Buscando algo para ver, me remito a mi lista de películas que ya tendría que haber visto (los cinéfilos tenemos muchas listas, somos gente muy organizada, no vayan a creer lo contrario, además de maniáticos, minuciosos, memoriosos, somos de hacer listas, en fin, se es lo que es). Retomo. Al escrudiñar la lista, noto que hay tres películas francesas del mismo director, Régis Roinsard, que todavía no he visto, vaya a saber por qué motivos, pero con temáticas que me interesan. Y casualmente estos tres títulos conforman su filmografía de largometrajes hasta la fecha, de modo que, si me pongo al día, habré conocido toda su obra. Para no innovar, comienzo por la primera.
Populaire es una comedia romántica deportiva del 2012 y está protagonizada por Déborah François y Romain Duris. Estamos en el interior de Francia en 1958. Rose (Déborah François) es la única hija del ferretero del pueblo, un viudo con pocas ganas de reincidir en el matrimonio, y que quiere asegurar el futuro de Rose, casándola con el hijo del mecánico. Rose quiere algo más para su vida y como ve que su padre no cejará en su intento de casarla, una buena madrugada hace su valija y se va a un pueblo vecino, previo dejarle a su padre una carta de despedida. Rose, como muchas muchachas de su época, según novelas, películas y series que transcurren en esos tiempos, tiene la fantasía de profesionalizarse como secretaria. Así que de blusa, falda acampanada y colita de caballo (le faltan los anteojos con forma de antifaz, a decir verdad) va a pedir trabajo de secretaria al agente de seguros de su nuevo pueblo, Louis Échard (el bueno de Romain Duris). La entrevista es un desastre, pero alcanza a mostrar un factor que la hace única, es una dactilógrafa de velocidad asombrosa, aunque escriba con dos dedos. Esta característica despertará en Louis al deportista frustrado (venía para corredor de fondo, pero una lesión se lo impidió) Es que el pobre acaba de leer un panfleto que invitaba a ver o participar en un concurso de dactilógrafas. Le propone a Rose que el trabajo será suyo si se compromete a aprender a escribir con los 10 dedos, desarrollar mayor velocidad que la exhibida y a participar en campeonatos de dactilógrafas. Rose acepta y Louis que no pudo ser atleta, será lo que más se le aproxima, un entrenador. Y como por más que haya deporte, primero estamos en una de amor, Rose y Louis son atravesados por la flecha de Cupido, pero, claro, Louis se niega a pasar de entrenador a galán, algo que agotará la paciencia de Rose. Entonces…
Les traducteurs es un policial whodonit con sorpresas, que cambian el juego o la perspectiva del mismo cada 15 minutos. Es del 2019 y cuenta con un elenco multiestelar internacional, en el sentido más estricto de la palabra. Lambert Wilson, Olga Kurylenko. Riccardo Scamarcio, Sidse Babett Knudsen, Eduardo Noriega, Alex Goodman, Anna Maria Sturm, Frédéric Chau, Maria Leite, Manolis Mavromatakis, Sara Giraudeau y Patrick Bauchau. La cosa es que está por salir el último libro de una saga exitosísima escrita en francés. Es un fenómeno de alcance mundial. El original en francés y todas sus traducciones deben salir el mismo día. Para ello encierran en un bunker ultrasecreto a traductores de inglés, griego, chino mandarín, español, italiano, portugués, danés, ruso y alemán. Se les quitan los celulares, y todo artefacto que pueda comunicarlos con el exterior. Se les entregarán computadoras que no tendrán conexión a internet, trabajarán simultáneamente y ante cualquier duda en su trabajo deberán arreglárselas con esas antiguallas conocidas como libros de referencia, o sea diccionarios y enciclopedias. Prácticamente son presos voluntarios incomunicados. La idea es que nadie pueda filtrar detalle del libro. Pero lo impensable sucede. El responsable a cargo de los traductores, Eric Angstrom (Lambert Wilson) recibe evidencias de una filtración y es chantajeado. Si no paga una millonada, el primer capítulo será publicado en internet, y el gigantesco éxito quedaría boicoteado. ¿Quién fue el o la que burló medidas de seguridad tan extremas? (¡Hasta guardas armados tienen!). Otra que “El misterio del cuarto amarillo”. Entonces…
En
attendant Bojangles
(Esperando a Mr. Bojangles) es un melodrama romántico de realismo mágico
de 2021 y lo protagonizan la maravillosamente bella e hipnótica de Virginie
Efira, el bueno de Romain Duris (otra vez) y el rotundamente simpático de
Grégory Gadebois. Otra vez estamos a fines de los cincuenta. Georges Fouquet
(Romain Duris) es el hijo de un rico empresario que se niega a continuar con el
negocio familiar. En un coctel de millonarios se pone a contar historias
desorbitadas para gusto del grupo que lo oiga. Seduce y confunde a su
auditorio, son tan traídas de los pelos, que pueden ser ciertas. Y se va antes
de que puedan descifrarlo. De repente va a una chica, Camille (Virginie Efira)
que ha llegado como compañía de un importante político, Charles (Grégory
Gadebois) comportarse de una manera muy extraña. Baila y escapa con ella. La
pierde, pero a través del político la reencuentra. Camille tiene algo así como
lo que podríamos considerar un trastorno bipolar galopante que bordea la
demencia. Sus mejores momentos son cuando habita un estado de fantasía que roza
el delirio. Georges, que cuenta con los medios para sostener este estado, se lo
produce y se casa con ella. El padre lo deshereda, pero Charles, ahora
parlamentario, logra que pasen una ley de control vehicular, que monopolizará
el taller mecánico que abrirá Georges. Camille al poco tiempo tiene un hijo de
Georges, Gary (Solan Machado Graner) que crecerá en este corrimiento de la
realidad que Georges produce para Camille. Viven en un piso en París. Al lado
de la puerta hay una pirámide de sobres con cuentas que jamás se abren porque
Camille no cree en abrir cartas, la mascota de la casa es una cigüeña (o algo
así, la zoología no es lo mío) exótica y el único disco que se oye es el simple
de Nina Simone cantando Bojangles, tema sobre el bailarín negro homónimo, de
ahí el título del filme. Hay fiesta todas las noches y la comida y bebida es
muy caprichosa. Gary anda por los diez años, cuando Camille de a poco cae en la
demencia sin retorno. Georges lo niega y procura mantener el reino de fantasía,
pero cuando ella incendia el piso, no le queda más remedio que aceptar la
realidad e internarla en un manicomio. A esta altura estamos como a fines de
los sesenta y la demencia se trataba con métodos cercanos a la tortura. Padre e
hijo secuestrarán a Camille, la llevarán a España a un castillo que Georges
compró con la venta del taller y la concesión de la revisación vehicular e
intentarán tratarla con un método de fantasía controlada. Entonces… (Dos
detalles, el filme se basa en una novela best-seller de Olivier Bourdeaut y se
terminó de filmar cuatro días antes de que comenzara el confinamiento por COVID
en Francia, si eso no es tener suerte, no sé qué lo sea).
Como sea, me
gustó conocer a Régis Roinsard. Tiene, claro, una predilección por el cine
popular. Pero no de cualquier modo, si no con el mayor arte posible que le
permita el relato, sin extrapolarlo de lo que imagina el gusto popular. Es una
especie de autor de cine industrial, si es que tal cosa existe. Circunscribe
sus historias a un género y juega con todas las trampas que dicha elección le
permite.
Populaire es una de deportes tanto como una de
amor y no excluye una por la otra. Baraja todos los platos en sus palitos sin
dejar caer ninguno. En Les traducteurs se permite todas las trampas que
le habilita el género para ir engañando al espectador: da la información con
cuentagotas, en un diálogo revelador, enfoca solo a un personaje y así no
sabemos con quién es que habla, da pistas falsas, retiene detalles que revelará
cuando le convenga, etc. El rompecabezas cierra, pero con tanta trampa no puede
evitar que el cuento le quede medio frío, no es posible identificarse con
personajes que siempre están incompletos para que el engaño funcione.
En Esperando
a Mister Bojangles, hay problemas de la novela original (los bolazos de
Georges al principio son medio pedorros, por ahí es porque somos
latinoamericanos, de las tierras donde se descubrió, inventó, o fomentó el
realismo mágico, debe ser por eso que estos cuentos no satisfacen nuestro
paladar, nos suenan rancios) y también problemas propios de la transcripción
cinematográfica (algunas convivencias de realidad-fantasía hacen ruido, no
están logradas. Por ahí en el papel están bien, aunque realizadas no tienen una
lógica que las fortalezca. Las aceptamos y seguimos adelante porque nos
decimos: el relato viene para ese lado, es “volado”, algo que no deberíamos
vernos obligados a convalidarlo. Aunque la magia de Virginie Efira, que
destruye todo atisbo de ineficacia insalvable, nos hace pasar por alto estos inconvenientes.
Duris y Gadebois ponen lo suyo, pero es
ella, la que con su belleza y sensibilidad, nos conmina a refrendar el delirio
en el que vive su personaje. Con una aliada así, cualquiera.
Aunque disfruté la obra de Roinsard, una ironía paradojal queda rondando: me gustó
más Populaire, que es la primera. Puede que Los traductores y Esperando
a Bojangles sean mucho más ambiciosas, pero la ambición ante el logro
escaso no es buena excusa.
Gustavo
Monteros
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