes en el cine.

 

Se trata de una película escrita por Robert Yale Libott y dirigida por Fred F. Sears. Pero es su productor, Sam Katzman, el que hace la diferencia. Sam Katzman fue un productor (y ocasional director) que se especializó en filmes de bajo presupuesto, el abarcador y nunca bien ponderado Cine B. Este pertenece a su etapa en la Columbia. ¿Se conseguirá? ¡Se consigue! La bajo y me pongo a verla.

 

Estamos en la India (por el título, ¿dónde íbamos a estar? ¿En la Antártida?) Diarios y noticieros nos informan de una revuelta en Janipur (o sea que nos ubican en el conflicto entre India y Pakistán por los territorios de Cachemira). Fundido a negro. Dos indios llevan un gran canasto de ropa lavada a un hotel. Lo dejan en una habitación del segundo piso. Un hombre los recibe, los hace dejar el canasto y los echa sin darles propina. El hombre, al quedarse solo, revuelve dentro del canasto y saca el cuerpo inerme, exangüe de otro hombre. (¿Un cadáver? Y, sí) Lo pone sobre la cama y le destroza la cara de un balazo. Fundido a negro. Después se ve al hombre que pegó el tiro, cambiado, de uniforme de soldado indio, con un dastar (o sea el turbante que usan los sikh) y un parche negro en el ojo derecho. (Si no es futuro villano de la película, le pasa raspando) Fundido a negro.

 

Puerto de Bombay. De un trasatlántico bajan un importante Nawab (especie de príncipe indio) de Janipur (¿de dónde más iba a ser?) y su hija. Martin Viking (Jon Hall), nuestro protagonista (ya nos detendremos en él más adelante) por verlo mejor, le pega un codazo a Mary Anne (Christine Larson) y evita que le saque una foto. Mary Anne está con su papá, el coronel Frederick Palmer (Matthew Boulton) un exmilitar que sirvió en la India (en otras palabras, un colonialista de aquellos). Vienen a ver el Taj Mahal a la luz de la luna (sí, calcularon las fechas para verlo en plenilunio, gente muy precavida para cumplir sus deseos). Fundido a negro.

 

Jon Hall, quince años después del rol en Huracán que lo inscribiría en la historia del cine y con un evidente sobrepeso que sepultó su cuerpo apolíneo en una contextura de rugbier, es, recapitulamos, Martin Viking, un diplomático norteamericano que va a ejercer de cónsul en Lucknow. Lo vemos dirigirse a un gran hotel (¿el mismo al que iban los dos indios con el canasto con ropa?, sí, el mismo) Su amigo Kevin (Douglas Kennedy), registrado en el mismo hotel, se olvidó de reservarle una habitación. No es problema, por unos cuantos dólares de más, el conserje le da una habitación de las que tiene bajo la manga para emergencias. Pregunta por el cuarto de su amigo Kevin y le dicen que está en el segundo piso. (Sí, Kevin es el que baleó al cadáver y se fue disfrazado de villano). Martin entra en el cuarto de Kevin y descubre el cadáver con el rostro desfigurado en la cama. Asume, claro, que se trata de Kevin. Fundido a negro.

 

Martin conoce al Capitán Tamil (Michael Fox) de la Policía, que, tras hacerle unas preguntas, lo deja ir (Martin tiene pasaporte diplomático). Martin y el capitán Tamil aceptan a regañadientes que Kevin pudo haberse suicidado, pero no se lo creen del todo. Fundido a negro. Martin en la estación está por abordar un tren a Lucknow. Kevin, de uniforme, parche y turbante, manda a un indio a que le cambie el bolso a Martin, cuando está entretenido con el guarda. El tren parte, Martin está muy cómodo instalado en un compartimento para él solo, chuchuchú, chuchuchú, pero en la primera parada suben unos policías. Andan detrás de unas drogas robadas. Le piden a Martin permiso para revisar su equipaje, aunque puede negarse por ser diplomático. Martin acepta y le encuentran las drogas perdidas entre sus ropas. Lo detienen y lo bajan del tren. Fundido a negro.

 

Otro encuentro con el capitán Tamil de la policía, que habla un ingles perfecto y que se nota que es un muy actor, que de nuevo lo deja ir, aunque le sugiere que deje de meterse en problemas porque si bien su pasaporte diplomático lo exime de algunos inconvenientes, no es un salvoconducto supremo. Fundido a negro. Martin descansa en su cuarto de hotel (¿habrá conseguido esta vez un cuarto disponible u otra vez habrá tenido que coimear al conserje? Ah, misterios de la continuidad). Golpean a la puerta. Abre, es Kevin, de uniforme, parche y turbante, que viene a devolver el bolso original de Martin. Martin le hace una toma candado de catch, creyendo que es un malhechor. Kevin revela su identidad, despojándose del disfraz. Fundido a negro.

 

Toman unos tragos y Kevin le confiesa que el cambio de bolsos fue para sacarlo del tren, que volará por los aires, antes de llegar a destino, para matar al Nawab que negociará un tratado de paz en el conflicto entre India y Pakistán. Kevin, que fue un comando en la Segunda Guerra, junto con Martin, lo invita a ser un mercenario y recuperar la alegría perdida de estar en peligro constante. Martin se horroriza, el pasado era una guerra, lo que Kevin propone ahora es terrorismo y muchos civiles serán víctimas inocentes. Martin toma el teléfono para comunicarse con el capitán Tamil y Kevin lo ataca para impedírselo. Se trenzan en una buena pelea.

 

Antes de continuar a las piñas, Kevin le propone apagar la luz porque en la oscuridad se pelea mejor (¡!) (¿Será para que no se note que serán reemplazados por dobles de riesgo?, ¿o acaso será algo medio homoerótico que tienen entre ellos?, ¿o tal vez enfrentan una imprevista suba de tarifas? Misterios del guion)

 

Mientras pelean cerca del balcón, una daga lanzada acorta la vida de Kevin (¡menos mal que estaban en planta baja! ¡De haber estado en el segundo piso, como antes, lo de la daga se complicaba!) Antes de morir, Kevin balbucea algo sobre un prestamista llamado Samir, o algo así, y de que el jefe de la organización es un rengo. Expira Kevin y Martin sale corriendo por el balcón rumbo al jardín para perseguir al asesino.

 

Al lado de una fuente de lo más bella, Martin y el asesino se trenzan. En un momento el asesino intenta estrangular a Martin con una cuerda llena de nudos, igual a otra con la que jugaba Kevin mientras bebían. (La cuerda remite a una famosa banda de estranguladores, perdida en el tiempo, aunque muy famosa, hasta estaba un cuento de Leopoldo Lugones, si mal no recuerdo, igual, esta secta es muy conocida y aludirla, siempre paga) Martin interroga al asesino metiéndole la cabeza en la fuente (bueno, che, había que usarla), pero lo deja ir. Fundido a negro.

 

(Estamos en un momento decisivo. Lo lógico sería que Martin fuera a ver al comisario Tamil y le contara todo lo que sabe para que este se ocupe de impedir el atentado, investigar la organización terrorista y desmantelarla y seguir su viaje a Lucknow, pero ¿hacen los protagonistas de los films de aventura lo lógico y esperable? ¡No! Jamás en sus perras vidas. Claro, la lógica de la acción en un relato no es la de la vida, y no por eso se suspende la credibilidad, por el contrario, se fortalece nuestro contrato de fe en el relato: el héroe es héroe, y no un pusilánime de la calle. O sea que Martin se va a desarmar los entuertos él solo)

 

Martin en la calle busca donde atiende el prestamista. Un chico se ofrece a ayudarlo a cambio de unos dólares. La sociedad con el chico dura poco. Ven pasar un cortejo fúnebre, en el que el prestamista es el muerto. Martin va al aeropuerto para tomar un avión que lo acerque al lugar donde el tren explotará (esto lo sabe por lo que le contó Kevin del atentado) No hay aviones que salgan para allá y el que más lo acerca sale al día siguiente, se le advierte que debido al conflicto India-Pakistán necesita permisos de viaje, algo que no puede conseguir porque lo busca la policía para interrogarlo sobre la muerte de Kevin en su cuarto. Martin, que también es piloto, secuestra una avioneta. Al despegar, el capitán Tamil con otros policías en un jeep le aciertan al tanque de combustible de la avioneta. Eventualmente Martin se queda sin combustible, se pone un paracaídas y abandona la avioneta. Cae cerca de un camino por el que pasan autos a gran velocidad (¿llegarán tarde al trabajo?, ¿las esposas de los que conducen habrán entrado en trabajo de parto?, ¿se vendrá la marabunta?) Un auto se detiene. ¡En él vienen Mary Anne y su anciano padre colonialista! Martin sube al auto e intenta convencer a Mary Anne, a punta de pistola primero, a seducción galana después de que lo ayude a llegar a la frontera (¿cuál?, ¡Sabrá Dios!, de repente se ponen a hablar de fronteras) Mary Anne le dice que sabe de su predicamento por haberlo leído en el diario, tanto andar con muertos, lo llevaron a primera plana. Hay retenes en el camino y Mary Anne, ¡lo entrega a la policía! (si creíamos que iba a sumarse a la aventura, estábamos muy equivocados, ella es una dama inglesa muy respetuosa de la ley y el orden, ¡God save the Queen!, qué carajo. Fundido a negro.

 

Martin, por supuesto, huye y termina con el traje roto en un pueblito, donde hay un bar-cabaret. Pide comida y se le acerca una prostituta francesa, Charlane (Lisa Ferraday). Martin le pregunta si lo puede ayudar a conseguir permisos de viaje para que no lo detengan en los retenes. Ella le dice que es algo difícil, entonces él saca la billetera y le muestra que tiene dinero suficiente para sobornos. La visión del dinero despierta la codicia del dueño del bar y otros asiduos parroquianos. Charlane le dice que apure el trago y que no espere la comida que le va a presentar de inmediato un amigo que le solucionará el problema de los permisos. Salen y el dueño del bar y un par de parroquianos lo dejan inconsciente y le roban el dinero que se reparten entre ellos, dándole, claro, su parte a Charlane. Lo dejan tirado en la calle y todos se van. Fundido a negro.

 

Martin recupera el conocimiento acostado en la cama de Charlane (¿Cómo diablos llevó Charlane, que es de lo más frágil, a tremendo mastodonte a su cama? Porque no olvidemos que Martin es todo un rugbier, por no decir un luchador de sumo…bah, los misterios de la continuidad) Mientras Martin vuelve en sí, ¡llega la policía con el capitán Tamil a la cabeza! Charlane los atiende en la antecámara y le contesta todas las preguntas al capitán. Este antes de irse, le ordena a un sikh grandote de uniforme, turbante y sin parche (este es un sikh legítimo, no como el trucho que personificaba Kevin) Al quedarse solos, Charlane noquea al sikh y lo apura a Kevin para que se vaya, le da el dinero que le tocó a ella del robo y le ofrece un traje de su exmarido, un marine que se fue para no volver. Charlane le da también un permiso de viaje (¿cómo lo obtuvo? Misterios del guion) Fundido a negro.

 

Martin se toma un colectivo y después un avión para llegar a una ciudad en la que busca al rengo. Para disimular se puso un turbante (¡cómo si un yanqui grandote de traje fuera a pasar desapercibido en una ciudad de indios esmirriados, tirando a bajos!) Deambulando halla una taberna llamada El rengo. Entra, se sienta a una mesa, pide comida. Cuando se la traen, pone al lado del plato recién servido, la cuerda con los nudos de los estranguladores. El mozo le dice que lo siga. A resguardo de miradas intrusas, Martin le dice al indio que debe revisar la bomba para asegurarse de que todo esté bien. El indio le dice que es muy raro que aparezca para una revisión, que va a consultar. Martin aprovecha para huir. Fundido a negro.

 

Martin va a ver a la más alta autoridad del ferrocarril que es ¡el rengo! El rengo ordena a sus secuaces que lo encierren. Camino del calabozo o donde sea que lo vayan a encerrar, hacen una parada estratégica en la estación de trenes (la ciudad donde están resulta ser Agra), Martin al ver que en el andén está el famoso tren que será bombardeado, golpea a sus captores, escapa y se sube al tren. Se encuentra con la hija del Nawab en un compartimento y la advierte del peligro. Ella le dice que traerá a su padre para que hable con él, pero no alcanza a ver al Nawab porque los esbirros del Rengo lo bajan del tren. El tren parte. Chuchuchú, chuchuchú.

 

En el andén, se encuentra con ¡Mary Ann! Ella le pide disculpas por haberlo entregado y le dice que se alegra de que no haya habido ninguna explosión de trenes. Los esbirros del Rengo oyen tren y se ponen como locos: ¿Qué tren?, ¿qué tren?, dicen. Martin intenta excusarla, pero por las dudas, marche presa también Mary Ann. Los esbirros los encierran en una mazmorra en la montaña bajo siete llaves, pero Martin observa las antorchas y descubre que hay una corriente de aire, la sigue y hallan un pasadizo entre las rocas como para que pase ¡un carro! Huyen como por una puerta…abierta.

 

Llegan a donde está la bomba, protegida por algunos terroristas a los que Martin pone fuera de combate, of course. Se viene el tren, ¡directo al túnel dónde está la bomba! Chuchuchú, chuchuchú. Martin se sube a una zorra. Está a unos metros del tren que viene. Chuchuchú, chuchuchú. Martin acciona la zorra y salta, antes de que esta entre el túnel y haga explotar la bomba. ¡Pum! El tren, que viene apenas unos metros detrás, frena y se salva.

 

Mary Anne corre adonde está tirado Martin. Sí, ¡está vivo! Fundido a negro. El capitán Tamil frente al Taj Mahal felicita a Martin y de paso a Mary Ann. El padre de Mary Anne, el coronel colonialista, les saca la foto. El capitán les pregunta a Mary Anne y a su padre si ya se vuelven a Inglaterra. Mary Anne dice que no todavía, que antes pasarán por Lucknow. Hum… ¿Habrá conseguido novia Martin? No sé si le conviene Mary Anne, apretada por las circunstancias ¡lo entregó! Pero es la chica de la película. Fin.

 

El Cine B, a pesar de todas las características distintas que abarca, engloba un compromiso que se mantiene inalterable en todas sus variantes: una voluntad infranqueable de contar una historia. Este tren de Bombay puede que no sea el Orient Express, pero tiene su chuchuchú, chuchuchú, chuchuchú. (La realidad sigue dura, pero mi mente está por suerte más ligera, gracias al chuchuchú, chuchuchú. Un viaje, aunque por delegación sigue siendo un viaje, chuchuchú, chuchuchú)

Gustavo Monteros

 

viernes, 2 de agosto de 2024

Querido diario - Hoy: Régis Roinsard


 

Buscando algo para ver, me remito a mi lista de películas que ya tendría que haber visto (los cinéfilos tenemos muchas listas, somos gente muy organizada, no vayan a creer lo contrario, además de maniáticos, minuciosos, memoriosos, somos de hacer listas, en fin, se es lo que es). Retomo. Al escrudiñar la lista, noto que hay tres películas francesas del mismo director, Régis Roinsard, que todavía no he visto, vaya a saber por qué motivos, pero con temáticas que me interesan. Y casualmente estos tres títulos conforman su filmografía de largometrajes hasta la fecha, de modo que, si me pongo al día, habré conocido toda su obra. Para no innovar, comienzo por la primera.


Populaire es una comedia romántica deportiva del 2012 y está protagonizada por Déborah François y Romain Duris. Estamos en el interior de Francia en 1958. Rose (Déborah François) es la única hija del ferretero del pueblo, un viudo con pocas ganas de reincidir en el matrimonio, y que quiere asegurar el futuro de Rose, casándola con el hijo del mecánico. Rose quiere algo más para su vida y como ve que su padre no cejará en su intento de casarla, una buena madrugada hace su valija y se va a un pueblo vecino, previo dejarle a su padre una carta de despedida. Rose, como muchas muchachas de su época, según novelas, películas y series que transcurren en esos tiempos, tiene la fantasía de profesionalizarse como secretaria. Así que de blusa, falda acampanada y colita de caballo (le faltan los anteojos con forma de antifaz, a decir verdad) va a pedir trabajo de secretaria al agente de seguros de su nuevo pueblo, Louis Échard (el bueno de Romain Duris). La entrevista es un desastre, pero alcanza a mostrar un factor que la hace única, es una dactilógrafa de velocidad asombrosa, aunque escriba con dos dedos. Esta característica despertará en Louis al deportista frustrado (venía para corredor de fondo, pero una lesión se lo impidió) Es que el pobre acaba de leer un panfleto que invitaba a ver o participar en un concurso de dactilógrafas. Le propone a Rose que el trabajo será suyo si se compromete a aprender a escribir con los 10 dedos, desarrollar mayor velocidad que la exhibida y a participar en campeonatos de dactilógrafas. Rose acepta y Louis que no pudo ser atleta, será lo que más se le aproxima, un entrenador. Y como por más que haya deporte, primero estamos en una de amor, Rose y Louis son atravesados por la flecha de Cupido, pero, claro, Louis se niega a pasar de entrenador a galán, algo que agotará la paciencia de Rose. Entonces…


Les traducteurs es un policial whodonit con sorpresas, que cambian el juego o la perspectiva del mismo cada 15 minutos. Es del 2019 y cuenta con un elenco multiestelar internacional, en el sentido más estricto de la palabra. Lambert Wilson, Olga Kurylenko. Riccardo Scamarcio, Sidse Babett Knudsen, Eduardo Noriega, Alex Goodman, Anna Maria Sturm, Frédéric Chau, Maria Leite, Manolis Mavromatakis, Sara Giraudeau y Patrick Bauchau. La cosa es que está por salir el último libro de una saga exitosísima escrita en francés. Es un fenómeno de alcance mundial. El original en francés y todas sus traducciones deben salir el mismo día. Para ello encierran en un bunker ultrasecreto a traductores de inglés, griego, chino mandarín, español, italiano, portugués, danés, ruso y alemán. Se les quitan los celulares, y todo artefacto que pueda comunicarlos con el exterior. Se les entregarán computadoras que no tendrán conexión a internet, trabajarán simultáneamente y ante cualquier duda en su trabajo deberán arreglárselas con esas antiguallas conocidas como libros de referencia, o sea diccionarios y enciclopedias. Prácticamente son presos voluntarios incomunicados. La idea es que nadie pueda filtrar detalle del libro. Pero lo impensable sucede. El responsable a cargo de los traductores, Eric Angstrom (Lambert Wilson) recibe evidencias de una filtración y es chantajeado. Si no paga una millonada, el primer capítulo será publicado en internet, y el gigantesco éxito quedaría boicoteado. ¿Quién fue el o la que burló medidas de seguridad tan extremas? (¡Hasta guardas armados tienen!). Otra que “El misterio del cuarto amarillo”. Entonces…





En attendant Bojangles (Esperando a Mr. Bojangles) es un melodrama romántico de realismo mágico de 2021 y lo protagonizan la maravillosamente bella e hipnótica de Virginie Efira, el bueno de Romain Duris (otra vez) y el rotundamente simpático de Grégory Gadebois. Otra vez estamos a fines de los cincuenta. Georges Fouquet (Romain Duris) es el hijo de un rico empresario que se niega a continuar con el negocio familiar. En un coctel de millonarios se pone a contar historias desorbitadas para gusto del grupo que lo oiga. Seduce y confunde a su auditorio, son tan traídas de los pelos, que pueden ser ciertas. Y se va antes de que puedan descifrarlo. De repente va a una chica, Camille (Virginie Efira) que ha llegado como compañía de un importante político, Charles (Grégory Gadebois) comportarse de una manera muy extraña. Baila y escapa con ella. La pierde, pero a través del político la reencuentra. Camille tiene algo así como lo que podríamos considerar un trastorno bipolar galopante que bordea la demencia. Sus mejores momentos son cuando habita un estado de fantasía que roza el delirio. Georges, que cuenta con los medios para sostener este estado, se lo produce y se casa con ella. El padre lo deshereda, pero Charles, ahora parlamentario, logra que pasen una ley de control vehicular, que monopolizará el taller mecánico que abrirá Georges. Camille al poco tiempo tiene un hijo de Georges, Gary (Solan Machado Graner) que crecerá en este corrimiento de la realidad que Georges produce para Camille. Viven en un piso en París. Al lado de la puerta hay una pirámide de sobres con cuentas que jamás se abren porque Camille no cree en abrir cartas, la mascota de la casa es una cigüeña (o algo así, la zoología no es lo mío) exótica y el único disco que se oye es el simple de Nina Simone cantando Bojangles, tema sobre el bailarín negro homónimo, de ahí el título del filme. Hay fiesta todas las noches y la comida y bebida es muy caprichosa. Gary anda por los diez años, cuando Camille de a poco cae en la demencia sin retorno. Georges lo niega y procura mantener el reino de fantasía, pero cuando ella incendia el piso, no le queda más remedio que aceptar la realidad e internarla en un manicomio. A esta altura estamos como a fines de los sesenta y la demencia se trataba con métodos cercanos a la tortura. Padre e hijo secuestrarán a Camille, la llevarán a España a un castillo que Georges compró con la venta del taller y la concesión de la revisación vehicular e intentarán tratarla con un método de fantasía controlada. Entonces… (Dos detalles, el filme se basa en una novela best-seller de Olivier Bourdeaut y se terminó de filmar cuatro días antes de que comenzara el confinamiento por COVID en Francia, si eso no es tener suerte, no sé qué lo sea).

 

Como sea, me gustó conocer a Régis Roinsard. Tiene, claro, una predilección por el cine popular. Pero no de cualquier modo, si no con el mayor arte posible que le permita el relato, sin extrapolarlo de lo que imagina el gusto popular. Es una especie de autor de cine industrial, si es que tal cosa existe. Circunscribe sus historias a un género y juega con todas las trampas que dicha elección le permite.

 

Populaire es una de deportes tanto como una de amor y no excluye una por la otra. Baraja todos los platos en sus palitos sin dejar caer ninguno. En Les traducteurs se permite todas las trampas que le habilita el género para ir engañando al espectador: da la información con cuentagotas, en un diálogo revelador, enfoca solo a un personaje y así no sabemos con quién es que habla, da pistas falsas, retiene detalles que revelará cuando le convenga, etc. El rompecabezas cierra, pero con tanta trampa no puede evitar que el cuento le quede medio frío, no es posible identificarse con personajes que siempre están incompletos para que el engaño funcione.

 

En Esperando a Mister Bojangles, hay problemas de la novela original (los bolazos de Georges al principio son medio pedorros, por ahí es porque somos latinoamericanos, de las tierras donde se descubrió, inventó, o fomentó el realismo mágico, debe ser por eso que estos cuentos no satisfacen nuestro paladar, nos suenan rancios) y también problemas propios de la transcripción cinematográfica (algunas convivencias de realidad-fantasía hacen ruido, no están logradas. Por ahí en el papel están bien, aunque realizadas no tienen una lógica que las fortalezca. Las aceptamos y seguimos adelante porque nos decimos: el relato viene para ese lado, es “volado”, algo que no deberíamos vernos obligados a convalidarlo. Aunque la magia de Virginie Efira, que destruye todo atisbo de ineficacia insalvable, nos hace pasar por alto estos inconvenientes.  Duris y Gadebois ponen lo suyo, pero es ella, la que con su belleza y sensibilidad, nos conmina a refrendar el delirio en el que vive su personaje. Con una aliada así, cualquiera.

 

Aunque disfruté la obra de Roinsard, una ironía paradojal queda rondando: me gustó más Populaire, que es la primera. Puede que Los traductores y Esperando a Bojangles sean mucho más ambiciosas, pero la ambición ante el logro escaso no es buena excusa.

Gustavo Monteros